11 Aug Dickens: la pasión de narrar
Por Luis Gregorich
Arnold Hauser lo definió como “uno de los escritores de mayor éxito de todos los tiempos y quizá el gran escritor más popular de la Edad Moderna”. A 200 años del nacimiento de Charles Dickens, más allá de un juicio tan contundente, tenemos ante nosotros una vida y una obra que expresan en forma privilegiada las mutaciones sociales producidas por la revolución industrial y, al mismo tiempo, los cambios decisivos en la producción editorial, los hábitos de lectura y el desarrollo de la narrativa.
Mi propia experiencia de consumidor de historias y personajes me interpela acerca de la singularidad dickensiana. Sus héroes, como David Copperfield y Oliver Twist, autobiográficos o no, marcaron con un fuerte sello algunas de mis primeras lecturas, en versiones reducidas para chicos. Después, en la adolescencia, lo busqué y leí en ediciones integrales, por lo general en traducciones no muy competentes; a pesar de abusos descriptivos, oleadas de sentimentalismo y explícita intención moralista, puedo decir que no me aburrí. Y aunque hace años que lo releo sólo ocasionalmente, debo confesar que sus historias me han quedado fijadas y que esos mismos personajes que frecuenté en el pasado me siguen atrayendo sin remedio. Ahora -suele ocurrir- con su adaptación correspondiente, aunque sin perder su humanidad a veces caricaturesca, desde las pantallas del cine o la televisión.
Charles Dickens nació en Landport (Portsmouth), al sudoeste de Londres, el 7 de febrero de 1812. Se crió en un hogar de modestos recursos: su padre era un empleado de poca jerarquía en el departamento de contabilidad de la Marina. Por fuerza y voluntad propia fue autodidacto; no recibió educación formal hasta los 9 años.
Uno de los episodios más tristes de su infancia fue el encarcelamiento del padre, enjuiciado por fraude y deudas; aunque el período de prisión no fue largo y la familia pudo convivir en la cárcel con el detenido (tal como se autorizaba en aquella época), los hechos dejaron profunda huella en el futuro escritor, que los utilizaría, en forma lateral o directa, en varias de sus novelas (por ejemplo, en La pequeña Dorrit ). También resultó una dolorosa experiencia, cuando tenía 12 años, su trabajo poco menos que esclavo en una fábrica de betún para zapatos; le serviría de punta de lanza para sus denuncias posteriores contra el trabajo infantil, permitido a comienzos de la era victoriana.
La familia se mudó varias veces, hasta recalar, finalmente, en Londres. La gran ciudad sería el escenario de su aprendizaje y de su escritura. Talentoso y precoz, trabajó a los 15 años en un bufete de abogados; en seguida, se destacó como taquígrafo judicial y cronista parlamentario. Leyó a sus contemporáneos y a los novelistas ingleses del pasado, como Daniel Defoe, Tobias Smollett,Jane Austen y su favorito Henry Fielding,el autor de Tom Jones .
A partir de 1833 empezó a publicar, en distintas revistas, bocetos y cuadros de costumbres londinenses, que reuniría en su primer libro, Bocetos de Boz (1835). Su situación económica mejoró rápidamente. En 1836 se casó conCatherine Thompson Hogarth, que en 14 años le daría 10 hijos. A algunos de éstos les puso nombres de escritores compatriotas, como Walter Landor, AlfredTennyson, su amado Henry Fielding y Edward Bulwer Lytton.
Como novelista -sería en adelante su oficio central y la causa de su fulminante popularidad-, Dickens debió someterse al mandato editorial de la época: a partir de 1820, la publicación de los libros por entregas, en revistas habitualmente mensuales, con la consiguiente repercusión en la técnica narrativa, y sus demandas de suspenso, demoras y aceleraciones de la trama, y sorpresas argumentales. Manejó todos estos procedimientos con maestría y les agregó una capacidad de invención y descripción de personajes de inconfundible valor. El público lector se ensanchó: la mensualización equivalía al pago en cuotas actual, accesible a más bolsillos.
