Ciudades de bienestar

Ciudades de bienestar

Por Ignacio Ramírez
Cuál es la importancia concedida a los gobiernos locales? ¿Cuáles son los aspectos constitutivos de una mejor calidad de vida? ¿En qué medida el rendimiento de las instituciones locales incide sobre el bienestar subjetivo de los ciudadanos? ¿Cuáles son los criterios mediante los cuales los ciudadanos evalúan la tarea de gobierno de un intendente?
Los interrogantes planteados dieron origen a la amplia investigación en que se basa la siguiente radiografía del poder local y de la vida urbana en la Argentina.

Desde lejos no se ve
La relevancia que se atribuye a un gobierno local varía de acuerdo con las culturas políticas que distinguen cada sociedad, que dan forma a su manera de percibir el nexo entre sociedad civil y Estado, entre la esfera privada y la pública. Alexis de Tocqueville ilustraba estas diferencias con el contraste entre Francia y Estados Unidos. Explicaba que los franceses al considerar el Estado y la Política están pensando en el poder central, los estadounidenses con la misma consigna generan imágenes ligadas al ámbito comunitario más cercano. A pesar de tener un texto constitucional más inspirado en Estados Unidos que en Francia, históricamente la Argentina ha estado dotada de representaciones nacionales del poder político. Si a un argentino le pedimos su evaluación del gobierno, sin adjetivar, seguramente expresará su opinión sobre el gobierno… nacional.
Es probable que en el curso de un año electoral el lugar del gobierno local quede todavía más eclipsado por la mayor visibilidad mediática que adquiere la vida política vinculada con los gobiernos provinciales y con el gobierno nacional. Sin embargo, uno de los principales hallazgos del trabajo reside en la centralidad que los ciudadanos atribuyen a sus gobiernos locales. La vieja imagen del intendente, como aquel funcionario cuya tarea se restringe a cambiar foquitos, no se ajusta en lo más mínimo a las expectativas y evaluaciones observadas.
El abordaje de este tema introduce el recurrente enigma acerca del conocimiento que tienen los ciudadanos sobre las competencias específicas de los gobiernos locales. El estudio invita a disolver esta esquemática distinción ya que los ciudadanos, más allá de su comprensión de los contornos administrativos de cada gobierno, esperan que su intendente trabaje para el mejoramiento global de la condiciones de vida de la ciudad. Es decir, no restringen sus expectativas ni las orientan específicamente sobre áreas puntuales.
¿Esto significa que los ciudadanos consideran omnipotente al poder local? De ninguna manera. El dato debe ser leído como un signo de los dos roles simultáneos que se esperan de un intendente. Un rol hacia adentro que concierne a la eficacia y transparencia en la implementación de las políticas públicas que la ciudad puede darse. La tarea centrípeta se acompaña del rol hacia afuera. El intendente es percibido como un representante que debe articular con los niveles “superiores” de gobierno para que las políticas provinciales y nacionales aterricen sobre el ámbito municipal. Asimismo, el gobierno local es entendido, también, como una selección que compite en la vidriera pública nacional para que la ciudad adquiera visibilidad y relevancia por fuera del entorno inmediato. Además de ser un actor doméstico, el gobierno local expresa y construye la identidad que la ciudad proyecta hacia el resto del país.
Estas observaciones están vinculadas con la creciente sofisticación de los electorados, que utilizan criterios distintos a la hora de elegir y juzgar a sus representantes locales, provinciales y nacionales. Pero además de las evaluaciones específicas, los ciudadanos reconocen la necesidad de una armonización entre las gestiones. Ningún ciudadano se representa su ciudad como una isla dotada de autosuficiencia gubernamental.

No todo es la economía
Definir y medir el bienestar, la felicidad y/o la calidad de vida de una persona constituye una tarea compleja, por los esfuerzos que exige pero sobre todo por los barrocos debates que podrían desatarse en torno al significado del concepto de “calidad de vida”. Asumiendo la complejidad del desafío, el estudio de Ibarómetro aporta al menos una pieza del rompecabezas necesario para reflejar las condiciones de vida de una ciudad. Durante mucho tiempo la calidad de vida fue abordada en clave puramente material, observando indicadores relativos a la acumulación de bienes, servicios y riquezas. Con el impulso de Amartya Sen, entre otros, cada vez más se incorpora un ingrediente subjetivo a la hora de determinar cómo viven las personas. En esta dirección se enrola el índice de “bienestar subjetivo”, en el que se conjugan diferentes aspectos constitutivos del bienestar de una persona y de una comunidad. En su elaboración han sido incluidos elementos emocionales y aspectos materiales, atributos relacionados con la vida privada y otros propios del ámbito público. Me detendré sobre dos componentes clave del bienestar subjetivo, la pertenencia y la confianza interpersonal.
Una de las conclusiones más destacadas remite a la íntima conexión que existe entre el bienestar de una persona y el grado de orgullo y pertenencia que siente en relación a su ciudad. Esto es, la identidad urbana no constituye un elemento puramente folclórico, sino también una pieza importante de la calidad de vida. Resulta inevitable evocar la elección de Sócrates entre el veneno y el destierro. Sobre este punto los gobiernos locales tienen un desafío simbólico fundamental, consistente en la arquitectura de una identidad que condense lo mejor de la historia y los valores de la ciudad estimulando el orgullo de sus ciudadanos.
Un segundo desafío transversal a todas las ciudades estudiadas se desprende de los bajos niveles registrados de confianza interpersonal. Una breve cita aportada por el sociólogo norteamericano Robert Putnam captura la importancia de este aspecto. La confianza interpersonal “… son esos elementos intangibles que cuentan sumamente en la vida diaria de las personas, a saber, la buena voluntad, la camaradería, la comprensión y el trato social entre individuos y familias, características constitutivas de la unidad social”. Los gobiernos locales tienen un amplio margen de acción para disolver la desconfianza que impregna la textura de la vida comunitaria de cada ciudad, de cada barrio. La jerarquización del espacio público y el estímulo a la participación ciudadana son, sin dudas, los caminos que deben recorrerse para mejorar los niveles de confianza interpersonal. Cuando los gobiernos asumen esta clase de desafíos conectan virtuosamente el rendimiento del Estado local con el bienestar subjetivo de las personas.

