El espejo de una vida

El espejo de una vida

Por Eduardo Berti
Nacido en Clare Market (Londres), descendiente de italianos, Joseph Grimaldi fue el payaso británico más importante del siglo XIX y, por qué no, de todos los tiempos, a tal punto que su “nombre de guerra” (Joey) todavía se usa en Inglaterra como sinónimo de clown. En sus casi cincuenta años de carrera, Grimaldi trabajó en teatros hoy míticos como Sadler’s Wells, Drury Lane o Covent Garden, por lo que su biografía ofrece también un panorama del teatro británico a comienzos de 1800.
La vigencia de Grimaldi se demuestra una vez por año, cada primer domingo de febrero, cuando cientos de payasos, arlequines y mimos del mundo entero se dan cita en Haggerston (Hackney), más precisamente en la iglesia de Todos los Santos (All Saints), para celebrar una misa en homenaje a Joey a la que religiosamente sigue un espectáculo.
Charles Dickens tenía veinticinco años cuando recibió la misión de reescribir y mejorar la biografía “oficial” del célebre clown. De allí salió la primera edición de las Memorias de Joseph Grimaldi , publicada en 1838, poco después de la muerte de Grimaldi y de la aparición de Bocetos de Boz yLos papeles de Pickwick , los dos primeros libros de Dickens.
En diciembre de 1836 Joe Grimaldi había puesto fin a una extensa autobiografía cuyo manuscrito se considera en la actualidad extraviado. El original constaba de unas cuatrocientas páginas y era, según llegó a afirmar Dickens, “demasiado voluminoso”. Se cree que Grimaldi dictó todas o casi todas las páginas de esta autobiografía y que a principios de 1837, no del todo satisfecho con el resultado, convocó al escritor Thomas Egerton Wilks(1812-1854), autor de obras teatrales hoy olvidadas como Halvei the Unknown (1848), para pedirle que puliese el libro a cambio de una porción de las futuras regalías.
Grimaldi falleció casi enseguida, el 31 de mayo de 1837, pero Wilks siguió trabajando por su cuenta abreviando varios pasajes, suprimiendo otros y replanteando la perspectiva del relato, que pasó a ser narrado en tercera persona.
En septiembre u octubre de 1837, Wilks le ofreció el libro a Richard Bentley(1794-1871), un editor que se había hecho rico y famoso tras lanzar las así llamadas “Standard Novel Series”: versiones económicas y muchas veces en un solo tomo de diversas novelas que previamente habían sido publicadas en el formato entonces usual de tres volúmenes, entre ellas obras de Jane Austen o elFrankenstein de Mary Shelley. Desde 1836, Bentley editaba una exitosa revista llamada Bentley’s Miscellany en la que ofrecía breves ensayos, crónicas, cuentos de autores en ciernes como Edgar Allan Poe, caricaturas de humoristas como JohnLeech, ilustraciones de George Cruikshanky novelas por entregas. El primer editor de la revista fue un tal “Boz” que ya había trabajado como periodista para The True Sun, The Mirror of Parliament y The Morning Chronicle; se llamaba en verdad Charles Dickens y su segunda novela ( Oliver Twist ) estaba siendo entonces publicada por entregas en la revista de Bentley.
La biografía de Grimaldi escrita por Wilks no terminó de convencer a Bentleyen cuanto a su calidad, pero poseía un innegable valor comercial. De modo que Bentley compró el texto, habló con RichardHughes (albacea y heredero de Joey) y le pidió a Boz, a la sazón su hombre de confianza en cuestiones literarias, que editara y mejorara todo lo posible el libro.
Dickens se había casado un par de años atrás con Catherine Thompson Hogarth, hija de George Hogarth, editor del Evening Chronicle; acababa de tener a Charles Culiford (el mayor de sus diez hijos) y aguardaba a Mary, su primera hija. Los tiempos estaban cambiando tras la ya algo lejana Revolución francesa y tras la cercana muerte del rey Guillermo IV, en junio de 1837. Gobernaba la reina Victoria e Inglaterra ingresaba, sin sospecharlo, en uno de sus períodos más trascendentes: la era victoriana.
En plena escritura y publicación por entregas de Oliver Twist , Dickens había sufrido el duro impacto de la muerte de Mary Hogarth, hermana de su esposa a la que quería como una hermana propia. Esto causó que interrumpiera por un rato sus labores, pero no atentó contra su cada vez más creciente popularidad.