Su primera novela, Los papeles dePickwick (1836-37), reveló su don cómico, que en adelante usaría sólo parcialmente. La que siguió, Oliver Twist (1837-38), es uno de sus logros mayores, una poderosa narración social, escrita rudamente y en una cuerda melodramática, pero que convence por su denuncia de la miseria, el significado perverso del dinero, y la explotación de los niños en la Londres de la época.
Con sólo 26 años, ya era uno de los escritores ingleses más prestigiosos. Lo confirmó con novelas como NicholasNickleby (1839-40) y Almacén de antigüedades (1840-41), y con el Cuento de Navidad (1843), donde asistimos a la humanización de Scrooge, un empresario avaro y egoísta.David Copperfield (1849-50), otra de sus grandes obras, es una típica novela de iniciación, que traza el itinerario vital de un joven -en más de un sentido, él mismo- que encontrará la felicidad y la paz sólo después de duras pruebas. El personaje del campechano Micawber, en el que hay ecos del padre del escritor, acentúa el carácter autobiográfico de la novela. Casa desolada (1852-1853), para algunos críticos, como G. K. Chesterton, la mejor novela del autor, descansa sobre todo en el complejo (y moderno) carácter de su protagonista, Esther Summerson.
Pertenecen al último período de CharlesDickens La pequeña Dorrit (1857-1858), Historia de dos ciudades (1859) y, muy especialmente, Grandes esperanzas (1860), con personajes memorables como el protagonista, Pip, otra vez un joven de origen pobre, y la aristocrática y enclaustrada Mrs. Havisham.
En 1858 el escritor abandonó a su mujer para acercarse a su nuevo amor, la actriz Ellen Ternan. El escándalo, en la melindrosa sociedad victoriana, no podía menos que estallar; Dickens quiso justificarse alegando insania de su esposa.
Él mismo había querido ser actor de joven, pero esa vocación se frustró. Lo compensó con las giras de lectura de sus últimos años, que tuvieron gran éxito y le reportaron mucho dinero, sobre todo en los Estados Unidos. Se presentaba, en esas giras, ante grandes auditorios que pagaban su entrada, y leía fragmentos de sus obras, impostando la voz para interpretar a los diversos personajes.
Charles Dickens murió el 9 de junio de 1870, en Gad’s Hill Place, de un derrame cerebral. Dejó sin terminar su última novela, El misterio de Edwin Drood . Fue enterrado en la Abadía de Westminster, a pesar de haber pedido, como última voluntad, un sepelio más modesto. La más completa de sus biografías, en la que se marcan con claridad la doble vida, los silencios y las evidencias de un victoriano, es la de PeterAckroyd (1990), con más de mil páginas de investigación exhaustiva.
La consideración de la obra de Dickensha sufrido pronunciados altibajos a lo largo del tiempo. A su glorificación en vida sucedieron juicios más moderados en las postrimerías del siglo XIX, hasta llegar a la reacción antivictoriana posterior, que lo condenó por “demagógico y vulgar”, descuidado en el estilo y la composición de sus narraciones, y creador de caricaturas más que de personajes coherentes. Por tales motivos, se lo quitó (momentáneamente) del panteón de los grandes narradores de su siglo, como Dostoievski, Tolstói, Balzac y Flaubert. Sin embargo, más cerca de nuestra época, se han recuperado sus méritos y, sobre todo, se le ha brindado una mejor comprensión.
Dickens es, para empezar, el gran cronista de las transformaciones sociales producidas por la revolución industrial, con su secuela de nuevos marcos familiares, modos inéditos de ganarse la vida, y cambios forzados de residencia. Compárense, sólo como ejercicio intelectual, las novelas dickensianas con las obras del mismo género de la hoy repopularizada (por las series televisivas) Jane Austen (1775-1817). Se verá cómo unas pocas décadas de diferencia pueden modificar, no sólo el diseño genético de dos escritores, sino también el gusto y la cantidad de sus lectores.
