Michael Fassbender, no sólo un sex symbol

Michael Fassbender, no sólo un sex symbol

Por Fernando Lopez
asi seis años estuvo Michael Fassbender demostrando sus cualidades actorales en series y telefilms sin que el cine reparara en ellas, y cuando lo hizo, fue para explotar su figura atlética como el empedernido guerrero de 300 (2006), compromiso que lo sometió a un duro entrenamiento para realzar su potente presencia. Fue esa presencia la que impidió que se lo encasillara como el nuevo héroe viril, siempre listo para lucir el torso. Como si hubiera querido descartar de plano esa posibilidad, apareció esquelético en su primer protagónico, el de Hunger (2006), la celebrada ópera prima de Steve McQueen, sobre las condiciones subhumanas en que los activistas del IRA purgaban sus culpas en las cárceles de Margaret Thatcher. La crítica lo aplaudió y sus elogios fueron aumentando a medida que el actor exhibía nuevas facetas de su temperamento dramático en papeles tan diversos como los de Eden Lake (el joven marido que debe proteger a su esposa de una pandilla de vándalos), El rebelde mundo de Mía (el padre sustituto y objeto de deseo de una adolescente), el señor de Rochester en Jane Eyre; el joven Magneto de X-Men: primera generación, o el atildado teniente británico infiltrado entre los nazis en Bastardos sin gloria, entre otros. Esos últimos personajes y los dos con los que ahora está presente en las carteleras locales -el joven Carl Jung en turbulenta relación con su mentor (Sigmund Freud) de Un método peligroso y el adicto al sexo de Shame, sin reservas, nuevamente dirigido por Steve McQueen- justificaron que varias publicaciones lo consideraran el hombre del año; que un jurado presidido por Darren Aronofsky le concediera la Copa Volpi al mejor actor en el último Festival de Venecia, y que su nombre estuviera en boca de medio Hollywood en los días que precedieron el anuncio de las candidaturas al Oscar. Hay quienes no se explican por qué no figuró entre los nominados, pero nadie discute que 2011 fue el año de su consagración como una de las grandes estrellas masculinas de hoy al lado de Ryan Gosling.

No cualquiera es requerido por tantos cineastas de prestigio: Tarantino, Cronenberg, McQueen. Soderbergh (lo quiso para Haywire, que se verá en octubre, y Ridley Scott, para Prometeo, su esperado regreso a la ciencia ficción, anunciado para junio, y quizá para The Counselor, ambicioso proyecto sobre una novela de Cormac McCarthy. Si la vocación no hubiera sido tan firme o no hubiera tenido tanta paciencia, tal vez, este hijo de un alemán y una irlandesa nacido en Heidelberg en 1977 y criado en la patria de Michael Collins sería arquitecto o estaría preparando cócteles en algún bar de la familia. Pero la escena primero y el cine después lo sedujeron para siempre. Se apasiona por sus personajes y no mide riesgos. No los tuvo para afrontar sus comprometidos desnudos de Shame ni para aguantar el largo régimen a base de nueces y sardinas en lata que lo dejó en piel y huesos para mostrarse en Hunger como el rebelde irlandés al cabo de una huelga de hambre. Un discutible “método actoral” que tal vez le inspiró su admirado Robert De Niro y que bien podría ser tema de una próxima entrega.
LA NACION