29 May ¿Por qué no eliminar los molestos párrafos legales de los correos electrónicos?
Por Lucy Kellaway
Puede que esta columna sea ilegal. Al escribirla, estoy invitando a Philips, la compañía holandesa de electrónica, a demandarme -y espero que lo haga-. Me convertiría en la primera persona de la historia que es llevada a los tribunales por desobedecer el párrafo legal más molesto y carente de sentido jamás escrito.
El contrato que estoy a punto de violar es el que aparece al final de casi todos los correos electrónicos empresariales. En resumen, dice que si no eres el destinatario del e-mail, debes borrarlo inmediatamente, notificárselo al remitente y no difundir su contenido a nadie. No soy la primera en ignorar esta orden; de hecho, se desobedece cientos de miles de veces cada hora -prácticamente cada vez que alguien envía algo en el trabajo-.
El otro día recibí un mensaje del que no era la destinataria. Me lo pasó un lector que pensó que podría gustarme. Lo escribía Frans van Houten, el nuevo consejero delegado de Philips, e iba dirigido a sus 100.000 empleados para explicarles una iniciativa de mánagement.
“Hemos acordado una nueva serie de valores… ya que son más adecuados para desbloquear todo nuestro potencial en un mundo en rápido cambio”, señalaba. Explicaba que estos nuevos valores “reemplazarían a las 4 Ds” -que resultan ser cosas tan desmoralizadoras, desanimadas, decepcionantes y deprimentes como “lograr el Disfrute de los clientes” y “favorecer el Desarrollo de las personas”.
El ejecutivo parafraseaba a Gandhi (que seguramente nunca hubiera dicho las palabras “Sé el cambio”, si hubiera sabido cuántos ejemplos de iniciativas de mánagement poco fiables se lanzarían en base a ellas). Terminaba invitando a los trabajadores a acompañarle en un “viaje” llamado ¡Acelera! “¡Por favor, uniros a mí y acelerad para ganar juntos!”.
Justo debajo de este conmovedor cierre aparecía la habitual renuncia de responsabilidad. Esta decía que el mensaje era confidencial, y “dirigido únicamente al/los destinatario/s. Si no es usted el destinatario se le notifica que el uso, envío, difusión, o reproducción de este mensaje está estrictamente prohibido… por favor, contacte con el remitente respondiendo al mensaje y destruya todas las copias del original”.
En lugar de hacer lo que se pide, he decidido seguir la ley común de Internet. Esta establece que siempre que recibas un mensaje de mal gusto, debes reenviárselo a todos los contactos de tu correo, o clogarlo en tu blog, o, si eres tan afortunado de disponer de una, escribirlo en tu columna del periódico.
Al hacerlo, al menos se lo hago saber al remitente, aunque tal vez no del modo que pretendía su renuncia de responsabilidades. Mi justificación para dar a conocer este correo electrónico es que el mundo debe conocer cada vez que una empresa pública favorece este tipo de ridiculeces del mánagement. Creo que es justo pensar que ¡Acelera! -pese al brío que aporta la exclamación- no va a “desbloquear el pleno potencial” en ningún mundo, cambie o no rápido.
No cabe duda de que Philips podría citarme ahora en los tribunales. Si lo hace, no creo que vaya a ganar. He consultado a algunos expertos que me aseguran que bajo la legislación europea es imposible imponerle a alguien este tipo de contrato de forma unilateral. No se puede obligar a cumplir las renuncias legales de responsabilidades de los mensajes -lo que me hace preguntarme por qué son tan populares-. La única explicación verosímil es que las empresas las usan simplemente porque otras lo hacen. Nadie se atreve a ser la excepción.
La semana pasada recibí un mensaje de alguien que trabaja en el banco francés BNP Paribas con una larga renuncia de responsabilidad que hacía que la de Philips pareciese comedida.
Tras una serie de duras advertencias tanto en inglés como en francés, ordena a los destinatarios de forma autoritaria que “Por favor piense en el medio ambiente antes de imprimir el mensaje”.
Hay que tener cara. El que elija imprimir este correo (una decisión que sin duda atañe al destinatario, y no al remitente) está obligado a malgastar una gran cantidad de tinta y papel para reproducir innecesariamente todos estos párrafos.
Me alegra informar de que los correos enviados por el sistema de Financial Times no son ni autoritarios, ni amenazantes, y están escritos en un sólo idioma. Todos los mensajes terminan así: “Este e-mail ha sido enviado por una empresa propiedad de Pearson plc… Registrada en Inglaterra y Gales con el número de empresa 53723″.