El gobierno de cerca
Uno de los objetivos principales de la investigación consistió en el diseño de instrumentos para conocer en profundidad las evaluaciones de los ciudadanos con respecto a sus gobiernos locales. Pero al mismo tiempo, nos hemos propuesto explorar la anatomía del poder político local, es decir, detectar los puntos críticos que conducen a una buena evaluación de la gestión local o a una imagen negativa. Hemos abordado la calidad de gobierno desde dos perspectivas diferentes, ambas relacionadas con su legitimidad: los resultados percibidos de la gestión y el liderazgo y estilo de gobierno que encarna el intendente.
En relación al primer punto, la gestión, comprobamos que no existe un área que concentre las miradas de los ciudadanos, quienes están atentos a los avances en seguridad, transporte, salud, educación, atención al vecino, obras públicas y cultura. Subrayada la ausencia de un aspecto excluyente de la gestión urbana, el estudio enfatiza la importancia y los múltiples significados asociados al trabajo sobre el espacio público. Su embellecimiento suele ser descalificado por cierto enfoque progresista como gestión de la apariencia, o como dedicación de recursos a un tema menor. Lo cierto es que si los ciudadanos conceden a este componente tanta relevancia no es porque jerarquicen las plazas por encima de los hospitales. La razón subyacente reposa en que el espacio público resulta consustancial con la naturaleza de la vida urbana. El espacio público es el entorno democratizador por excelencia, la escenografía de la vida comunitaria, el escenario del encuentro entre lo diverso y lo desconocido. En este sentido, las tareas de mantenimiento y jerarquización de plazas, veredas, iluminación, lejos de constituir una preocupación frívolamente estética, connotan, en la mirada de los ciudadanos, una reivindicación de lo público que sintoniza con el clima de valores que se respira actualmente en la Argentina. La romántica distinción entre apariencia y fondo no resulta un esquema adecuado para aproximarse a las complejas expectativas de las sociedades contemporáneas. Un elocuente ejemplo: las ciudades de mejor performance en materia de pertenencia son aquéllas donde los ciudadanos se sienten orgullosos de la belleza de su ciudad; y no aluden a los privilegios que injustamente distribuye la naturaleza.
Examinemos ahora el otro aspecto de la calidad de gobierno, el liderazgo. Se trata de un concepto complejo, cuya composición también mezcla elementos diversos. No obstante, al analizar el liderazgo local sí hemos identificado un atributo estructurante de la imagen que se construye sobre un intendente: la proximidad. No es causal, en consecuencia, que las administraciones de mejor calidad de gobierno sean aquellas cuyos intendentes son percibidos como cercanos. La cercanía de un gobierno local no debería confundirse con una sobreactuación vecinalista del intendente o de sus funcionarios. La proximidad significa la presencia de un Estado local sensible, donde lo humano y lo administrativo ya no son incompatibles, como pensaba con pesimismo Max Weber. Con respecto a la interpretación adecuada de la demanda de proximidad puede advertirse que ninguno de los intendentes considerados más cercanos se ajusta a los dos arquetipos de intendentes que rigieron durante mucho tiempo: el barón del conurbano bonaerense y el intendente conservador-paternalista del interior.
Pasemos en limpio antes de terminar. Los ciudadanos esperan que el Estado nacional sea principalmente quien lleve adelante las políticas dirigidas a la construcción de un país más justo y desarrollado. Pero al mismo tiempo, una mejor calidad de vida no depende exclusivamente de programas nacionales sino también de ciudades que recuperen la vocación pública, ciudades participativas, donde el cruce con el otro no provoque temor sino empatía e interés. Escenarios abiertos, transparentes, salpicados de creatividad, innovación y cultura colaboran con este horizonte. El gobierno local posee un nervio profundamente afectivo, ligado a la primera pregunta que nos formulan cuando quieren conocernos: ¿De dónde sos?
REVISTA DEBATE