San Martín: su acción por un Gran Estado Hispanoamericano

San Martín: su acción por un Gran Estado Hispanoamericano

Por Adolfo Omar Cueto
José de San Martín tuvo un gran sueño, un ideal: la conformación de las “Provincias Unidas de Sud América” en unión, libertad e independencia. Por ese sueño al poder, a beneficios económicos, a sus ideas individuales y a la gloria en vida; renunció a todo. Para San Martín no había más partido que el “americano”, ni mayor objetivo que la unión de una Sudamérica independiente.
Todo lo demás era mera forma: los localismos, los intereses partidarios, incluso el régimen de gobierno definitivo que se adoptara para ese gran estado o para los estados en particular que lo conformando. Porque a su decir “el mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a este fin.” (carta al general Pintos, 26 de septiembre de 1846).
Al comprender lo imprescindible de hacer la guerra contra el poder español en América, apuró la independencia de hecho y de derecho, sin perder de vista la unidad política de los estados para constituir una poderosa y prometedora Nación. Más que visionario, hombre realista y pragmático, observador agudo y crítico de la realidad del viejo continente, comprendió que para alcanzar, consolidar y sostener la libertad, independencia y unidad de las ex colonias era necesario constituir un gran estado que fuera respetado en el contexto mundial.
Era consciente que la fragmentación generaría debilidad y dependencia. El futuro de una Hispanoamérica grande estaba en la integración. Unión e independencia eran el lema de los logistas americanos y fue la idea que San Martín hizo suya, convirtiéndose en instrumento ejecutor desde el momento en que asumió la causa americana. En Buenos Aires, en el Norte y en Cuyo, mediante cada uno de sus movimientos, se mostró encaminado a cumplir con su designio. El año 1816 marcó el momento más crítico y heroico de la emancipación hispanoamericana.
Todos los movimientos revolucionarios habían sido sofocados, a excepción de el Río de la Plata. Es entonces que el Acta del 9 de julio, jurada en Tucumán, bajo directa influencia de San Martín desde Cuyo, declara la independencia “de las Provincias Unidas de Sud América” aclarando que “… quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia…”; clara muestra del sentido integrador que impulsaba y del profundo respeto por los derechos soberanos de los pueblos.
Si bien repudiaba al federalismo de inspiración estadounidense porque lo consideraba disperso e inaplicable en Hispanoamérica, propició formas de unidad confederal que tendieran a asegurar la consolidación del bloque de estados hispanoamericanos unidos. Es decir, que si bien consideraba inapropiada para nuestros pueblos el sistema de república federal, propuestas por Hamilton, Madison y Jay, le pareció muy conveniente la confederación a la manera tradicional española.
San Martín era partidario de una forma de gobierno monárquica-representativa, porque, a su entendimiento, era la única capaz de poner orden al caos político que crecía y a las rencillas localistas alimentadas por los afanes de la autonomía federal. Es decir, una monarquía atemperada daba una doble solución para Hispanoamérica: reducía la oposición internacional de la Santa Alianza ante todo intento republicano; y, por otra parte, daría satisfacción al anhelo parlamentarista de los federales. Su afán por la unidad pareció concretarse después de 1818.
En un Perú jaqueado lanza la Proclama a los “limeños y a los habitantes de Perú” proponiendo la unión confederal mediante la unión de los tres Estados independientes, conformando un Congreso Central con representantes que darían una constitución perpetua. La idea de un Gran Imperio en América meridional, unido por pactos de alianzas multilaterales, identifica a la voluntad común de Bolívar y San Martín.
Quizás San Martín no entendía bien el significado técnico-político de confederación, pero en realidad buscaba una alianza político-militar de los nuevos estados para concretar el esfuerzo bélico común que consolidara la libertad, la independencia y la unidad anhelada.
Tal es la coherencia entre su pensamiento y acción que, aun siendo proclive a la monarquía constitucional, apoyó la república como forma de gobierno, al entender que ella era la voluntad de la multitud y única forma de lograr sus objetivos: la libertad de Hispanoamérica y su organización como entidad unida, tal que pudiera ser capaz de sostener con dignidad y reales posibilidades la soberanía conquistada por las armas, tendiendo siempre a la felicidad del pueblo.
Esta realidad es el fundamento de la alianza confederal propiciada por los dos libertadores americanos, entre los estados que gobernaban en 1822, Colombia y Perú, base para la concreción de una unión continental. Proyecto premonitorio de los anhelos de hoy, dado que se establecía la ciudadanía hispanoamericana, el libre tránsito y libre comercio entre los ciudadanos de ambos estados; la liberación de impuestos aduaneros, y; los auxilios financieros y militares.
Este tratado es una muestra concreta de la claridad que ambos tuvieron sobre lo que debía ser una verdadera política continental. No era una hermandad espiritual. Era una confederación activa y ejecutiva, de Estados soberanos en Sudamérica, ligados por pactos multilaterales para siempre. La propuesta satisfizo a San Martín, ya que una Confederación de republicanas evitaría los localismos y estabilizaría a los gobiernos legales, conduciendo a la unidad y solidificando la independencia. El pensamiento de San Martín tuvo coherencia indestructible entre 1811 y 1822.
Después de Guayaquil, convencido que Bolívar alcanzaría la libertad y unidad de Sudamérica, realizó el mayor de todos los renunciamientos que haría en su vida. Y es que valoró al supremo ideal de la integración hispanoamericana por sobre sus pasiones, intereses, conveniencias y afectos. La firme idea sanmartiniana no flaqueó ni en sus últimos años. Ya en tiempos de la dispersión de los estados hispanoamericanos, no cesó de luchar a favor de éstos para asegurar la paz e independencia.
Así fue que, reconociendo que su legalismo no había sido suficiente para imponer la unidad y el orden, frente a los fracasos de los intentos monárquicos, terminó advirtiendo que un dictador prudente y bien inspirado representaba una posibilidad para alcanzar la paz y consolidar las instituciones.
Circunstancia esta que quizás le hizo ver en la figura de Juan Manuel de Rosas a ese hombre fuerte necesario para evitar la dispersión y fragmentación del Río de la Plata en lo interno y la firmeza para mantener “…el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla.” (Testamento de San Martín) Nadie fue más práctico y realista.
Para él, la libertad era correlativa a la responsabilidad. San Martín dedicó su vida y acción por la emancipación e independencia de Hispanoamérica. Fue su ideal y su sueño. Fue una virtud que sostenerla le significó la crítica descarnada, el odio y la incomprensión. Pero con la claridad que da la convicción en los ideales, tuvo la templanza suficiente para no declinar. Perteneció a los preclaros que avizoraron la necesidad de una América del Sur unida.
LOS ANDES