26 Jun La hora de los sacrificados
Por Francisco Schiavo
Habrá que darse una vuelta por Sarandí para darse cuenta del esqueleto de Arsenal. El que no conoce se guía, a lo lejos, por el Viaducto que cruza la vena principal de Avellaneda, la avenida Mitre, pero tarde o temprano se perderá entre las cortadas y los recovecos que dibujan laberintos hasta la casa del campeón. Los más fanáticos ya pintaron los frentes de las casas. Mientras más desprolijo, mejor, más auténtico, más artesanal, con el pulso aún tembloroso. El celeste se confunde con el azul o tiene destellos violáceos, lo mismo da. El rojo brilla. Los más medidos colgaron algunas banderas, la mayoría desgastadas, con marcas del ascenso, en las puertas y balcones. Los neutros se pusieron contentos sólo porque la “patria chica” da ese sentido de pertenencia que jamás se explica. La gesta es un poco de todos, de unos pocos, y se potencia frente a la omnipotencia de los que ostentan una multitud. Habrá que tomarse un tiempo para entenderlo, más bien para sentirlo.
Ahí empezó la magia. La fantasía no quedó resguardada únicamente en la mente de Walt Disney. Porque Arsenal tiene un poco de todos los personajes animados que aún hoy emocionan desde la proyección de los recuerdos. Es cuestión de reproducirlos y relacionarlos. Está el que piensa, el gruñón que despotrica y el atolondrado siempre simpático. También los que acompañan. Hay romanticismo. Son todos para uno. Si hasta parece oírse el rollo en la sala del barrio. Siempre hicieron el mismo camino los pilares del campeón. Cada uno pasó con cuidado alguna cuneta y se tentó con el puestito de venta callejera de fruta de estación. De fondo negro y tiza, las ofertas parecen irresistibles. Fueron sandías y melones en el verano. Hoy manda el perfume de los cítricos. Son detalles en la vida de un campeón que tuvo sus motivos.
Desde el fondo, la sangre joven de Lisandro López y Guillermo Burdisso sacó coraje. Adelante, Luciano Leguizamón y Emilio Zelaya hicieron de las suyas y se entendieron con jugadas que parecieron trazadas con un compás. El DT Gustavo Alfaro los guió con confianza y, a la vez, mantuvo la distancia con los jugadores. El éxito, el primer título en el fútbol local, no sólo se resumió en ellos, pero sí dejaron una ruta en cuanto a la imagen y a las estadísticas del mejor equipo en el Clausura 2012.
Habrá que ser justos. El retrato con LA NACION se hace horas antes de la gesta, del triunfo con Belgrano por 1-0, del título, de la vuelta olímpica, de la vorágine. Los encuentra con la ropa de trabajo, la de entrenamiento, la que siempre termina embarrada. Siguen las fotos. Burdisso se saca la campera gris y queda camuflado entre sus compañeros. “A ver si me confunden con el técnico”, jaranea. Horas antes quedó en claro cómo se tomaban el asunto: con seriedad, pero también con soltura. Ahí estuvo una de las claves. “¿Cuándo sale la nota? ¡No vaya a ser cosa que nos quemen, eh!”, dice, mitad en serio mitad en broma, Leguizamón. Nada de eso. La copa ya está en la vitrina del club.
Las voces suenan roncas el día después. Durmieron poco, casi nada. Nadie duda de lo que pasó, pese a que las imágenes se proyectan como el sueño más empalagoso. Alguna vez Alfaro reconoció que lo primero que veía en un jugador era la calidad humana. Y así se movió en busca de la solvencia en Arsenal. No será casualidad, entonces, que cuando se investiga sobre la intimidad del grupo surjan dos nombres unánimes: Gastón Esmerado y Danilo Gerlo. Ellos, los más grandes, jugaron poco, pero se ganaron el respeto. Siempre están en boca de todos.
“El mérito es del grupo -avisa Zelaya-. De los que jugaron más y de los que siempre acompañaron con buena onda desde afuera. Fue tan importante un gol como los gritos en el ómnibus camino al estadio. De todos nos nutrimos en este campeonato”.
