Corazón caribeño

Corazón caribeño


Por Liz Valotta
Playas bañadas de turquesa, aguas coralinas y palmeras que se estiran desde la arena clara. Corazón caribeño sacudido por el ritmo sensual del merengue y collares hechos que se bambolean sin descanso. Villas coloniales, carnavales enmascarados y tradiciones matizadas por la magia. Colores mestizos, sabores dulces, bosques tropicales y montañas en el horizonte.
República Dominicana parece no tener fin cuando comienza a deslumbrar con sus más de 500 kilómetros de silueta costera. Itinerario que por momentos llega a ser vibrante y a ratos puede ser sereno, que a veces se muestra moderno y luego nostálgicamente antiguo, pero que siempre se ofrece exultante cuando de belleza se trata.
Hacia el norte el Océano Atlántico, Puerto Plata y las milagrosas minas de ámbar. Y allí comienza a seducir el colorido de la arquitectura campesina, los picos crispados de la Cordillera Central y una silenciosa calma que sólo se interrumpe con el canto de algún arroyo cristalino.
En la zona sur, el Mar Caribe baña otra franja de playas paralela a la costanera. Se trata de un recorrido por cuatro provincias que salen al encuentro de los viajeros tentando a cada segundo con orillas transparentes, caminos de ripio y cornisa, y testimonios vivos que recuerdan las agitadas épocas de la independencia. Sus nombres son San Cristóbal, Peravia, Azua de Compostela y Barahona y, con perfecto equilibrio, saben mezclar toda la rica historia isleña con parajes de sueños. Lugares como Costámbar, Sosúa o Playa Cabarete suelen quedar adormecidos en el recuerdo, pero obligan a volver.

Hacia la tierra donde nace el sol
El este; punto cardinal elegido por el sol para asomarse. Fotografía que encierra atardeceres anaranjados, paraísos naturales sin fin y costumbres que se llenan de encantos.
Sucede que aquí, de una manera especial, se combinan el clima ideal y las costas inigualables, con una gran infraestructura hotelera y un sentido hospitalario que es innato en los dominicanos de esta zona. Siendo uno de los lugares que más crecimiento turístico ha tenido en la isla, posee tres aeropuertos internacionales ubicados en Santo Domingo, La Romana y Punta Cana, que confirman esta predilección con arribos de todo el mundo.
Si la intención es recorrer la región en auto, la carretera que bordea el Mar Caribe tiene algunas paradas obligatorias como el pueblo de pescadores La Caleta, las playas de Boca Chica y la ciudad de San Pedro Macorís.
El extremo oriental de la isla está ocupado por Higüey, y allí, casi calléndose al mar, la privilegiada Punta Cana que, gracias a su ubicación, puede contemplar tanto la inmensidad del Atlántico como la transparencia del Caribe. Sumergido en un peculiar exotismo y ostentando aguas que dejan ver los colores de la vida submarina, este exclusivo sector es desde hace tiempo uno de los más solicitados por los turistas. Con temperaturas promedio de 26 grados y bajo un sol que convierte en dorado todo lo que toca, el sereno paraíso costero de Punta Cana se entrega sin más a los relajados vientos caribeños. Y lo hace sin escatimar nada; con artesanías y ritmos musicales nativos, con playas a elección y con una quietud envolvente que, bajo el sonido tenue de las olas, se encarga de apaciguarlo todo.

Santo Domingo, ciudad colonial
Recorrer la zona colonial de Santo Domingo parece tener la capacidad de transportar en el tiempo. Las casas de piedra y las iglesias antiguas empapadas del estilo barroco que aún gobierna los pasajes de la ciudad primada revelan el encanto de la autenticidad caribeña. Sobre la calle Isabel la Católica, la Catedral Santa María de la Encarnación atrae como un imán a todas las miradas con su compleja mezcla de elementos góticos y renacentistas que la adornan desde el siglo XVI. Lo mismo sucede con las Casas Reales, la Capilla Nuestra Señora de los Remedios o las antiguas construcciones Jesuitas. Ahora, lo que ningún amante de la arquitectura puede perderse es un paseo por las viejas casonas de Las Atarazanas, que continúan brillando con el resplandor clásico de los florecientes siglos XV y XVI.
Muy cerca, en el corazón de la ciudad, la bulliciosa Plaza de la Cultura se rodea -como lo indica su nombre- con la Biblioteca Nacional, la Galería de Arte Moderno, los museos de Historia y Geografía y el Teatro Nacional.
Así como en la zona céntrica algunas plazas comerciales exhiben tiendas de marcas internacionales, también existe un espacio abierto para las artesanías. Con la caída del sol, la avenida George Washington contempla como se va tiñendo el Caribe. Más tarde, la noche dominicana ofrece su cena, por ejemplo, con esa especie de paella condimentada con aderezos de la isla que es el locrio dominicano. La digestión puede hacerse sin problemas desparramando algunas fichas en el casino. Por último, unos pasos de merengue en el Malecón de Santo Domingo, la discoteca más larga del mundo, sabrán estirar la noche hasta las primeras luces del próximo día.
EL CRONISTA