Las huellas profundas de los crímenes políticos en la historia argentina

Las huellas profundas de los crímenes políticos en la historia argentina


Por Laura Mafud
El general Lavalle declaró haber hecho ‘el sacrificio mayor’ por la tranquilidad del pueblo. Creía de este modo poner fin a la anarquía en Buenos Aires. Se equivocaba: no era únicamente Dorrego la víctima ni se concluía el proceso abierto”, repasa Isidoro Ruiz Moreno desde las páginas de Crímenes políticos (Emecé), un volumen que llegó recientemente al mercado editorial y en el que describe famosos hechos de sangre de la siempre contradictoria historia argentina.
Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, miembro de la Academia Nacional de Historia y de la de Ciencias Políticas y secretario del Instituto Sanmartiniano, Ruiz Moreno presenta un libro de historia que reconstruye el pasado patrio. A través de ocho capítulos, los asesinatos de Manuel Dorrego (entonces gobernador de Buenos Aires), Facundo Quiroga, Manuel Vicente y su hijo Ramón Maza, Florencio Varela, Nazario Benavides, José Virasoro, Justo José de Urquiza y Antonino Aberastain se articulan como hitos históricos que permiten comprender el contexto de aquel pasado manchado de sangre.
Con rigor académico y basándose en documentación, en algunos casos, inédita, Ruiz Moreno reconstruye la trama, las circunstancias, el accionar de los personajes y las consecuencias que derivaron de ello.
El común denominador entre las muertes de los casos seleccionados es que no fueron ordenadas directamente por la autoridad. “Busqué casos de asesinatos cometidos por la gente común aunque, por supuesto, impulsados por la política”, comparte Ruiz Moreno, tataranieto del hermano mayor de Urquiza, Cipriano, también asesinado durante su cargo como gobernador de Entre Ríos.
Todas las muertes ocurrieron impulsadas por un móvil político. Pero, sin embargo, el autor indica que la “razón del Estado” supera cualquier consideración moral y justifica la violencia a quienes la cometen o inducen, pues en ellos existe un común denominador: el convencimiento de que obran en provecho público. Tales asesinatos tranquilizan la conciencia de los autores, al considerar que han cumplido con mejorar la situación reinante. Sin embargo, en los casos de los crímenes políticos, la Historia no puede jactarse de que siempre esos hechos hayan logrado los beneficios que se calcularon. “El corolario es que el asesinato perjudica al país en lugar de mejorarlo, como buscan los homicidas. El asesino político trata de sacar un beneficio público, pero la experiencia demuestra que no es así, sino al contrario. Ofrece más perjuicios que beneficios”, aclara. Por caso, tras la muerte de Dorrego, la guerra civil; tras la de Quiroga, la renuncia del gobernador; en el caso de Urquiza, la intervención militar de Entre Ríos, cuya guerra duró un año. “No se puede asesinar a una persona creyendo que un móvil altruista, público, lo va a justificar. La vida del prisionero es sagrada. Honra al vencedor la forma como se lo trata. Hay victorias que manchan a los triunfadores y derrotas que honran a los que fueron vencidos”, concluye.
EL CRONISTA