10 Jun La aldea que quiere vivir sin señal
Por Evangelina Himitian
Leandro Espósito, de 35 años, camina por las calles de arena mirando de un lado a otro en busca de una señal… de la tan esquiva señal de celular que le permite conectarse con el mundo exterior, con personas de la industria farmacéutica y otra gente que lo requiere en Buenos Aires. Carolina, su mujer, de 29 años, está embarazada y lleva de la mano a Max, de 2 años. Disimuladamente disfruta de la escena. Accede a ir a almorzar a un restaurante con Wi-Fi porque son las únicas horas del día en las que Leandro va a estar con los pies en la arena y la cabeza en Buenos Aires. Después, cierra la netbook y sabe que el bendito celular no va a sonar en todo el día, ni a interponerse en las vacaciones familiares.
“Justamente elegimos venir acá porque es en el único lugar que me puedo desconectar. Ya avisé que no voy a tener señal, no va a haber forma de ubicarme. Las cosas se hacen igual, pero sin mí”, cuenta.
Mar de las Pampas sigue siendo ese lugar agreste que se resiste a tener antenas de telefonía móvil y que se ufana de no permitir que circulen cuatriciclos. Una aldea a fuego lento que a sólo cuatro kilómetros de Villa Gesell se constituyó en el oasis del slow life. Sin embargo, lo que creció a un ritmo acelerado fueron las construcciones. Para darse una idea, Mar de las Pampas tiene sólo dos kilómetros de extensión frente al mar, por otros dos kilómetros de radio urbano. No obstante, ya superó en capacidad de alojamiento a Cariló: tiene 6000 camas entre cabañas, aparts, hoteles y casas. En Cariló son 5600 camas.
La estadía promedio es de cinco días, según explica el secretario de turismo de Villa Gesell, Walter Fonte. “Mar de las Pampas es la vedette del partido, con una ocupación que alcanza el 95%, con picos los fines de semana de lleno total”, afirma. En Las Gaviotas, vecino a Mar de las Pampas, hay capacidad para unas 1000 personas y en Mar Azul, para otras 3000, que pueden ser más, ya que los campings son el alojamiento estrella de esas dos localidades. Alojarse una semana en Mar de las Pampas puede costar entre 4000 y 11.000 pesos, según los servicios que se ofrezcan. Así, una cabaña con servicio de mucama y nada más, para cuatro personas, se acerca al primer precio, mientras que una cabaña en un complejo con pileta y spa se acerca al segundo.
Mar de las Pampas tiene esa mezcla de mar y bosque, de construcciones rústicas en madera como Cariló, pero con el toque bohemio de Gesell. No tiene servicios como agua corriente, gas ni cloacas, aunque el municipio de Villa Gesell planea extender la red hasta allí pronto. Hay un solo balneario sobre la playa: Soleado, que tiene unas 100 carpas, 85 de ellas alquiladas por la quincena completa, a 3000 pesos, y otras 15 que se alquilan por día a 300. Pero la mayoría de los visitantes se reparten a lo largo de los dos kilómetros de playa.
En los vidrios de los bares y en las entradas de los aparts hay cartelitos que hacen referencia a la lentitud como elección de vida: “Vivir sin prisa”; “Estamos caminando”, o “Aquí la vida es más tranquila”, son algunas de las leyendas que pueden verse en durante un paseo por el centro.
Un hombre reparte folletos de distintos lugares para comer y entrega un volante amarillo en mano: “Este es de la única rotisería que hay en Mar de las Pampas”, advierte. En otro folleto se explica que el bañero del único balneario les enseña a los chicos cómo entrar en el mar y a perder el miedo a las olas sin correr riesgos.
“Acá todo tiene otro ritmo. Te sacás el estrés seguro, porque no te queda otra”, dice Adriana Segura, que pasa sus vacaciones con su marido Francisco y con sus cuatro hijos. “Para los más grandes es demasiado tranquilo. Pero al estar Villa Gesell muy cerquita, que a la noche se van para allá”, dice. Viviana y Mario Ramos son de Trelew. Ellos eligieron Mar de las Pampas para sus vacaciones, pero decidieron venir sin los hijos. “Ya son grandes. Nos vinimos a disfrutar de esta tranquilidad nosotros solos, como una segunda luna de miel”, dice Viviana.
LA NACION