Ya fuera porque prefería concentrarse en la obra que sería la sucesora de Oliver Twist Nicholas Nickleby ) o porque deseaba negociar un buen dinero a cambio de esta tarea que en primera instancia no despertó su entusiasmo, lo cierto es que Dickens le dijo primero que no a Bentley y, enseguida, en una carta fechada el 30 de octubre de 1837, dijo que había releído el texto (“está todo muy mal hecho”) y que se hallaba “dispuesto a acceder” a cambio de trescientas libras, suma más que considerable en aquellos tiempos en los que el salario mensual de Dickens como editor deBentley’s Miscellany era de cuarenta libras.
El contrato fue firmado en noviembre de 1837 y Dickens entregó el trabajo en enero de 1838. Tamaña celeridad no sorprende en el caso de un escritor que, al decir de Chesterton, “trabajaba como una fábrica”. Tamaña celeridad fue posible, al mismo tiempo, por diferentes razones. En primer lugar porque el libre e inquietante realismo dickensiano desdeñaba la “documentación” rigurosa y se guiaba ante todo por la intuición inventiva y por la experiencia personal. En segundo lugar porque la infancia del payaso no era muy ajena a la suya dado que, al igual que Grimaldi, Dickens había sido un niño prodigio lleno de ambición y talento y educado por su cuenta; en su caso, primero en la calle y luego fugazmente en una escuela, al revés que la mayoría. En tercer y último lugar porque el mundo del teatro era muy cercano y querido para Dickens: su obra posee, como dijo John Ruskin, “fuego escénico” acaso porque, como lo confirman las cartas entre Dickens y su amigo Mark Lemon (1809-1870), actor y periodista -cartas largamente inéditas y publicadas por primera vez en 1927-, el joven Charles soñaba tanto con los escenarios que, cuando tenía alrededor de veinte años, le escribió al señor Bartley del teatro Covent Garden para ofrecer sus servicios.
“Algo en mi carta tuvo que conmoverlo porque Bartley me respondió casi de inmediato y me contó que estaban ocupados montando El jorobado (¡y era verdad!) , pero que en una quincena volvería a contactarme”, escribe Dickens en otra carta, en este caso dirigida a su amigo y futuro biógrafo John Forster (1812-1876). Quince días después, en efecto, llegó un segundo mensaje del teatro: Bartley y Charles Kemble lo esperaban un día concreto en Covent Garden para tener una entrevista. Pero Dickens amaneció con fiebre y con la cara inflamada. La entrevista nunca se efectuó y pronto el aspirante a actor empezó a dedicarse al periodismo. A partir de esta frustración, el vínculo de Dickens con el teatro fue puramente amateur , pero no se vio interrumpido. Montó varias obras con fines caritativos; actuó a fin de juntar dinero para el mantenimiento de la casa de Shakespeare y hasta llegó a presentarse más de una vez ante la reina Victoria y el príncipe Alberto: en 1851, por ejemplo, interpretando a Lord Wilmot en una pieza de Edward Bulwer-Lytton.
Según cuenta John Forster en The life of Charles Dickens , el novelista dictó buena parte del libro acerca de Joseph Grimaldi (al igual que el propio Joe lo hiciera en su momento) y el encargado de volcar todo por escrito no fue otro que su padre John (1786-1851), que necesitaba dinero tras haber pasado algunas temporadas en prisión y que años más tarde, en la novela David Copperfield -para muchos la cumbre dickensiana-, sería inmortalizado bajo el nombre de Wilkins Micawber.
“Aunque Forster puede estar en lo cierto al afirmar que Dickens ?no escribió de su puño y letra una sola línea de esta biografía’, esto no significa en absoluto que el texto fuera obra de su padre, como algunos infirieron erróneamente”, ha señalado Richard Findlater, autor de Grimaldi: King of Clowns(1955) y de varios estudios sobre Dickens y Grimaldi. En una carta enviada a un médico conocido de Joey (el doctor Wilson), Dickens expresa que su labor consistió en “editar el relato de otro” y en “narrar varias de las historias a mi manera”.