Mientras que la autora de Orgullo y prejuicio se asienta en el mundo de la mediana burguesía agraria, claramente preindustrial a pesar de la inminente llegada de los nuevos telares y enseres mecánicos, Dickens lo hace en la sociedad urbana que se industrializa, con sus correlatos humanos de administradores, prestamistas y niños esclavos. Austen,cronista de estilo cuidado, describe la todavía armoniosa campiña inglesa; Dickens, con escritura torrencial, se convierte en fotógrafo crítico de la nueva Londres, fascinante e injusta. Ambos son, como escritores, conservadores y progresistas a la vez: aunque los protagonistas de sus novelas -casi siempre femeninos en Austen, casi siempre (aunque no siempre) masculinos enDickens- suelen terminar casándose felizmente, queda en esos textos un residuo de rebeldía: el de una sutil defensa del destino de la mujer, en Austen; el de una invicta indignación ante la injusticia, en Dickens. En su momento Virginia Woolf reivindicó a Austen, a costa de Dickens: atribuyó a aquella un sentido de la forma que este último no tendría. Se trata de una discutible suposición.
No puedo sostenerla después de haber revisitado las novelas de Dickens que preferí y que sobreviven en mi recuerdo: David Copperfield , Casa desolada , La pequeña Dorrit y Grandes esperanzas . Dos hombres y dos mujeres. David y Pip. Esther y Dorrit. Quizá no sean un prodigio de forma, pero en su forma hay una respiración humana que de todos modos la habilita. Los cuadros de vida, el horror y la comicidad que describe Dickens pueden convivir con la inteligencia y la moderación de Austen.
En un comentario escrito en 1912, Bernard Shaw afirmó que “la indignación que Dickens promovió se ha difundido y profundizado hasta tornarse un convencido rechazo de toda la estructura industrial del mundo moderno”. Lo cierto es que fue fiel a las ideas que había abrazado en su juventud, entre ellas la denuncia de la ya citada explotación fabril y callejera de menores de edad, el señalamiento de la corrupción judicial, y el cerrado repudio de los ajusticiamientos públicos, abolición que pudo ver cumplida en 1868. Como escritor fue un narrador apasionado, un inagotable creador de personajes perdurables, muchos de los cuales son innegablemente grotescos. Pero, según diceHarold Bloom: “habría que mirar a nuestro alrededor”.
Dickens en el cine
Quizá Dickens sea, junto con Shakespeare, el escritor más adaptado por el cine y la televisión, principalmente en estudios británicos y en Hollywood. Para limitarnos al cine, hay que empezar mencionando dos magníficas películas inglesas, con perfecto clima dickensiano, dirigidas por David Lean: Grandes esperanzas (1946), con John Mills, Valerie Hobson y Jean Simmons; y Oliver Twist(1948), con John H. Davies, Alec Guinness y Robert Newton. De esta última hay una estimable versión muda, de Frank Lloyd (1922), protagonizada por Jackie Coogan y con Lon Chaney como el bandido Fagin; una musical, Oliver! (1965), dirigida por Carol Reed, y la de Roman Polanski, de 2005. De Grandes esperanzas existe una versión fallida, de 1998, dirigida por Alfonso Cuarón, con Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow. Merecen ser nombradas las hollywoodenses David Copperfield(1935), de George Cukor, con Freddie Bartholomew y W. C. Fields, e Historia de dos ciudades(1935), de Jack Conway, con Ronald Colman y Edna May Oliver. Del Cuento de Navidad , además de la reciente adaptación de Robert Zemeckis (2009), en 3D y con técnicas del cine de animación, debe mencionarse la clásica versión de Brian Desmond-Hurst (1951), con Alastair Sim como Scrooge. Pueden citarse, todavía, Los papeles de Pickwick (1952), de Noel Langley; La pequeña Dorrit (1988), de Christine Edzard, con Sarah Pickering, Derek Jacobi y Alec Guinness, y Nicholas Nickleby (2002), de Douglas McGrath, con Charlie Hunnam y Christopher Plummer. No resistimos a la tentación de añadir, por lo menos, una miniserie para TV, la excelente Casa desolada (2005), dirigida para la BBC por Justin Chadwick y Susanna White.
LA NACION
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