18 May “El «alumno-cliente» cree que su identidad la otorga el consumo”
Por Leonardo Tarifeño
El francés Daniel Pennac se convirtió en un referente mundial de la reivindicación de la lectura gracias a su ya clásico Como una novela (1993), pero mucho antes de ese libro, durante su adolescencia, vivió la escuela como una auténtica pesadilla.
“Cuando no era el último de la clase, era el penúltimo. Siempre había oído decir que yo había necesitado todo un año para aprender la letra A. La letra A, en un año. El desierto de mi ignorancia comenzaba a partir de la infranqueable B”, recuerda en Mal de escuela , sus extraordinarias memorias como oveja negra del aula, la obra que lo trajo a Buenos Aires para su presentación en la Feria del Libro.
Elegante, irónico y muy crítico de la influencia que la sociedad de consumo tiene en la educación actual, Pennac admite que haber sido un mal alumno lo ayudó a ser un buen profesor. “Yo sé lo que sienten los marginados, sé lo que implica mentir en la clase primero y en la casa después. La experiencia del dolor ha sido clave para tratar de que mis propios alumnos no pasen por eso”, explica, con una sonrisa a mitad de camino entre la complicidad y la resignación.
-En Mal de escuela dice que algunos malos alumnos necesitan que algo o alguien los saque de la realidad escolar para no desarrollar “la pasión del fracaso”. ¿Qué o quién lo ayudó a usted?
-En mi caso, cuatro profesores y mi primer amor. Todos ellos me dieron la sensación de existir, me permitieron creer que podía tener una existencia fuera de la identidad escolar. Esos profesores se dirigían a mí, por alguna razón vieron en mí algo que parecía interesarles. Y eso me salvó. No se preocupaban tanto por el desempeño escolar, y la paradoja es que gracias a eso mismo mi desempeño escolar mejoró mucho.
-¿Por ejemplo?
-Bueno, cuando uno es mal alumno miente todo el tiempo. Entonces, al profesor de francés se le ocurrió metamorfosear la mentira y convertirla en creación novelesca. Me dijo: “No te voy a pedir una tarea más, no me des más explicaciones, sólo quiero que cada semana escribas unos diez párrafos de una novela”. Y así entré a la literatura.
-¿Qué aprendió de cada uno de esos profesores?
-Muchas cosas. En primer lugar, el sentido del otro. La enseñanza como conversación: eso mismo hice con mis alumnos durante todos estos años. Cuando sos profesor, tenés entre 100 y 130 alumnos por año, y la relación pedagógica exige que esos 130 alumnos sientan que existen individualmente para el profesor. En segundo lugar, aprendí la reciprocidad. Si yo me rompo el alma corrigiendo minuciosamente un trabajo, espero que el alumno tenga en cuenta esas correcciones. El tercer aspecto es el compañerismo. Uno mantiene una relación de años con los alumnos, y para enriquecerla debe haber autoridad y juego. Si yo les pido que me reciten un texto de memoria, acepto que ellos también me exijan lo mismo a mí.
-Suena poco convencional.
-En realidad son técnicas muy simples. El profesor de matemática me enseñó otra cosa. En sus clases, los alumnos tenían derecho a decir “estoy cansado”, “no hice los deberes porque tengo problemas en casa” o “me gustaría que usted, profesor, se enfermara durante unas semanas”. Podían decir lo que quisieran menos una sola cosa: “Eso no me interesa”.Allí otra vez hay algo muy simple, la base misma de la pedagogía, es decir, reconocer que todos los temas pueden y deben ser interesantes? si uno tiene la predisposición para interesarse por ellos.
-En una época en la que el bullying se ha instalado como una tendencia mundial, ¿cómo se lucha contra ese fenómeno?
-No es un fenómeno de una época en particular; es una enfermedad constitutiva de la institución escolar de todos los países. Es un producto inevitable del encierro y la reclusión. Como dice el filósofo cristiano René Girard, cuando se forma un grupo, naturalmente se produce la tendencia de rechazar a uno de sus miembros. Y a ese miembro le adjudican todos los defectos posibles. En las sociedades primitivas se lo condena a muerte, en las empresas de hoy, o en la escuela, al exilio o la marginación.
-En Mal de escuela se refiere al “alumno-cliente”, el experto en consumismo de apenas 20 años. ¿La irrupción del “alumno-cliente” es el fenómeno más peligroso de la educación actual?
-Los jóvenes se han convertido en clientes de la sociedad de consumo. Son tanto o más consumistas que los adultos y eso ocurre en todos los sectores sociales. Hoy los alumnos son clientes y creen que su identidad la otorga el consumo.
-En su rol de profesor, ¿cómo enfrenta esa situación?
-Cuando los chicos van a la escuela, se comportan con los profesores como si fueran clientes. Sólo que la cultura no es un bien de consumo. ¿Qué es un cliente? Es alguien que sólo tiene en cuenta sus propios deseos. ¿Y cómo funciona la escuela? La escuela no se dirige a nuestros deseos, sino a nuestras necesidades.
LA NACION