10 Aug Me arde, me está quemando
Sol Oliver
Erotismo, sexo, placer, éxtasis. Del otro lado: vergüenza, culpa, confusión, tormento. ¿Dónde está el límite? ¿Cuál es la línea divisoria? Del erotismo a la vergüenza, del sexo a la culpa o del placer a la confusión y al tormento puede haber un solo paso: el del exceso. No el del que tiene mucho sexo porque le gusta, claro que no (ni el del que se ufana hablando de sus aventuras poco creíbles o a veces las suaviza atribuyéndoselas a “un amigo”). Sino el exceso de la compulsión, el de la conducta irrefrenable, ingobernable y enfermiza. El de la adicción.
“Mi cabeza hizo un clic cuando perdí mi trabajo, recién ahí busqué ayuda y empecé terapia. La computadora de mi oficina vivía llena de virus. Cada pocos minutos necesitaba entrar a alguna página porno y no me podía concentrar, era una necesidad”, dice un hombre de mediana edad y hace una pausa. Su tono de voz es bajo, me cuesta escucharlo y a él le cuesta mirarme a los ojos mientras me cuenta su historia. Toma otro trago de café y sondea con la vista las otras mesas del bar sólo para chequear que nadie más lo esté mirando ni oyendo.
“Me masturbaba entre cuatro y cinco veces por día. Tenía sexo casi todas las noches con alguien distinto, con cualquiera. Daba lo mismo si se trataba de un hombre o de una mujer, o si compartía la cama con una, dos o tres personas. Era un círculo vicioso. Llegaba al otro día tarde al trabajo y otra vez internet, fotos y videos. No podía parar”, confiesa y admite su identificación con Brandon, el personaje creado por el director inglés Steve McQueen en la películaShame, protagonizada por Michael Fassbender. Esteban es adicto y hace dos años que está en tratamiento.
Los especialistas consideran que el umbral que separa la actividad sexual sana o saludable y la adicción o hipersexualidad aparece cuando existe un desorden que genera incomodidad, malestar e impide el funcionamiento de la vida cotidiana. Interfiere en todo. Los adictos al sexo pueden llegar a tener problemas con la ley porque “todo vale” a fin de satisfacer su imperiosa “necesidad sexual”, como el abuso, el incesto o el exhibicionismo. Quienes lo padecen son proclives a tener desequilibrios económicos y contraer deudas por gastar cifras siderales en prostitución o perder sus trabajos, como le pasó a Esteban.
La adicción cambia la jerarquía de necesidades y deseos. El objeto de la adicción adquiere prioridad y subyace una incapacidad en el sujeto de controlar sus impulsos a pesar de las consecuencias negativas que puedan acarrear.
Adrián Sapetti, psiquiatra, psicoterapeuta, psicólogo clínico y director del Centro Médico de Sexología y Psiquiatría admite que cada vez son más las consultas que recibe acerca de esta patología. “Una vez que el adicto satisface su compulsión, siente una terrible sensación de angustia y ansiedad que lo erosiona en su plano afectivo”, señala. Por eso muchos adictos tienen problemas para generar vínculos estables. La hipersexualidad es tan peligrosa como el alcoholismo o la drogadicción o la ludopatía.
“En mi consultorio escuché cosas que jamás hubiera imaginado. Por ejemplo, que alguien se masturbara compulsivamente con el orificio plástico de un globo de cumpleaños o que sufriera conductas parafílicas como tener la necesidad de frotarse con un retazo de seda”, grafica el especialista (…)
EL GUARDIAN
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