Romney: “Llegó la hora de cambiar”

Romney: “Llegó la hora de cambiar”

Por Silvia Pisani
Entre una lluvia de globos y papeles blancos, rojos y azules, los republicanos pidieron ayer, formalmente, el voto de los norteamericanos para “cambiar el rumbo” del país, sacar a Barack Obama de la Casa Blanca y liderar un “futuro mejor” porque “la decadencia no es nuestro destino”.
“El entusiasmo que Obama generó hace cuatro años ya no existe. Llegó la hora de cambiar”, fue el llamado del gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, al aceptar oficialmente la nominación como candidato para la presidencia en las elecciones del 6 de noviembre, que se proyectan sumamente ajustadas.
Una encuesta de la agencia Reuters lo daba ayer, por primera vez en semanas, dos puntos por encima de Obama -44% a 42%-, pero “esos aumentos durante las convenciones son normales y no necesariamente duraderos”, según analistas consultados por LA NACION.
El demócrata tendrá su oportunidad la semana próxima, en la plenaria partidaria de Charlotte, en Carolina del Norte.
Al igual que había hecho el número dos de su fórmula, Paul Ryan, Romney fue durísimo con Obama, de quien se burló al ironizar sobre “todo lo que prometió en su campaña” y lo poco que realizó, para dejar en cambio un país sumido en la “decepción, la división y los reproches”.
En contraste, él se presentó como “el hombre que el país necesita” para un “cambio de rumbo”, que permita “restaurar la promesa de los Estados Unidos y evitar un destino de decadencia que no es el nuestro” y por el que culpó al actual presidente.
“Obama prometió desacelerar el aumento de los océanos y salvar el planeta. Mi promesa es ayudarlos a ustedes y a sus familias”, ironizó.
“Lo que se necesita en nuestro país hoy no es complicado ni profundo. No es necesaria una comisión gubernamental especial para decirnos lo que Estados Unidos necesita. Lo que Estados Unidos necesita son trabajos. Muchos trabajos”, añadió, al detenerse en el tema central de su campaña: la economía, que no logra crecer aceleradamente después de salir de la gran recesión de 2009.
En ese momento, el estadio se vino abajo con los aplausos. Pero el desafío era la forma en que llegaría el mensaje a los millones de norteamericanos que aún no decidieron su voto y que ayer, por primera vez, vieron a Romney -un hombre al que las encuestas perciben como calculador y distante- en la posición de posible presidente.
“Ellos son el público, no quienes lo aplaudieron aquí”, dijo a LA NACION Jerry Hagstrom.
Romney parecía haber acertado con el mensaje y anoche mismo los estrategas de campaña monitoreaban el impacto: saben que sólo quedan nueve semanas en la carrera por la presidencia y no hay tiempo que perder.

La invitación final
Empapelado el auditorio con el lema “Creemos en América”, Romney y Ryan comparecieron con ánimo exultante y acompañados por sus familias, mientras sonaba “Talking to my girl”, el tema elegido por el candidato para la fiesta como un homenaje a su mujer, Ann.
La novedad fue el papel clave que, por primera vez en la historia de una aceptación de candidatura, tuvieron miembros del credo mormón, religión a la que pertenece Romney.
“Es natural que, llegado a este punto de la carrera, hable de esa parte de su historia”, había anticipado a LA NACION uno de sus asesores de campaña.
Concebida como una fiesta, la noche tuvo al actor y director Clint Eastwood como invitado sorpresa. La presentación del candidato correspondió al senador por Florida Marco Rubio, una estrella en ascenso.
Romney tuvo señales para las mujeres, los inmigrantes y las minorías, sectores con los que tiene serios problemas. Uno de sus hijos, Craig, dirigió palabras en español sobre lo “compresivo” que es su padre.
En materia económica se distanció claramente de Obama.
“Bajo mi gobierno, alentaremos los negocios y las inversiones y no permitiremos que el país se convierta en una nueva Grecia”, dijo, agitando el fantasma del default si continúa creciendo la deuda.
“Hay una opción de verdad. Ustedes pueden ejercerla”, dijo Romney. Con esa invitación, la carrera por el Casa Blanca entra en su fase decisiva.
LA NACION