Bienvenido sean los microbios

Bienvenido sean los microbios

Por Alejandra Folgarait
Somos la suma de nuestras células. Y somos, también, la multiplicidad de los microbios que nos habitan. La salud y la enfermedad dependen de este fascinante y complejo ecosistema, del que los científicos acaban de descubrir una parte fundamental. Tras analizar el genoma de las bacterias presentes en 242 norteamericanos sanos, científicos del Proyecto Microbioma Humano revelaron en la revista Nature que convivimos con 100 billones de bacterias en nuestro organismo, pertenecientes a unas mil cepas diferentes. El número de microbios es 10 veces más grande que el de las células del organismo. Pero la concentración de bacterias es muy diferente según el sitio corporal. Mientras el colon y las encías son lugares de gran diversidad bacteriana -se identificaron 4.000 y 1.300 especies diferentes, respectivamente, la vagina muestra una mayor uniformidad, con apenas 300 cepas. Los investigadores advierten que los descubri¬mientos del microbioma corresponden a personas que viven en los Estados Unidos. ¿Tendrán el mismo microbioma los mexi¬canos, los nigerianos y los argentinos? No se sabrá a menos que se inviertan millones de dólares -170 puso hasta ahora Estados Unidos- en estudios de secuenciación genética de los microbios que viven en cada población. A esto habrá que sumarle el estudio genómico de los virus y los hongos que también forman parte del universo microbiano que nos habita. Con todo, advierten los científicos, siempre habrá variaciones en los microbios que f colonizan a cada persona. Y la comunidad bacteriana puede variar en las distintas etapas de la vida de una persona. “La microbiota o flora microbiana del in testino es muy importante, al punto de que los animales de laboratorio que no tier gérmenes no pueden sobrevivir”, api el gastroenterólogo Luis Bustos Fernández. “La flora bacteriana es como la huella dactilar de cada persona y es fundamental para mantener la salud de un individuo, insiste el ex secretario de la Sociedad Argentina de Gastroenterología (SAGE). La flora bacteriana del intestinal se empieza a conformar desde el nacimiento
gracias al tránsito por el canal del parto. Luego la colonización vendrá de la mano de los alimentos, empezando por la leche materna, y siguiendo por los vegetales y carnes.
“Los bebés nacen esencialmente estériles y adquieren su microbioma del entorno”, explicaron David Relman y sus colegas de la Universidad de Stanford en la revis¬ta Science. “El ensamblaje posnatal de la microbiota juega un rol importante en la salud infantil, brindando resistencia a la invasión de patógenos y estimulación inmunológica”.
Antes del parto, los microbios de la vagina de una mujer embarazada cambian signi¬ficativamente y se vuelven más uniformes y menos abundantes, según publicaron científicos del Baylor College of Medicine, Estados Unidos, en la revista PLoS One. Esto significa que no en todas las etapas de la vida la disminución de la diversidad bacteriana es sinónimo de enfermedad. Los niños que nacen por cesárea tienen bacterias intestinales de otras cepas que los que nacieron por parto normal (y estuvieron en contacto con el microbioma vaginal de su madre). En los niños alimentados exclusivamente con leche materna hay una gran presencia de bacterias bífidas, que no se encuentran en los que reciben leche de fórmula. Según algunos pediatras, si un niño no adquiere una diversidad bacteria¬na adecuada durante su infancia, puede sufrir más tarde de diarreas y también asma y alergias, entre otras enfermedades.
Al llegar a la adultez, el 90% de las bacterias que nos habitan trabajan para nuestro beneficio, mientras aprovechan simbióticamente la comida que les proveemos. En el intestino, los microbios colaboran para romper ciertas moléculas de alimentos que los humanos no podemos digerir por nosotros mismos. Además, las bacterias producen vitaminas y proteínas antiinflamatorias que regulan respuestas del sistema inmune. De ahí que los desequilibrios en las bacterias intestinales se asocien a las alergias y a ciertos cánceres. Y que los cambios en los microbios de la nariz se vin¬culen con la sinusitis crónica. Ante un aumento del estrés o una infección tratada con antibióticos, algunas bacterias benéficas se van al mazo y dejan que tome la posta el 10% de los microbios del organismo que producen toxinas y destruyen células. El desequilibrio microbiano puede dar lugar a un aumento excesivo de la bacteria Helicobacterpylori, una de las causas de las úlceras y el cáncer gástrico, o de la temida Clostridium difficile, productora de colitis.
Sólo cuando se trata de bacterias “negati¬vas” se impone el uso de antibióticos. En cambio, casi siempre es posible introducir ciertos microbios para modificar el estado corporal e, incluso, el ánimo, sugieren algunos especialistas. Pero aún no se sabe bien cómo combinar las cepas bacterianas. Se puede regular la composición y el fun-cionamiento de las bacterias intestinales de muchas maneras: a través de antibióticos, de probióticos (bacterias vivas) o de prebióticos (alimentos, como las fibras o ciertos azúcares, que actúan sobre las bacterias intestinales).
“Lo importante es que, al modular la flora intestinal, se pueden regular las respuestas inflamatorias del organismo, que están involucradas no sólo en los problemas digestivos sino también en la ateroesclerosis, la obesidad, el hígado graso y otras enfer¬medades prevalentes en la población”, se entusiasma Juan Andrés De Paula, jefe de Gastroenterología del Hospital Italiano. Desde tiempos inmemoriales, los humanos han influido sobre la flora intestinal a tra¬vés de yogures, quesos y bebidas espirituosas, fermentados con la ayuda de bacterias y hongos. Ahora, los probióticos -organismos vivos que, cuando son administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio al huésped, en la definición de la OMS- se multiplican en las góndolas de los lácteos y florecen en los estantes de suplementos de las farmacias y herboristerías. “Pero no todos los probióticos son iguales, ya que dependen de la bacteria que contengan, y no todos sirven para tratar los mismos síntomas”, advierte De Paula.

