29 Apr Las geografías amadas de Tabucchi
Por Alejandro Patat
l italiano Antonio Tabucchi (1943-2012) llegó a componer, poco antes de su muerte, ocurrida semanas atrás, un libro de viajes. Salvo algunos inéditos, Viajes y otros viajes es una recopilación de breves artículos periodísticos publicados en revistas y diarios de su país. El volumen podría dividirse en tres partes. Por un lado, una serie heterogénea de escritos sobre distintos lugares del planeta, que van desde algunas ciudades de Italia, España, Francia y Rumania hasta ciertos paisajes de Japón, Canadá, Australia y Estados Unidos. En el centro, un cuaderno hindú y otro portugués. Y, por último, un breve número de escritos sobre los viajes de los otros, o más bien sobre los viajes de papel, aquellos que la literatura nos ha dado desde siempre.
La primera parte resulta la menos interesante. Tabucchi viajero no es, por cierto, ni original ni útil a la hora de ofrecer indicaciones que, banalmente, podríamos encontrar en cualquier guía turística. Asimismo, sus comentarios sobre los lugares son caprichosos y arbitrarios. Hacen ver al hombre adulto, escritor acomododado, para el que la dimensión de la aventura y la del estupor se han perdido para siempre. Son viajes de constatación, no de descubrimiento. Son mininarraciones de sus itinerarios por festivales literarios, lecturas públicas o congresos de literatura. Y cada viaje se limita a una caminata, una cena, un paseo informal, a la exhibición prejuiciosa de un gusto personal. Una sección decididamente pobre.
La segunda parte, en cambio, ya posee la pasión de los lugares amados: India y Portugal reemergen en estos textos como las dos culturas centrales en la literatura del autor italiano. En el caso de la India, resulta interesante saber que en 1984, cuando publicó su hermosa novela Nocturno hindú , Tabucchi no sabía prácticamente nada de la India, tal cual le sucedía a su protagonista, ocupado en hallar a un amigo que se había extraviado en los inmensos territorios del país asiático. Después, como quien quiere comprender el porqué de la elección casi inconsciente de un lugar en que ambientar una historia, sobreviene el estudio y la documentación. Así, a los clásicos antiguos como Marco Polo, Vasco da Gama, Campanella y CamÕes, Tabucchi les contrapone las visiones modernas de Pierre Loti, Rudyard Kipling, Hermann Hesse, E. M. Forster, Romain Rolland y Alberto Moravia. Y elige, en fin, “un libro admirable”, El olor de la India , de Pier Paolo Pasolini. Porque para Tabucchi -y no le falta razón-, “Pasolini la entendió de manera directa y profunda: con los sentidos. El olor de la India es el libro de un hombre que ha hallado su angustia de vivir en una humanidad desgraciada y doliente y que entendió que la India posee ese extraño sortilegio: hacernos cumplir un viaje circular en que al final nos encontramos de veras frente a nosotros mismos. Sin saber quiénes somos.” La India es, pues, un lugar sin ninguna certeza ni respuesta consolatoria.
También Portugal suscita una curiosidad inextinguible en Tabucchi. Al dominio de su literatura -de la que fue profesor en la Universidad de Siena- le suma, ahora sí, el conocimiento detallado de su geografía y de sus costumbres. Entre todos los textos destaca el análisis de La ciudad y las sierras , de EÇa de Queiroz. “Las montañas de EÇa -sugiere Tabucchi- pertenecen a la dimensión de la ensoñación, del deseo y de la insatisfacción. Dirección que recorre de varias formas la literatura occidental como una corriente alterna.” Pero el sentimiento de pertenencia a Portugal no es sólo literario: “Un lugar no es nunca sólo ese lugar. De alguna manera, sin saberlo, lo llevábamos adentro y un día, por casualidad, hemos llegado.” Lisboa y Portugal, en general, fueron los lugares “íntimos” de Tabucchi. Y también el país que hoy contiene su alma.
La última parte está dedicada al comentario de los libros de los otros (Jorge Luis Borges, Gregor von Rezzori, entre otros). Como afirmó Magris en El infinito viajar , todo relato de viaje abraza tres vocaciones asistemáticas: la del viajero que improvisa como antropólogo y cree descubrir el “mundo” del otro; la del viajero que se siente filósofo, porque el viaje es una descolocación del sujeto que, abandonando la cotidianidad, se topa con un paisaje “esencial”; la del viajero interior que se encuentra o desencuentra por fin consigo mismo en el otro. Se diría que para ello es necesario hallar el lugar justo con el que confrontarse especularmente. Y Tabucchi halla ese lugar en Creta y en Brasil. La isla griega fue una de sus metas predilectas de los años finales. Creta lo conmueve, ya sea porque los sitios arqueológicos lo transportan a un pasado mítico, en que todavía el mundo era explicable, ya sea por la belleza sugestiva de determinadas ciudades como Haniá. Brasil, en cambio, es un reverso de la moneda europea, el “Edén de nuestros remordimientos”. Pero sobre todo, es la literatura de Brasil la que se impone en esta última parte del libro: Mário de Andrade, João Guimarães Rosa y Murilo Mendes reaparecen con frecuencia. Y un broche de oro: el poeta Carlos Drummond de Andrade que le susurra al oído en una caminata por Copacabana: “¿Sabes qué es Brasil para ustedes? Un sueño, sólo que nosotros vivimos adentro”.
LA NACION