20 Apr La nueva Cuba
Por Jens Glusing
El vehículo al que Juan Pérez llama su Audi es un dos plazas con asientos hechos de cuero de imitación. El pasajero se las tiene que arreglar sin airbag ni cinturón de seguridad. De hecho, el único parecido entre la calesa y el típico modelo de la automotriz alemana son los cuatro anillos que lucen en el volante, iguales al logo de Audi. “¿Te gusta mi Audi?”, me pregunta Pérez, mientras comienza a pedalear en su calesa. Sueña con tener un Audi A4 con aire acondicionado y llantas de aleación.
Pérez comenzó a trabajar por su cuenta desde el año pasado, ahora que el gobierno cubano le otorgó la licencia como propietario de un pequeño emprendimiento. Por mes, gana el equivalente a 400 dólares. El problema, dice, es que ahora tiene que pagar impuestos. Su stand está al comienzo de la calle Neptuno, en La Habana, donde las calesas, las motocicletas, los típicos taxis revolucionarios y los Ladas del gobierno libran una batalla por cada pedacito de asfalto en medio de un mar de bocinazos.
La Calle Neptuno comienza en el Boulevard Prado, en el centro de la ciudad, y lleva hasta la universidad en Vedado, antiguamente un barrio de clase media. Sus arterias están plagadas de pequeños comercios, locales de artesanías, restaurantes y establecimientos de autoservicio para ir a cenar.
UN EXPERIMENTO ECONÓMICO
Pero la Neptuno no es una calle común y corriente. Es un laboratorio para los experimentos que el presidente Raúl Castro recetó para los once millones de habitantes cubanos. Lo que suceda en esta zona determinará si su ambicioso proyecto resulta exitoso. Castro quiere asimilar la economía estatal a las reformas del mercado, con la esperanza de transformar a Cuba en una especie de Vietnam caribeño.
Sin embargo, Castro todavía descarta la liberalización política. Permitir la participación de los grupos de la oposición significaría la “legalización de los partidos del imperialismo”, advirtió en un congreso del Partido Comunista a fines de enero. Hasta ahora, las esperanzas de los cubanos de viajar al exterior han sido absolutamente vanas, dado que el régimen se ha negado a enmendar sus leyes de migración. Los veteranos revolucionarios todavía están a cargo de un país en el que la edad promedio de la Asamblea Nacional es superior a los 70 años. Y los críticos del régimen siguen siendo reprimidos.
En la esfera económica, sin embargo, lo que una vez parecía inconcebible, de repente se volvió posible. Para reducir gastos, el gobierno despidió recientemente a 500 mil empleados, que ahora tienen el permiso para abrir negocios y empresas de artesanías, vender bienes raíces, automóviles y verduras cultivadas en sus propias fincas. O, como el caso de Pérez, conducir sus propias calesas. En sólo un año, el número de pequeñas empresas se duplicó hasta alcanzar unas casi 350 mil. Sin embargo, estos emprendimientos están a años luz de ser pequeñas empresas genuinas o, incluso, compañías de propiedad privada.
APOYO DE LA IGLESIA A LA REFORMA
No obstante, con la visita de tres días del Papa Benedicto XVI, se experimentó “una Cuba diferente”, escribe El Nuevo Herald -con base en Miami y hermano en español del Miami Herald-, que no tiene ninguna simpatía por la isla. Según el periódico, Raúl Castro “ha aprobado la mayor expansión de la actividad económica privada que alguna vez haya tenido lugar en el régimen comunista”.
Además de satisfacer las necesidades pastorales de casi 5 millones de cubanos católicos, el viaje del pontífice tiene una dimensión política. Desde la primera visita papal hace 14 años, las relaciones entre la Iglesia Católica y el gobierno de Cuba han mejorado de manera significativa. De hecho, el entonces Papa Juan Pablo II y el líder revolucionario Fidel Castro tuvieron muy buenos vínculos desde el comienzo.
Después de caer enfermo en 2006, Fidel se retiró de todos los cargos políticos. Su hermano Raúl, que ahora está a cargo del gobierno, no rompió los lazos con el Vaticano. La Iglesia pidió por la liberación de prisioneros políticos y ambos lados –tanto los disidentes como el gobierno– la valoran como un actor fundamental en las negociaciones.
El clero también apoya las reformas de Raúl Castro. “El proceso es irreversible”, dijo el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de la archidiócesis de La Habana, quien también le solicitó al gobierno la aceleración del proceso de liberación. Cuba sigue fuertemente afectada por su mala administración y el embargo económico impuesto por Estados Unidos. No obstante, hace tiempo que no depende de su gran vecino del Norte. Recibe petróleo con descuento de Venezuela, y Brasil está invirtiendo más de 500 millones de dólares para expandir el puerto de Mariel, al oeste de La Habana, donde Cuba espera desarrollar una zona económica especial basada en el modelo chino.
Con asistencia extranjera, el gobierno socialista también podría asegurarse en el corto plazo una nueva fuente de ingresos, ya que Cuba busca petróleo fuera de su costa. Los expertos estadounidenses están tan preocupados por la seguridad que un equipo de investigadores inspeccionó minuciosamente la plataforma de perforación china que Cuba está utilizando. Bajo los términos del embargo, Estados Unidos: no puede suministrar su propio equipamiento a los cubanos.
