06 May Sobremesa con Norberto Jansenson
Por María O’Donnell
Al llegar al restaurante convenido, con unos pocos minutos de demora, lo encontré ya en control de la situación. Para facilitar la conversación, había elegido un lugar alejado del bullicio, aunque un poco oscuro, pero ya tenía previsto buscar un lugar más luminoso para las fotos. Vestía un traje con camisa blanca doble puño, abrochada con gemelos y en el bolsillo, un pañuelo al tono; se apoyaba sobre zapatos bien lustrados. Sonriente y con un tono pausado que no lo abandona, ordenó para los dos una comida peruana que respetaba las proporciones de su estricta dieta macrobiótica. A lo largo de dos horas, conversamos sobre su arte, como le gusta llamar a la magia que practica.
El mago Norberto Jansenson es de la escuela de René Lavand, el más celebre mago argentino, quien lo adoptó como uno de sus pocos discípulos. Con más de 80 años, Lavand vive algo retirado en Tandil, pero todo aquel que lo haya visto recordará que, con una sola mano (perdió un brazo en un accidente), maneja las barajas con una habilidad envidiable. Seduce con sus trucos y también, con sus historias, con sus pausas, que son parte fundamental del show.
Como Lavand en su tiempo, Jansenson no se contenta con generar un efecto sorpresa (aunque es capaz de adivinar el número de celular de un espectador): desea que su platea abandone la pretensión de descubrir los hilos de los trucos y se entregue el misterio y a sus relatos, que salpica con poesías y otras referencias literarias, e ilustra con cuadros de grandes pintores. La palabra truco no forma parte de su vocabulario, le suena a poca cosa. Por principio, tampoco trabaja con animales.
Las piezas del relato sobre su vida encajan a la perfección, como en un rompecabezas. Ya verán. Nació en febrero de 1971, en el barrio porteño de Villa Crespo y cursó el secundario en la escuela Hipólito Vieytes. En una familia de clase media tradicional, con un padre contador y administrador de empresas, su abuelo Lázaro fue su gran inspiración (a él le dedica el show que pueden ver el martes 25 de octubre en el complejo La Plaza).
“Vivía a la vuelta de casa. Era un gran contador de historias que se ganaba la vida con la venta de seguros de vida. Vestía siempre traje de tres piezas, usaba reloj de bolsillo, y en la casa se ponía la bata sobre la camisa y apenas se aflojaba los cordones de los zapatos. De sus tres hijos, dos murieron: uno por la epidemia de polio y una tía mía es desaparecida (de la última dictadura), aunque nunca me lo dijeron. Nunca quiso hablar de eso. Creo que empecé con la magia porque en mi familia se escondieron muchas cosas. Pero yo no quería ocultar nada, sino sacar la verdad a la luz.”
-¿La costumbre de vestir formal entonces viene del abuelo Lázaro?
-No me gusta usar zapatillas y todos mis trajes tienen ojal: si no tienen, se los mando a hacer. Me conseguí un florero especial que impide que la flor del ojal se marchite, porque la mantiene fresca con agua. Lo que pongo en el escenario es lo que soy.
Volveríamos sobre Lázaro más tarde, porque tuvo una influencia decisiva en su vínculo con Lavand; como ya dijimos, todo encaja en esta historia.
Pero antes le pregunto por sus primeros ídolos. Surge el mago que animaba sus fiestas infantiles, Dany y Tuti Fruti; el mago Héctor, el programa de Carozo y Narizota; menciona un viaje familiar a Disney, donde compró su primer kit de magia, y la Academia del Buenos Aires Mágico, donde estudió con Charly Brown, el mago de Sábados de la bondad y de Grandes valores del tango. “Charly -me cuenta- modernizó a la magia en la Argentina; cambió los dragones, los pañuelos de colores y las bailarinas con medias de red por una estética más sintética y elegante.” Con sus lecciones, Jansenson empezó a animar fiestas infantiles en los locales de comida rápida Pumper Nic. Le iba bien, lo pedían para muchas fiestas, pero algo le faltaba.
-Estaba en crisis en mi casa, escuchando un casete de chistes verdes de [Jorge] Corona, y al final, Corona decía una poesía, Reír llorando, del mexicano Juan de Dios Peza. Se trata de un cómico que lloraba por dentro, y entonces pensé que los demás veían mi magia, pero que yo no la veía. Me aprendí la poesía para decirla al final de mis shows y empecé a buscar otros efectos con la magia.
Llegamos a Lavand. En la previa de un espectáculo, se presentó en el camarín a pedirle ser su alumno. Lavand le respondió que no tomaba discípulos. Pero al terminar el show se presentó en la mesa y le preguntó por Lázaro: el apellido Jansenson le sonaba. Resulta que Lavand, al igual que Lázaro, se ganaba la vida vendiendo seguros, y una vez participó de una conferencia en la que el abuelo de Jansenson daba consejos. Entusiasmado con su oratoria, Lavand le preguntó en privado cómo hacer para vender su magia en lugar de seguros.
-Los consejos de mi abuelo fueron fundamentales para Lavand, que llegó a actuar en El show de Ed Sullivan [el programa ómnibus que marcó a la televisión de Estados Unidos en la década de los 50 y de los 60].
Lavand se iba a convertir en su abuelo postizo, en su maestro. Lo alojó en un vagón de un tren que tiene acondicionado para huéspedes en su casa de Tandil y lo fue adoctrinando en la conversación. No le transfirió trucos, porque tampoco le iban a servir a alguien con dos manos, pero con él fortaleció la idea de mezclar magia con historias para crear misterio.
Si bien Lavand es reverenciado por magos como David Copperfield, nunca se ocupó de convertir a su show en un espectáculo exportable. Jansenson, en cambio, es bilingüe, trabajó una temporada para Disney y lo contratan del Castillo Mágico de Hollywood, la sede de la principal academia de artes mágicas que es la meca para profesionales y admiradores del género. Después de pasar dos años radicado en Los Angeles, y en parte atraído por razones sentimentales, Jansenson planea ahora permanecer en la Argentina. Sueña con abrir su propio espacio de magia en Buenos Aires. El mago no cree en las casualidades: el abuelo Lázaro, que le marcó su destino, murió el día de su cumpleaños.
LA NACION