Alimentos como fármacos
Una nueva era asoma en el horizonte: los alimentos como fármacos. Sumando microbios, nutrientes y enzimas a la comida, es posible modificar el funcionamiento no sólo del intestino sino también del cerebro. Después de todo, se sabe que el intestino produce hormonas, como la leptina, que influyen sobre las sensaciones mentales de hambre y saciedad. Quizá se podría usar una bacteria intestinal para contrarrestar la obesidad. Si bien el mercado preventivo y terapéutico es apetitoso -en 2011 se gastaron 28.000 millones de dólares en probióticos en el mundo-, es preciso que estos micro¬bios sean evaluados científicamente antes de usarlos como una pildora. Según la Asociación Científica Internacional para los Probióticos y los Prebióticos (ISSAP), un probiótico debe estar vivo cuando es administrado, debe haber sido bien definido microbiológicamente y tiene que haber atravesado evaluaciones científicas para documentar que tiene efectos benéficos en el huésped. Además, debe demostrar ser seguro para su administración humana.
Para proveer las evidencias científicas que necesitan para sus productos, algunas empresas, como Danone, montan sus propios laboratorios de investigación. Otras, como Sancor, establecen alianzas con institutos universitarios, como Cerela, de Tucumán. Además, existen grupos científicos que realizan estudios con animales en forma independiente, y arriban a conclusiones sorprendentes. Pero todavía se trata de asociaciones entre cambios bacterianos y enfermedades, no de relaciones de causales. De hecho, la mayoría de los científicos independientes se pregunta si las bacterias son la causa de un problema o sólo su efecto.
En la Argentina, uno de los países del mundo con mayor consumo per cápita de yogures y probióticos, se acaba de constituir un consorcio entre empresas privadas y laboratorios estatales (INTA, INTI y Universidad del Litoral y del Nordeste) para investigar y desarrollar nuevos alimentos lácteos probióticos. El primer proyecto es elaborar leche con menos grasas dañinas y productos lácteos derivados de distintos animales que tengan beneficios para la salud.
Mientras tanto, los gastroenterólogos aprovechan los probióticos existentes en el mercado para implementar cambios en la dieta de los pacientes. “Las bifidobacterias y los lactobacilos promueven la digestión de nutrientes, reducen la diarrea y la constipación, producen resistencia a las infecciones y reducen las condiciones de inflamación en los intestinos”, señala el gastroenterólogo Luis María Bustos Fernández, quien destaca el rol del estrés en los desequilibrios alimentarios y el papel positivo que pueden tener los probióticos para remediarlo.
Pero los beneficios de las bacterias de la leche pueden ir más allá. Una dosis de Lactobacilus rhamonosus consiguió que ratones de laboratorio en Irlanda sufrieran menos síntomas de ansiedad y depresión que sus compañeros libres de microbios, según se publicó el año pasado en la revista de la Academia Norteamericana de Ciencias (PNAS). Los ratones irlandeses probaron así que existe una vía que comunica el aparato digestivo con las emociones, algo que todo el mundo con una úlcera sospechaba, pero que ahora tiene su rúbrica en revistas científicas de primer nivel. Por su parte, el investigador Michael Fischbach, de la Universidad de California, descubrió que las bacte¬rias intestinales son capaces de producir neurotransmisores, por lo que están en condiciones de modificar a distancia el funcionamiento neuronal. Si bien es muy pronto para reemplazar los antidepresivos por un probiótico, los gastroenterólogos apuestan a los probióticos para contrarrestar los efectos del estrés en sus pacientes. “Los probióticos pueden modular la sensibilidad del aparato digestivo, que está afectada cuando hay síntomas de dolor o hinchazón abdominal pero no se observan anomalías orgánicas en los estudios”, dice De Paula. “El estrés emocional varía la permeabilidad intestinal y el equilibrio que existe entre el individuo y las bacterias que lo habitan”, confirma Bustos Fernández. “A través de los probióticos podemos actuar sobre la inflamación y las reacciones in-munológicas, y -subraya el gastroenterólogo- influir en la relación ecológica de bacterias y humanos”. Para el bioingeniero norteamericano Fischbach, el desafío a futuro no es tanto identificar las cepas más benéficas para la salud sino cambiar el enfoque de la medicina, desde la actual guerra contra las bacterias hasta un concepto ecológico de la salud. “Tenemos que hacer una transición clínica desde el cuerpo como un campo de batalla, al ser humano como un habitat”, subrayó el investigador en el trabajo publicado recientemente junto con David Relman y otros colegas . En el futuro, los médicos harán tests rápidos para monitorear el estado de la comunidad de microbios tanto cuando una persona está sana como cuando está enferma y, también, mientras recibe un tratamiento farmacológico. De acuerdo con los resultados, se recomendarán cambios adaptativos en la alimentación y en hábitos que podrían restablecer el ecosistema simbiótico de bacterias y humanos, para bien de los unos y de los otros.
EL GUARDIAN