En efecto, es fácil advertir no sólo los “abundantes toques dickensianos que hay en la prosa”, según señala Findlater,sino también hasta qué punto la estructura episódica de las Memorias… se parece a las primeras obras de Dickens, llenas de coloridas peripecias y de imborrables personajes secundarios. Herederos de la desmesura humorístico-picaresca de Tobias Smollet (Humphrey Clinker), Daniel Defoe (Moll Flanders) y sobre todo de Henry Fielding (Tom Jones, JosephAndrews), los libros de Dickens sobresalen por sus criaturas y por la secuencia de situaciones variopintas más que por la “unidad” que fundara en la novela británica la obra de Samuel Richardson.
Es fácil, ya se ha dicho, advertir cómo aparecen aquí y allá toques y temas característicos de Dickens: la obsesión por el dinero (propia de la época, basta leer a su contemporáneo Balzac), el submundo del delito que en varios episodios ronda o amenaza a Joey, la sabia mezcla dickensiana de humor y de horror y su tendencia a la exageración, apuntada por Chesterton en su clásico y luminoso ensayo biográfico donde define al autor de Casa desolada como “un mitologista más que un novelista”, un hombre incapaz de crear personajes monótonos o intrascendentes, un escritor genuinamente popular no porque escribía lo que le gente quería, sino porque “quería lo que la gente quería”.
El texto final de las Memorias de Joseph Grimaldi , adjudicado a Boz, no fue serializado en la revista y salió a la venta en febrero de 1838 en forma de libro. En las primeras semanas se vendieron 700 ejemplares, para gran satisfacción de Bentley y de Dickens, y llegaron a la editorial (cuenta Forster) más de treinta cartas elogiosas.
El libro fue publicado con diversas ilustraciones de George Cruikshank, quien colaboraba con el joven Dickens desde 1834, cuando el editor de The Monthly Magazine , John Macrone (1809-1837), le pidió que ilustrara los Bocetos de Boz . La colaboración continuó luego en la revista y en la editorial de Bentley. Cruikshank ilustró varios pasajes de Oliver Twist y de los Mudfog Papers , llegó a integrar cierta compañía teatral fundada por Dickens y fue un amigo cercano de este último hasta que en 1871 publicó una carta donde aseguraba infundadamente que él era el verdadero inventor de la trama de Oliver Twist .
La edición original de las Memorias de Joseph Grimaldi , editada en dos volúmenes, traía un texto previo en el que Boz contaba en forma resumida el origen de las memorias y a la postre decía que, “muy impactado por diversos incidentes del manuscrito -como la descripción de la infancia de Grimaldi, de ciertos episodios delictivos y del regreso de su hermano de alta mar- y convencido de que éstos podían ser narrados de manera más atractiva”, había aceptado la propuesta de reescribir el libro y lo había hecho alterando el modo de presentar los episodios, “pero sin apartarse de los hechos en sí mismos”.
Findlater cree que Dickens no llegó a presenciar ninguna actuación de Grimaldi, aun cuando el novelista comentó cierta vez que había visto actuar a Joey “en los remotos tiempos de 1823”. Es posible que Dickens dijera esto último en defensa contra quienes objetaban su autoridad para editar las memorias de un payaso que no había visto actuar. A sabiendas de esto, Charlesllegó a argüir que Lord Braybrooketampoco había conocido a Samuel Pepys, cuyo diario editó siglos después de la muerte de éste. Y casi al mismo tiempo, en un artículo publicado en la Bentley’s Miscellany bajo el título de “A chapter on clowns”, un tal William J. Thoms fue más lejos al afirmar que “lo que Boswell había hecho por SamuelJohnson, Boz lo ha hecho por Grimaldi”.
Existen pruebas de que Dickens se había referido brevemente a Grimaldi en un texto recogido poco antes en la misma revista de Bentley. Afirma allí, entre otras cosas, que una pantomima es “un espejo de la vida”.
Un espejo exagerado, habría dicho Chesterton, para quien lo hiperbólico era inseparable del mejor arte dickensiano.
“Muchas personas inteligentes pierden tontamente de vista el valor esencial y auténtico de los escritos deDickens debido a que él presenta la verdad con algún matiz de caricatura”, escribió John Ruskin en 1860. “Tontamente, he dicho, porque la caricatura de Dickens, aunque a menudo grosera, es inconfundible. Considerando su modo de narrar, las cosas que nos cuenta son siempre verdad”.
LA NACION