Su brevedad lo hace bueno, aunque menos por contener un dato numérico que apuesto a que nadie que haya recibido en alguna ocasión un mensaje mío ha encontrado ameno. Hay una forma de hacer esta despedida automática mejor y aún más breve: borrar la cifra directamente.
El contrato que estoy a punto de violar es el que aparece al final de casi todos los correos electrónicos empresariales. En resumen, dice que si no eres el destinatario del e-mail, debes borrarlo inmediatamente, notificárselo al remitente y no difundir su contenido a nadie. No soy la primera en ignorar esta orden; de hecho, se desobedece cientos de miles de veces cada hora -prácticamente cada vez que alguien envía algo en el trabajo-.
El otro día recibí un mensaje del que no era la destinataria. Me lo pasó un lector que pensó que podría gustarme. Lo escribía Frans van Houten, el nuevo consejero delegado de Philips, e iba dirigido a sus 100.000 empleados para explicarles una iniciativa de mánagement.
“Hemos acordado una nueva serie de valores… ya que son más adecuados para desbloquear todo nuestro potencial en un mundo en rápido cambio”, señalaba. Explicaba que estos nuevos valores “reemplazarían a las 4 Ds” -que resultan ser cosas tan desmoralizadoras, desanimadas, decepcionantes y deprimentes como “lograr el Disfrute de los clientes” y “favorecer el Desarrollo de las personas”.
El ejecutivo parafraseaba a Gandhi (que seguramente nunca hubiera dicho las palabras “Sé el cambio”, si hubiera sabido cuántos ejemplos de iniciativas de mánagement poco fiables se lanzarían en base a ellas). Terminaba invitando a los trabajadores a acompañarle en un “viaje” llamado ¡Acelera! “¡Por favor, uniros a mí y acelerad para ganar juntos!”.
Justo debajo de este conmovedor cierre aparecía la habitual renuncia de responsabilidad. Esta decía que el mensaje era confidencial, y “dirigido únicamente al/los destinatario/s. Si no es usted el destinatario se le notifica que el uso, envío, difusión, o reproducción de este mensaje está estrictamente prohibido… por favor, contacte con el remitente respondiendo al mensaje y destruya todas las copias del original”.
En lugar de hacer lo que se pide, he decidido seguir la ley común de Internet. Esta establece que siempre que recibas un mensaje de mal gusto, debes reenviárselo a todos los contactos de tu correo, o clogarlo en tu blog, o, si eres tan afortunado de disponer de una, escribirlo en tu columna del periódico.
Al hacerlo, al menos se lo hago saber al remitente, aunque tal vez no del modo que pretendía su renuncia de responsabilidades. Mi justificación para dar a conocer este correo electrónico es que el mundo debe conocer cada vez que una empresa pública favorece este tipo de ridiculeces del mánagement. Creo que es justo pensar que ¡Acelera! -pese al brío que aporta la exclamación- no va a “desbloquear el pleno potencial” en ningún mundo, cambie o no rápido.
No cabe duda de que Philips podría citarme ahora en los tribunales. Si lo hace, no creo que vaya a ganar. He consultado a algunos expertos que me aseguran que bajo la legislación europea es imposible imponerle a alguien este tipo de contrato de forma unilateral. No se puede obligar a cumplir las renuncias legales de responsabilidades de los mensajes -lo que me hace preguntarme por qué son tan populares-. La única explicación verosímil es que las empresas las usan simplemente porque otras lo hacen. Nadie se atreve a ser la excepción.
La semana pasada recibí un mensaje de alguien que trabaja en el banco francés BNP Paribas con una larga renuncia de responsabilidad que hacía que la de Philips pareciese comedida.
Tras una serie de duras advertencias tanto en inglés como en francés, ordena a los destinatarios de forma autoritaria que “Por favor piense en el medio ambiente antes de imprimir el mensaje”.
Hay que tener cara. El que elija imprimir este correo (una decisión que sin duda atañe al destinatario, y no al remitente) está obligado a malgastar una gran cantidad de tinta y papel para reproducir innecesariamente todos estos párrafos.
Me alegra informar de que los correos enviados por el sistema de Financial Times no son ni autoritarios, ni amenazantes, y están escritos en un sólo idioma. Todos los mensajes terminan así: “Este e-mail ha sido enviado por una empresa propiedad de Pearson plc… Registrada en Inglaterra y Gales con el número de empresa 53723″.
Su brevedad lo hace bueno, aunque menos por contener un dato numérico que apuesto a que nadie que haya recibido en alguna ocasión un mensaje mío ha encontrado ameno. Hay una forma de hacer esta despedida automática mejor y aún más breve: borrar la cifra directamente.