Habrá que creerle a Alfaro, que confirmó en la zaga a Licha López, que se había ido al descenso con Chacarita, y a Burdisso, de discontinuo paso por Roma y que también había perdido la categoría con Central, precisamente, en el que debutó en primera con Alfaro. Así fueron las vueltas del destino. Fue el mismo DT el que le dio el papel del liderazgo a Legui, pese a que la cinta de capitán estuviera en el bíceps del arquero Cristian Campestrini, y el que se la jugó por “Cachi” Zelaya, al que también conocía de Central y que salía de una seria lesión de rodilla sufrida en Banfield.
“Hay que sacarse el sombrero por la campaña que hicimos. Hubiera dicho lo mismo si el campeón hubiera sido Tigre. Fue buenísimo lo de los dos. Ahora hay que disfrutar porque esto no pasa siempre. Al contrario. Toda la gente de Chaca me llamó para que hiciéramos fuerza y que no fuera campeón Tigre”, comentó López, justo el autor del gol en el día decisivo, que por la mañana saludó con cariño a Mariano Echeverría, de Tigre y ex compañero en Chacarita. Burdisso arremete: “Lo mejor que tuvimos fue la solidez y no me quedo sólo con la defensa. También me refiero al ataque: ellos pelearon cada pelota como si fuera la última. Eso hizo que el equipo funcionara. Nunca tuvimos nada regalado”.
La pelota cruza la mitad de la cancha y es el tiempo de Zelaya y de Leguizamón. “Fue importante habernos sacado de encima el tema del promedio para enfocarnos definitivamente en la lucha por el título. Nunca quisimos confiarnos hasta que dimos el gran golpe en la Bombonera (Arsenal ganó 3-0). Fue una linda sorpresa porque empezamos pensando en los promedios y terminamos siendo campeones. Ahora lo único que quiero decir es que, si se queda Legui, me quedo yo, ja…”, afirmó Cachi. “Es normal que se digan cosas sobre Arsenal porque hay mucha gente que no quiere a los Grondona. Un poco molesta, porque vos te rompés el alma y después hay que escuchar cada cosa que… Lo que nos deja satisfechos es que nadie nos regaló nada. Nunca. Nos llevamos el título porque tuvimos todas las luces”, describió Leguizamón.
Alfaro los mira. Siempre los mira. Y después actúa. Celebra las piruetas de Nicolás Aguirre en el fútbol tenis y se ríe con las broncas que se agarra Leguizamón. La observación es otro de los secretos en la conquista del entrenador que se hizo un lugar con el título en la Sudamericana 2007 y que consiguió inmortalizarse con el Clausura 2012. “Digan lo que digan me siento un entrenador del ascenso. Vinimos desde abajo y todo nos costó mucho. Ahí empezó todo y ésa siempre fue mi esencia. Este grupo se ganó los elogios por la dedicación que le puso a la competencia. Hizo un aprendizaje corto y, por suerte, supo adaptarse a los momentos complicados y resolvió con criterio las situaciones que se le presentaron. Otro de los grandes méritos fue no haberse subido nunca al exitismo”, subrayó Alfaro.
Cuentan que el mismo entrenador tuvo una charla cara a cara con López cuando Inter, de Porto Alegre, quiso llevárselo. Sus palabras, más o menos, fueron: “Licha, quedate que con esta campaña vas a ser defensor de la selección”. Y Lisandro está ahí nomás porque Alejandro Sabella lo sigue de cerca.
Leguizamón y Zelaya quieren quedarse para jugar la Copa Libertadores. Cuentan que será difícil retener a López y a Burdisso. Eso, más allá del futuro de Alfaro (ver aparte). Pero por estas horas todas son burbujas en Arsenal y no conviene pincharlas. “Nunca vamos a olvidarnos de esto. Fue la primera gran consagración de todos”, avisan en coro.
La humildad puede encontrarse en cualquier rincón de Arsenal. La imagen vale, la del estacionamiento, la que contrasta con la mayoría de la primera división, con apenas un par de autos importados. Son casos contados. La ropa da una imagen más o menos parecida. Así son todos. Así es el espinazo del campeón. Y en ellos bien puede resumirse la hazaña. En todos los casos la agiganta. Así es el Arse, con un trazo de brocha gorda y con el óxido que baja de una columna a modo decorativo. Todo se disfruta con esa pertenencia que los otros, los de las masas, jamás entenderán.
LA NACION