Horror en subasta

Horror en subasta

Por Marcos Mayer
Hace poco más de un mes, se pagaron 3.000 esterlinas (unos cinco mil dólares) por un juego de cuatro copas de fino cristal, con borde de oro. El comprador, de origen sueco, participó de una subasta realizada por Specialist International Militaria, una casa inglesa especializada en antigüedades bélicas. Semejante precio se debió a que las copas habrían pertenecido supuestamente a Adolf Hitler. Es que cada tanto -como si fuera una especie de pozo sin fondo- se anuncia la puesta en venta de objetos privados del Führer, casi una especialidad dentro de la permanente oferta y demanda de memorabilia nazi, que también es posible hallar entre nosotros (sobre todo en algunas galerías de la calle Lavalle o en Parque Rivadavia).
El mito se renueva. Los responsables de la casa londinense Dreweatts ofrecieron a sus clientes un lote de fotografías en color de Hitler, toda una rareza, en las que se lo ve departiendo con civiles durante una fiesta típica, o saludando a sus seguidores en uniforme de fajina. No es la única oferta. De modo restringido, la alemana Hermann Historica acaba de anunciar el próximo remate de otros objetos personales del líder nazi, que incluyen sus anteojos de lectura y una cigarrera usada para invitar a sus camaradas, dado que no fumaba. Los organizadores de la subasta exigen constancia por parte de sus compradores de que los elementos serán destinados a la investigación histórica. Será ése el motivo por el cual no se la anuncia en el sitio web de la empresa que afirma convocar unos 25.000 interesados de todo el mundo por año.
Pero, tal vez por tener lugar en Alemania, donde está penalizado el uso de la esvástica, es la primera vez que una transacción de estas características genera rechazos públicos. Moshe Kantor, presidente del Congreso Judío Europeo, declaró que “este tipo de hechos son una mancha para la Alemania actual y perjudican la perspectiva del Holocausto que puedan tener los jóvenes alemanes.”
Hay dos cuestiones suscitadas por este episodio sobre las que vale la pena detenerse. Por un lado, el choque de dos modos de tratar el pasado. Uno que sostendría que ya se ha terminado y que todo lo que tenga que ver con el nazismo forma parte de piezas de museo comparables a documentos sobre la Revolución Francesa. Que esos terribles tiempos se han terminado y que no hay motivos de alarma. El otro teme la reaparición del horror y ve una serie de síntomas que lo corroboran: los skinheads, la presión de los editores alemanes por poner en circulación la hasta ahora vedada Mi Lucha, las recientes declaraciones pronazis de ciertas celebridades como el modisto John Galliano o la persistencia del revisionismo histórico, que insiste en postular que el Holocausto ha sido una mistificación. A este estado de cosas se sumaría la banalización que presupone el remate de objetos de la intimidad hitleriana como si se tratara de un vestido de Marilyn Monroe o de los anteojos de John Lennon.
Éste es el otro aspecto del asunto. Lo que podríamos llamar costado pop de Hitler que lleva ya muchos añoa de presencia en diversos objetos culturales y mediáticos. En la India, el director Rakesh Kumar eligió para su debut cinematográfico una versión de Romeo y Julieta trasladada al búnker de Berlín donde buscó refugio junto a Eva Braun, quienes protagonizan el previsible engendro titulado Querido amigo Hitler. El realizador declaró antes del estreno: “Hitler triunfó como líder; quiero mostrar por qué fracasó como persona”. Una marca de ropa italiana, bajo el eslogan “sé personal, no sigas al líder”, muestra a Hitler vestido de rosa con un brazalete blanco. “Usar un condón y estar seguro de que no es el próximo Osama Bin Laden, Adolf Hitler o Mao Zedong en el mundo”, es el texto elegido por una fábrica alemana de preservativos: la ilustración, un espermatozoide con la cara de Hitler. Todo esto sin olvidar que Los Beatles habían elegido al Führer para la tapa de Sargent Peppers, junto a otros dos finalmente eliminados, Jesucristo y Gandhi, para no herir sensibilidades. No sin generar muchas polémicas, los protagonistas de Los productores de Mel Brooks ponen en escena Primavera para Hitler, una obra a la que pronosticaban como el más certero de los fracasos y que terminó siendo un éxito, justamente por mostrar al Führer como un personaje absurdo que provocaba más risas que temor. Algo similar pasa con El Gran Dictador de Charles Chaplin. No deja de haber algo perturbadoramente leve en las imágenes de Hitler jugando con el globo terrestre.
Podría decirse que en el fondo, desde la admiración pero también desde el más profundo rechazo, Hitler logra mantenerse actual (pese a que ha transcurrido bastante más de medio siglo desde su muerte) porque no se puede decidir si pertenece o no a la especie humana. Para algunos, como los publicistas citados, es el símbolo de todo mal. Como tal (y no es casual que quienes se hayan atrevido sean judíos), hay que quitarle peligrosidad por la vía del humor. Algo similar había hecho Bertolt Brecht en La irresistible ascensión de Arturo Ui, aunque al igual que la película de Chaplin, esa puesta en ridículo era contemporánea al nazismo y, por lo tanto, una forma de combate.
Casi como ninguna otra figura del pasado, Hitler reaparece en las noticias, ya sea por la aportación de un nuevo dato biográfico, por fabulaciones más o menos tremebundas como la reciente “revelación” por parte del actor Carlos Perciavalle de que lo había visto en Bariloche en los setenta, o por la puesta en circulación de objetos que parecen alimentar un fetichismo que no por subterráneo (una vez adquiridos, esos objetos subastados desaparecen de escena) deja de ser inquietante. Hay fantasmas que se resisten a morir. Parecería como si, después de tanto horror, estuviéramos obligados a convivir con ellos.
REVISTA DEBATE