26 Jul Murallas del Triásico
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Por Julián Varsavsky
Lo primero a tener en cuenta al planificar una visita al Parque Nacional Talampaya es que hay seis circuitos y es casi imposible hacerlos todos, incluso en dos días completos. Hay además cierta redundancia entre unos y otros, mientras que la elección de qué hacer depende del interés de cada uno e incluso del estado físico.
Algunos paquetes turísticos incluyen en el mismo día una visita a Talampaya y al vecino Valle de la Luna en San Juan, una opción no muy recomendable por lo extensa y la manera superficial en que recorre ambos parques. Descartada esa alternativa, se debe considerar que por lo general uno va una sola vez en la vida a Talampaya, y su variedad de paisajes y excursiones es notable. Así que lo ideal es dedicarle un día completo a la visita. Y si uno tiene también interés en un acercamiento deportivo y a fondo al parque –practicando trekking o ciclismo– y en hacer la recorrida bajo la luna llena, se justifica ir dos días de manera relajada y evitando los soles del mediodía. Para reforzar esta alternativa hay en la ciudad de Villa Unión confortables hoteles con piscina.
Lo clásico
Frente al centro de visitantes del parque está el Sendero del Triásico, que es autoguiado y se recorre en 20 minutos. Allí hay réplicas de dinosaurios y otros animales prehistóricos a escala real que habitaron la zona en el Triásico, hace 150 millones de años. Las obras fueron hechas con fibra de vidrio y resinas sintéticas por un equipo de “paleoartistas” –paleontólogos del Conicet– con una fidelidad asombrosa.
La visita más común que hace la mayoría de los viajeros es por el cañón de Talampaya. Las dos primeras opciones son recorrerlo en combi o en camión overland, que es una especie de motorhome con techo abierto que da una visibilidad de 360 grados y tiene baño y videos explicativos. El circuito –ya sea en combi o en overland– dura tres horas e incluye un guía que da las explicaciones geológicas.
Al comenzar la excursión se levanta al fondo una “Gran Muralla”, tan majestuosa como aquella construida en Oriente, un farallón de fuego rojo como la arena del camino. Se recorre el lecho seco del río Talampaya entre paredes erosionadas que condensan 250 millones de años de historia geológica. Por allí –donde hoy descansa un lagarto somnoliento–, hace millones de años se pasearon los primeros dinosaurios (en este parque se descubrió la osamenta del Lagosuchus talampayensis, uno de los más antiguos jamás encontrado).
En el camino surgen caprichosas formaciones de sedimento y solitarias columnas sosteniendo una gran roca en lo alto. Y a lo lejos parecen erigirse antiguas ciudades amuralladas, catedrales góticas y esfinges rojas esculpidas por la erosión a lo largo de los siglos.
La primera parada es en la Puerta del Cañón de Talampaya para ver unos antiguos petroglifos con imágenes de hombres, guanacos, pumas y ñandúes. Y a un lado están los morteros cavados en la roca por hombres de las culturas Ciénaga y Diaguita (siglos III al X). El recorrido continúa al pie de un descomunal paredón de 150 metros hasta el Jardín Botánico, un bosquecillo de 500 metros con algarrobos de 250 años, chañares y molles de penetrante aroma, cuyos tonos de verde se interrumpen bruscamente con la aparición del rojo paredón. Allí el agua de lluvia creó en el frente de la pared una gran hendidura vertical de forma cilíndrica desde la base hasta la cima, llamada La Chimenea.
El recorrido continúa hasta la formación La Catedral con sus líneas góticas y llega hasta El Monje, donde se da una vuelta en “U” para regresar al punto de partida.
Trekkings sencillos
En el parque se pueden hacer tres trekkings por diferentes lugares. Los más cortos y sencillos –que se complementan bien con el recorrido clásico por el Cañón de Talampaya– son los llamados Ciudad Perdida y Cañón Arco Iris, que duran alrededor de tres horas redondeando una visita de un solo día al parque.
El trayecto hacia Ciudad Perdida –siempre con un guía autorizado– comienza por el lecho seco del río Gualo, donde se deja el vehículo para hacer una caminata sorteando dunas y pampas pobladas por guanacos. Al llegar a un mirador natural en una elevación del terreno, el desértico panorama se abre en un impresionante “cráter” de tres kilómetros de diámetro con fantásticas formaciones que asemejan las ruinas de una ciudad fantasma destruida por una lluvia de meteoritos.
Ciudad Perdida es una gran depresión en el terreno rodeada por farallones de 250 metros de altura. Vista desde arriba, parece un intrincado dédalo de grietas, galerías sin salida y sinuosos cursos de agua resecos que se bifurcan al arbitrio de las lluvias y el viento. Esta formación surgió hace 120 millones de años y por su centro corre un arroyito milenario que bien podría ser el de la Ciudad de los Inmortales del famoso cuento de Borges: “Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra”.
