23 May Florida de noche, Códigos de una vida entre basura, hambre y abandono
Por Darío Coronel
Aquí el mundo se termina a las diez , diez y media de la noche, cuando se apaga la música del gentío, ya no hace falta cintura para esquivar personas y los comercios se convierten en pura reja y persiana gris. Aquí es la noche de Florida , la peatonal que ningún turista quiere dejar de conocer; la que enfrenta a manteros y comerciantes; la que transitan empresarios, marginales, prostitutas vip, pungas, motochorros. Todo el mundo caminó al menos una vez por Florida.
Eso de día; después de las 22, es otra cosa . Van a ser las doce y aquí y ahora, daría la sensación de que nadie llega por elección o por gusto. Puede que muchos vengan porque no hay donde ir. La mayoría llegó por su cuenta y terminó formando su familia. O “ranchadas”, como se llama en Florida de noche al grupo de personas que se mueven juntas, de un lado al otro, comparten cosas, se defienden de peligro de vivir en la calle .
Hace más de una hora que Roberto espera por cenar en un lugar en el que jamás podría pagar. La demora no se debe al olvido de un mozo. Está en la puerta de uno de los McDonald’s de la Florida nocturna, esperando que el encargado de seguridad haga de camarero, y salga a la puerta y ellos puedan comer. “Lo que comemos lo separan de la basura –cuenta–. La envuelven en una bolsa y la entregan a la gente que lo necesita. No es verdad que los empleados tiran la comida en la basura y la gente carenciada tiene que buscar ahí”. Luis junta cartones y papeles desde el 2000, está sentado con su carro; lo rodean algunos de sus hijos, que corren, juegan, se divierten, como si estuvieran en los juegos del Mc. Tienen toda la peatonal para ellos. Dice que la comida se reparte en partes iguales, según la cantidad de familias. No importa que una tenga cinco y otra dos. Todas reciben lo mismo. En las puertas de los locales de comidas rápidas, las buenas noticias llegan después de la medianoche. Pero hay claves que conocen los pocos que caminan las noches de Florida; decisiones que pueden costar comer o no comer. “Tenés que estar rápido para decidir si quedarte o irte al otro McDonald’s y ver si hay menos gente: a veces te llevas algo, a veces no te llevas nada”, agrega Roberto, que después de comer irá a la calle Irigoyen a vender lo poco que encontró hoy. Algunos cartoneros de la zona afirman que reciben subsidios de $ 800. Pero hay que tener documentos, y no todos cuentan con DNI.
“La Pandilla les da el amor, la salud, la educación; todo lo que el Estado no les dio nunca y todo lo que su propia familia no fue”, dice el periodista y escritor Cristian Alarcón sobre los pandilleros de América del Norte. Las ranchadas del centro tienen algo de lo que cuenta Alarcón, especialista en territorios marginales. La similitud no se refiere a la violencia que caracteriza a esos grupos. Los integrantes de las “ranchadas” tienen las mismas historias. Siempre. Un padre golpeador, o un padrastro alcohólico o abusador; una escuela a la que se va por el comedor; una niñez en la calle y no en un club; una juventud jugando a trabajar. Las drogas como remedio para pasar el hambre, el frío, el tiempo.
Hace más de una década que Alejandro Martel llegó por primera vez para barrer la peatonal. Desde ese día, la recorre casi todas las madrugadas de su vida. “Vi crecer a un montón de los chicos de la calle.
Andan flaquitos hasta ser detenidos . Pasan un tiempo en prisión y vuelven gorditos a la calle. Pero no tardan en volver a bajar de peso por las drogas . En institutos de menores comen mejor que acá”, dice. En las cárceles se los llama “eléctricos”, por los tics que marcaron los años de consumo de paco. “Son de empujar al interior de las entradas de los edificios a las personas para sacarles lo que tengan y se van corriendo”, agrega sobre modalidades de robo. Roberto, el que espera en la puerta del McDonald’s, agrega: “ Hay que estar muy despierto a la noche , casi que no podes dormir con estos pibes, porque dormís con tus cosas al lado y te pasa un guacho y te arrebata algo”.
Héctor López Moreno, de la Asociación Amigos de la calle Florida, y comenta que desde 2008, cuando llegaron los manteros, la situación de la peatonal cambió: “Hay muchos manteros que de noche andan drogados y venden cosas que no muestran en el piso. A las 10 de la noche no podés caminar solo”, dice, y defiende a las personas en situación de calle: “A ellos, la policía llega a la mañana y les pide que se vayan y se van sin problemas. Apenas generan suciedad; no roban. Es gente necesitada realmente”. Para López Moreno, dueño de uno de los casi 600 comercios de la peatonal, el peligro es de día, con los pungas.
En el vasito de plástico de Jésica hay $ 7,40, la recaudación del día. Está contenta, aunque no parezca. Es que supo estar mucho peor.
Vivía en la galería de Santa Fe y Uruguay, con una ranchada. Comían juntos, dormían juntos, se cuidaban juntos. Con permiso del sereno de un garaje, ahí también dormían. Eso, antes de abandonar su casa en Mendoza con sus tres hijos, cansada de las palizas de su marido. Hoy vive en un hotel de Estados Unidos y Entre Ríos, única ayuda que recibe del Estado. El nuevo hogar de Jésica tiene un beneficio poco común en los hoteles que toman personas que viven en la calle: aceptan nenes. “Elijo Florida por los turistas. Mucha gente pasa por día y colabora. Los policías no pueden ser tan agresivos porque está la gente alrededor y no pueden hacer lo que se les canta, como en otros lados”, cuenta. Para ella y muchas de las personas que caminan la Florida de noche, el mundo se terminará a la una, una y media de la mañana, cuando les den lo que puede ser la única comida del día, y los que llegaron por no tener dónde ir se vayan a dormir pensando que mañana será otro día. Otro día absolutamente igual al que termina.
CLARIN