“Erradicar el hambre no es una utopía”

“Erradicar el hambre no es una utopía”

José Graziano da Silva, ex funcionario de Lula

Por Elisabetta Pique
El hambre en el mundo -que afecta a 925 millones de personas y que hace que cada 6 segundos se muera un niño- no tiene que ver con falta de alimentos sino con su distribución y acceso. Por eso, erradicar el hambre no es una utopía, sino algo factible, siempre y cuando exista voluntad política. Así piensa el brasileño José Graziano da Silva, desde el 1° de enero pasado nuevo director general de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, con sede en esta capital.
En una entrevista con LA NACION, Graziano da Silva, ex ministro estrella de Lula e impulsor del exitoso plan Hambre Cero en su país, no sólo se mostró convencido de que se puede vencer el hambre, sino que reveló que está intentando cambiar drásticamente la FAO. Graziano, el primer latinoamericano al frente de la FAO -gobernada los últimos 17 años por el senegalés Jacques Diouf-, ingeniero agrónomo de 62 años, casado con una argentina, también advirtió que el efecto inmediato de la actual crisis que sufre Europa es la obesidad, porque la gente come peor.

-La crisis está haciendo que las familias en Italia, España y Grecia pierdan trabajos y que sus sueldos se reduzcan: ¿también va a haber o está habiendo en Europa un problema de acceso a los alimentos?
-Si la crisis se profundiza y se desmantelan las redes de protección social, eso podría pasar, sobre todo en grupos como los ancianos, que dependen de las transferencias de los recursos del Estado. Nuestra preocupación inmediata no es el hambre sino la malnutrición, comer mal. Porque hay una crisis de empleo y precios elevados y la gente sustituye productos proteicos por productos más calóricos. Estamos reemplazando verduras, leche y carne por papas, almidón, cereales, básicamente. Y eso produce un efecto inmediato, que es el aumento de la obesidad, que es increíble.

-La FAO existe desde hace 67 años y el hambre en el mundo aumenta. ¿Cómo es posible?
-La FAO nació en la época de la posguerra, cuando era sobre todo Europa la que estaba amenazada por el hambre. Se pensó que el proceso de reconstrucción de la posguerra debía incluir un proceso de aumento de la producción agropecuaria para hacer frente al hambre. Y eso se hizo. Europa alcanzó a principios de los años 70 la autosuficiencia alimentaria, llegando incluso a acumular excedentes de alimentos. Ahora estamos en una situación en la que, con raras excepciones -como por ejemplo, el Cuerno de Africa-, allá donde hay hambre no es porque falten de alimentos sino porque no hay acceso a esos alimentos. Hay comida pero la gente no puede comprarla porque no tiene dinero, no tiene empleo, no tiene recursos. No es por una insuficiente capacidad productiva de alimentos porque hay hambre en el mundo, sino por un problema de redistribución y acceso a los alimentos.

-Usted es famoso por el exitoso programa Hambre Cero en Brasil. ¿Es una utopía alcanzar algo parecido a nivel global?
-Cuando nosotros empezamos el programa Hambre Cero mucha gente decía que era una utopía. Pero logramos reducir el hambre, sobre todo la desnutrición infantil, a niveles enormes: Brasil hoy está igual que los países desarrollados. Yo creo que ahí la radicalidad es importante: no se puede convivir con el hambre. Si usted dice: voy a reducir el hambre en un 20% o hasta el 50%, ¿qué se va a hacer con el otro 50%? El objetivo de la FAO es erradicar el hambre, está aceptado por todos que lo podemos hacer, que hay recursos para eso y es un tema de prioridad política. Cuando Lula lanzó Hambre Cero, planteó que un país que quiere exportar alimentos para el mundo no puede tener hambrientos. Así de sencillo. Y la sociedad se concientizó de eso: en Brasil hay redes sociales establecidas e implementadas para combatir el hambre que son fundamentales.

-¿Entonces es factible terminar con este drama?
-Lo novedoso del Hambre Cero fue decir, primero, que se puede hacer rápidamente, y que se puede hacer con los recursos disponibles en el país y a un costo muy bajo. Hoy día lo que se llama la política de combate del hambre no llega a 1,5% del PBI de Brasil, lo que es un gasto aceptable en cualquier parte. Sólo necesitan que le den prioridad política y asignar recursos compatibles con su necesidad. Hasta los países más pobres de Africa lo pueden hacer.

-¿Cómo?
-La comunidad internacional tiene que seguir apoyando, sobre todo a los países más pobres, que no tienen la disponibilidad de recursos inmediata. El caso de Somalia es típico: un país destrozado, con conflictos internos, que necesita de apoyo internacional. Lo que yo señalo es que eso no es costoso: con poca plata se hacen muchas cosas. Invertir, por ejemplo en semillas, que es un tema clave, eso se multiplica literalmente.

-Hablando de semillas, ¿cuál es la posición de la FAO con respecto a los biocombustibles, criticados porque, como son más rentables, quitan tierras para producir alimentos?
-La posición de la FAO es no recomendar la utilización de granos para la producción de biocombustibles: eso definitivamente afecta los precios. Pero quiero hacer una puntualización: en verdad los precios de la energía hoy en día afectan a los precios de los alimentos: cuando sube el petróleo, suben costos y se torna más atractivo utilizar esos productos agrícolas para producción de biocombustibles. Lo que nosotros criticamos mucho es el subsidio a eso, porque distorsiona y hace aun más fácil que se lleven granos a la producción de alimentos. Pero hay países que lo hacen sin subsidios: la experiencia argentina de utilizar la producción local de oleaginosas excedente para mover la maquinaria agrícola local es estupenda y es algo que la FAO recomendaría para países que tienen excedentes de oleaginosas.

-Hablando de temas polémicos, ¿qué dice de los modificados genéticamente?
-Yo vengo de una universidad que hace por lo menos 30 años produjo vacunas para animales y humanos a partir de plantas de tabaco genéticamente modificadas; también produjimos insulina a partir de ovejas genéticamente modificadas. Hay innumerables aplicaciones de la biotecnología en otros segmentos, sobre todo en la parte de salud, a las que nunca nos referimos. Siempre nos referimos al tema de la soja con Monsanto, que es un tema muy particular. El tema de las semillas genéticamente modificadas trae otro tema que es el monopolio de las semillas por parte de compañías transnacionales y que afectan a los países de los agricultores. De ahí, esa reacción política. La posición de la FAO es, primero, que como ciencia, tecnología, eso es parte del proceso de desarrollo que necesitamos. Segundo punto: hay muchos argumentos que dicen que los OGM son indispensables para combatir el hambre. Hoy día, no. La producción que tenemos es suficiente. Y si aplicamos las tecnologías que conocemos de la revolución verde, sobre todo en los países de Africa, podemos duplicar la producción sin necesidad de utilizar ninguna semilla transgénica. Tercero, y tal vez el punto más sensible: la FAO aboga y sostiene que los consumidores tienen derecho a saber lo que están consumiendo.
LA NACION