Por un flanco se desciende al interior de la Ciudad Perdida para recorrer sus interminables laberintos diseñados por las corrientes de agua de lluvia, que cada verano renuevan estos misteriosos recintos de arenisca. Entre los tesoros escondidos hay una pequeña pirámide casi perfecta y un pozo de 100 metros de ancho por 30 de profundidad.
La otra de las dos alternativas de trekking corto es el Cañón Arco Iris, donde algo en el paisaje remite al universo onírico de la obra de Gaudí. En este cañón hay abstractos seres monstruosos cincelados en piedra –incluso un lagarto como el del Parque Güell en Barcelona– y superficies ondulantes. Pero también hay líneas rectas perfectas y pirámides que la antojadiza naturaleza traza sin explicación, formas que por alguna razón los hombres consideramos exclusivas de nuestra especie.
Aquí y allá proliferan los grandes derrumbes y por momentos uno cree ver a Cartago en ruinas. Más adelante la sensación es la de caminar por los escenarios interplanetarios de la Guerra de las Galaxias. Y, según se lo mire, un dinosaurio podría aparecer caminando tranquilamente por aquí y nosotros seguiríamos de largo como quien ha visto un caballo.
Un trekking largo
La Quebrada Don Eduardo es quizás el circuito más completo y espectacular del parque. También es el menos visitado, porque requiere mayor esfuerzo: hay que caminar seis o doce kilómetros según el camino elegido. Así y todo vale la pena y mucho. Incluso si un visitante hace la opción de doce kilómetros del circuito Don Eduardo (que incluye el Cañón de Talampaya), ésta podría ser la única excursión que haga en el parque, ya que así se recorre lo mejor de lo clásico y de los circuitos alternativos.
La excursión arranca temprano en la mañana para evitar el sol, en una camioneta junto a la entrada del parque. A los pocos minutos uno ya está caminando por el curso seco del río Talampaya, cuyo régimen de aguas transitorio lo hace crecer de manera aluvional. Al observar este desierto casi absoluto, es difícil imaginarse que el curso del río pueda alcanzar los 400 metros de ancho y un metro y medio de profundidad en cuestión de minutos.
A la vera del río crecen algarrobos de tronco retorcido varias veces centenarios, algunos incluso cercanos a cumplir el milenio. Tras uno de ellos se entra en la Quebrada Don Eduardo para trepar lomadas y pasar bajo túneles de piedra entre laberintos de arenisca.
La fauna del parque es de hábitos crepusculares, así que al comienzo se hace desear. Pero al caer la tarde suelen verse pasando como rayos por el sendero, desde un gallito arenero con su cola perpendicular al suelo –igual que el correcaminos de Norteamérica–, hasta un zorro gris que sería el equivalente al coyote de los dibujitos animados.
La excursión atraviesa finalmente el Cañón de Talampaya –un agregado opcional a la Quebrada Don Eduardo, que duplica el trayecto hasta los doce kilómetros– para caminar entre paredones de 180 metros de alto. Esto incluye la visita a Los Pizarrones, un conjunto de petroglifos y morteros cavados en la roca por los aborígenes hace unos once mil años.
En bici o con luna llena
En Talampaya hay disponibles 25 bicicletas de alquiler para recorrer algunos de los circuitos tradicionales del parque, siempre con un guía autorizado. Por un lado se puede hacer el circuito del Cañón de Talampaya, que dura una hora y media y pasa por el sector de los petroglifos indígenas, una cueva y el Jardín Botánico. La segunda alternativa es un poco más larga, ya que dura alrededor de dos horas y media y, además de recorrer lo mismo que la anterior, se interna por el cañón hasta La Catedral.
La forma más sugerente de abordar la belleza del parque es con una caminata en las noches de luna llena. Cinco veces al mes la luna se convierte en un disco de plata que arroja su resplandor blanquecino sobre los murallones, que se ven como una sombra a contraluz. La excursión dura tres horas y comienza en el parador Huayra Huasy. El primer tramo es en vehículo hasta el centro del cañón, donde se hace una caminata de media hora a la luz de la luna. Después se continúa otro tramo en vehículo hasta La Catedral, para observar el contorno negro de sus agujas góticas de 100 metros de altura.
Al avanzar en plena noche entre las paredes del gran cañón todo es misterio y sugestión. Uno parece recorrer un oscuro laberinto para gigantes en permanente cambio, más perfecto que cualquier otro diseñado por el hombre.
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