DONDE EL DINERO EN EFECTIVO ES REY
Hasta ahora, los beneficiarios del boom en Cuba han sido fundamentalmente los europeos, los latinoamericanos, los canadienses y los chinos. “Los cubanos pagan puntualmente, en efectivo y en moneda extranjera”, dice un empresario alemán, que vive en La Habana hace varios años. De hecho, el término “ganancia” ya no es una mala palabra en La Habana, donde ha ganado terreno una mentalidad de fiebre del oro. Constantemente se abren nuevos restaurantes de propiedad privada, cuyos dueños compran carne y verduras en los mercados de los agricultores a primera hora de la mañana.
Entre los pasajeros de Pérez, el conductor de la calesa, se encuentran amas de casa, empresarios, turistas y, también, trabajadores del gobierno. Por unos seis dólares, lleva a un pasajero a lo largo de las veinticuatro cuadras sobre las que se extiende la calle Neptuno. Eso sí, no acepta pesos cubanos, la moneda oficial.
“Cualquiera que quiera hacer negocios en Cuba tiene que ganar CUC” (peso cubano convertible), explica Pérez. La moneda fuerte solía estar reservada para los turistas, y su actual disponibilidad general representa el primer paso hacia la economía de libre mercado. Quienes tienen CUC en sus bolsillos pueden comprar cualquier cosa: shampoo de Brasil, bifes de Argentina o Coca-Cola de México.
Asimismo, parece que no hay crisis de abastecimiento para aquellos que posean CUC en los bolsillos. En efecto, las familias y clubes que organizan asados en el Parque Lenin o en las afueras de La Habana muestran no tener ningún problema a la hora de comprar chuletas de cerdo y pollos que crepitan a la parrilla, o la cerveza Bucanero, con la que acompañan sus comidas.
Pero hay un inconveniente del boom, que se relaciona directamente con el tabú de la revolución: la creciente división entre aquéllos que cuentan con moneda extranjera y los que, en cambio, ganan en pesos. Por ejemplo, los pequeños emprendedores como Pérez, el conductor de la calesa, tienen ingresos mayores que el típico salario del empleado del gobierno, a quien le abonan en pesos.
Las compañías extranjeras que están forzadas a cooperar con las firmas de propiedad del gobierno de Cuba están perdiendo a sus trabajadores calificados, porque están obligadas a pagar los salarios de los empleados al gobierno en pesos. En efecto, muchos ingenieros dejaron sus puestos de trabajo porque pueden ganar más dinero vendiendo DVDs piratas o trabajando como mecánicos.
Los negocios a lo largo de la calle Neptuno que aceptan moneda extranjera están en pleno florecimiento. Los restaurantes y hoteles privados compran sus filetes y chuletas de cerdo en la carnicería Oro Rojo. A unas pocas cuadras de allí, abrió un negocio de Adidas. Como en cualquier otra parte del mundo, las zapatillas de marca son un símbolo de estatus en Cuba.
Los ex trabajadores del gobierno ahora venden cargadores de celulares, ropa interior y materiales de construcción en kioscos minúsculos. Los policías patrullan las veredas, mientras los jóvenes se dirigen al gimnasio “Neptuno”. Su dueño, Manuel Galzabuni, que tiene piercings en la nariz, en las orejas y en los labios, construyó las máquinas del gimnasio con sobras de metal, cadenas de bicicletas y caños. Cerca de doscientas personas visitan su gimnasio cada día.
Unas cuadras más adelante, un conjunto de mujeres cubanas les enseña salsa a unos franceses en una escuela de danza al lado de la nueva herboristería abierta por Jorge Chávez. Chávez solía trabajar como pintor en un emprendimiento de propiedad del gobierno, pero ahora cultiva sus propias plantas medicinales en un jardín en las afueras de la ciudad para tratar la bronquitis, impotencia y enfermedades de próstata. Sus ganancias, dice, “prefiero mantenerlas en secreto, pero el negocio es viable”. Sus impuestos mensuales suman 120 pesos o 5 CUC (4 euros).
EL NEGOCIO INMOBILIARIO SE RECALIENTA
Cientos de personas, algunas sosteniendo cartulinas en las manos, se reúnen bajo árboles de caucho en el Boulevard Prado, donde comienza la calle Neptuno. Allí, publicitan sus casas o departamentos, ahora que la venta de bienes raíces está permitida desde noviembre último.
La posesión privada de la propiedad nunca estuvo prohibida en Cuba, pero hasta ahora, los dueños sólo tenían autorización para intercambiar sus propiedades en lugar de venderlas. Sin embargo, todavía quedan muchas disputas sin resolver, especialmente las referidas a las unidades de las familias que dejaron el país.
Uno de los agentes inmobiliarios abre su laptop para mostrarme fotos de varias casas, en las que se ven los carteles de venta colgados en los árboles. Una propiedad de 414 metros cuadrados en las afueras, con una hectárea de tierra, se ofrece por 65 mil CUC, o cerca de 50 mil euros.
Los potenciales compradores extranjeros son especialmente codiciados. “Tengo una casa sobre la playa con cuatro habitaciones”, escribió un joven sobre una tabla. Pero los extranjeros sin residencia permanente en la isla no tienen autorización para comprar bienes raíces. Ningún problema, dice el agente inmobiliario: “Hay métodos y soluciones. Compren rápido. Es una oportunidad que no se puede despreciar. En unos años ya no podrán adquirir esta casa porque los estadounidenses se van a quedar con todo”.
En verdad, Cuba no está tan lejos de eso.
EL DEBATE