Christine Lagarde: poder y elegancia

Christine Lagarde: poder y elegancia

Por Gillian Tett
La última vez que me reuní con Christine Lagarde, la recientemente elegida directora del Fondo Monetario Internacional, no pude evitar fijarme en sus zapatos. Su calzadoera revelador. Sentada en un enorme sofá blanco de su oficina en Washington, no estaba usando los toscos zapatos de una mujer que intenta abrirse un espacio en un mundo dominado por hombres; tampoco los altos y afilados tacones que se ven en Nueva York. Sus zapatos bajos tipo ballerina reflejan confianza, y un “je-ne-sais-quoi” de elegancia francesa. Eran extraordinariamente femeninos, pero al mismo tiempo prácticos y con un aire de poder.
Eran una buena metáfora de ella misma. Hace seis meses, Lagarde (55), ingresó con sus zapatos ballerina a los libros de historia cuando fue nombrada como primera directora gerente del FMI, reemplazando a Dominique Strauss-Kahn, su predecesor francés. Fue un ascenso marcado por la controversia. Strauss-Kahn fue forzado a renunciar este año en medio de un escándalo sexual que involucraba a una mucama de un hotel en Nueva York. Y cuando Lagarde fue propuesta inicialmente en su reemplazo, muchos países emergentes se quejaron -con cierta justificación- de que parece anticuado darle a Francia el “derecho” a nombrar un nuevo director del FMI. Después de todo, por estos días son los países como Brasil y China los que están proporcionando el crecimiento de la economía global. Y Lagarde no parecía bien posicionada para actuar como un jugador neutral en cuanto al principal dolor de cabeza del FMI: la eurozona. Su último empleo fue como ministra de Hacienda de Francia, donde también marcó un hito, como la primera mujer a cargo de las finanzas en un país del G7.
Al final, Lagarde esquivó elegantemente la polémica, ayudada por su amplia reputación de eficiencia y su considerable encanto. Y ahora, mientras se sienta en su sofá del FMI, afronta dos enormes desafíos. Con Europa y EEUU tambaleando al borde de un colapso, los inversionistas y políticos están desesperados por saber si hay algo que el FMI y Lagarde puedan hacer para contener la sensación de pánico. ¿Puede ella encontrar una “solución” para Grecia o Italia, o incluso para su Francia natal? Pero la propia Lagarde también está siendo observada como un potente hito femenino. Nunca antes una mujer tuvo tanto poder en las finanzas globales; hasta ahora el mundo del dinero ha estado bajo el dominio masculino, no sólo en los bancos sino también las burocracias. La propia Lagarde frecuentemente lamenta esto y bromea, por ejemplo, que la crisis financiera pudo haber sido diferente si hubieran sido “Lehman Sisters”, y destaca que las “frágiles” bases del euro fueron obra de sus “padres fundadores”, no madres, ya que “lamentablemente, no hubo una mujer en la mesa en aquel momento”. O, como recientemente me dijo por teléfono: “Desearía que hubiera más mujeres en las finanzas, creo que serían mucho más sanas. No sabemos si hubiera sido diferente con más mujeres (en 2008), pero mi intuición me dice que es posible”.
Pero ahora, Lagarde, al igual que la canciller alemana Angela Merkel, tiene poder real. ¿Puede una mujer al mando del FMI hacer la diferencia? ¿Iluminará el camino para que otras la sigan? ¿O será aplastada por la burocracia y las pesadillas de medidas que acosan a Occidente y al FMI? “Sé que otras personas me consideran un modelo, algunas jóvenes me consideran una inspiración”, dijo una vez.
Lagarde admite que siempre ha tenido un carácter determinado y responsable.
Lagarde ascendió rápidamente gracias a su determinación y competencia. Tuvo que hacer malabarismos para conciliar su empleo con la maternidad a los 30 y un segundo hijo dos años después, tras convertirse en socia.
“Diría que, en general, es más fácil ser una madre trabajadora en Francia que en EEUU”, dice. “Pero me alegra decir que el FMI es una guardería, si vienes por la mañana verás un montón de bebés”.
Admite que nunca fue una “madre tigresa”, ya que “simplemente no tenía tiempo” para supervisar las tareas de sus hijos. “Siempre hay culpa, obvio, pero es lo que soy. Para mí el mejor momento es cuando tu hijo se hace grande y te dice que valora lo que has hecho”.
En 1999 fue la primera mujer y no estadounidense en ser nombrada jefa de Baker & McKenzie y ejerció en Bruselas, donde llamó la atención del gobierno galo.
En 2005 cambió de rubro y se mudó a París para ser ministra de Comercio y luego de Agricultura. En 2007, cuando Nicolas Sarkozy asumió la presidencia, fue nombrada ministra de Finanzas, justo cuando comenzaba la crisis financiera.
Allí fue aplaudida en el G7, sobre todo por su forma calmada y competente para manejar el desastre financiero. El hecho de ser una mujer trabajando en el Palacio Elíseo era inusual, igual que el hecho de no haber pasado por la ENA. Lo más llamativo era que sus colegas a veces la llamaban la “americana”, ya que no sólo hablaba inglés como una nativa, sino que comprendía la manera anglosajona.
El apodo no impidió que defendiera los intereses galos: chocó con Hank Paulson en la crisis y a veces criticó duramente a EEUU. A pesar de eso, los años que pasó en la firma de EEUU la hicieron actuar a veces de forma anglosajona. No tiene reparos en despedir a gente ineficiente. Y también le gusta enfrentar a la prensa y el mundo político con un encantador sentido del humor.
¿Cómo lo hace ahora que pasó del Palacio Elíseo a Washington? Ha sido elogiada por mantener la cabeza fría y un estilo persistente. “Donde sea que trabaje, tiene una voz y un impacto fuerte”, señaló hace poco Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. Poco después de su designación, Timothy Geithner, secretario del Tesoro de EEUU, la elogió por su “amplia experiencia” y por haberse comprometido con pasión con una comunidad más amplia al tiempo que defendía los intereses galos mientras era ministra de Finanzas.
Sus colegas del FMI dicen que Lagarde ha sido un cambio. Si Strauss-Kahn solía ordenar y confiar en un estrecho círculo de asesores, Lagarde consulta un amplio espectro de personas. “Mi estilo es más inclusivo, creo que las mujeres tendemos a eso. Soy muy firme cuando se trata de organizar un equipo, pero prefiero consultar y escuchar ideas antes que apresurarme”.
Admite que este enfoque puede tener inconvenientes. Algunos observadores temen que será demasiado ortodoxa en su estilo, ya sea porque busque consenso o sus antecedentes la hagan menos dispuesta a una política poco convencional, algo preocupante para quienes argumentan que esta crisis requiere medidas audaces. Además Lagarde no estudió economía, por lo que depende de asesores.
Sin embargo, ya mostró audacia. Poco después de asumir, enfureció a los líderes de la eurozona al decir que los bancos europeos necesitaban más capital. Lagarde además argumenta que su estilo inclusivo es una ventaja y que los días en que una sola persona dominaba la agenda se acabaron. Los economistas no pueden solucionar el desastre solos.
EL CRONISTA