El trabajo de Bourdieu es una crítica de la dominación

El trabajo de Bourdieu es una crítica de la dominación

 

Por Patricio Dean
Han pasado diez años desde el fallecimiento del sociólogo francés Pierre Bourdieu. En esta década, la difusión e influencia mundial de su trabajo han crecido exponencialmente, convirtiéndolo en el primer y único cientista social de la segunda mitad del siglo veinte en unirse a Karl Marx, Émile Durkheim y Max Weber como uno de los clásicos de las ciencias sociales. Este hito es destacado con la publicación de Sur l´État, libro basado en las clases que dio en el Collège de France entre 1989 y 1992, y por un conjunto de  conferencias y dossiers publicados en importantes periódicos de varios países. En esta entrevista, Loïc Wacquant, su discípulo más destacado, discute el legado intelectual de Bourdieu y la creciente relevancia del trabajo de su maestro en las ciencias sociales y en el debate público contemporáneo.

¿Cómo fue su primer encuentro con Pierre Bourdieu?
Conocí a Bourdieu en una clase pública que estaba dando sobre “Cuestiones de política”, una noche gris en noviembre de 1980, en la École Polytechnique de las afuera de París. Luego de la clase, a la que hallé densa y obtusa, la discusión continuó de manera informal junto a un grupo de estudiantes, hasta la madrugada, en la cafetería de la escuela. Allí, Bourdieu escudriñó, con la maestría de un cirujano, las conexiones subterráneas entre la política y la sociedad en Francia, en vísperas de las elecciones de 1981 que condujeron a la victoria de Mitterrand. Fue una iluminación, e inmediatamente pensé: “Si esto es la sociología, eso es lo que yo quiero hacer.” Así fue que comencé a tomar el curso de sociología en la Universidad de París en Nanterre y a faltar a mis clases en la École des HEC (la escuela de economía más importante en Francia) para asistir a las conferencias de Bourdieu en el Collège de France, donde acababa de ser elegido. Al final de cada una de sus clases, lo esperaba pacientemente y lo bombardeaba con preguntas hasta dejarlo exhausto. Desarrollamos la costumbre de regresar a su casa caminando por las calles de París. Era una fabulosa clase privada para un aprendiz de sociología.

¿Cómo lo percibía en relación a otras luminarias del pensamiento francés como Claude Lévi-Strauss, Michel Foucault y Jacques Derrida?
Bourdieu ya era famoso como el autor de Outline of a Theory of Practice, que cuestionaba el estructuralismo mentalista de Lévi-Strauss al preocuparse por capturar las actividades más ordinarias de la gente en situaciones concretas, pero también por ser el autor de La distinción, que refutaba la visión filosófica del gusto defendida por Derrida al revelar que nuestras preferencias más íntimas están permeadas por nuestra posición y nuestra trayectoria en la sociedad. Pero, en ese momento, no comprendía a Bourdieu en relación a otros grandes pensadores, en primer lugar porque no tenía ambición intelectual alguna y también porque él era un hombre muy accesible, caluroso, tímido. Lo veía como el conductor de la revista Actes de la recherche en sciences sociales, a la que me había suscripto a pesar de mis grandes dificultades para leerla. Actes es una revista académica única porque lleva a los lectores a la cocina de las ciencias sociales: nos permite ver el proceso de producción de un objeto sociológico, que se construye rompiendo con el sentido común. Para una generación de investigadores, la mejor manera de aprender de Bourdieu fue leer esa revista que él fundó y editó por un cuarto de siglo. Luego otros descubrieron su pensamiento por medio de la serie de libros breves Raisons d’agir, que lanzó en 1996.

¿Qué adjetivos utilizaría para caracterizar la sociología de Bourdieu?
Bourdieu es un sociólogo enciclopédico. Publicó 30 libros y casi 400 artículos que tratan de los temas más diversos, desde relaciones de parentesco en comunidades rurales hasta escolaridad, clase social, cultura e intelectuales, ciencia, ley y religión, dominación masculina, la economía, el Estado, y la lista sigue. Pero, debajo de una increíble variedad de objetos empíricos, uno puede encontrar un pequeño número de principios y conceptos que dan a su obra una llamativa unidad y coherencia. Bourdieu desarrolló una ciencia de la práctica, que alimenta una crítica de la dominación en todas sus formas: de clase, étnica, sexual, nacional, burocrática, etcétera. Esta ciencia es antidualista, agonística, y reflexiva. Antidualista porque escapa a las antinomias heredadas de la filosofía clásica y la sociología, entre el cuerpo y la mente, lo individual y lo colectivo, lo material y lo simbólico, y combina la interpretación (que busca razones) y la explicación (que detecta causas), así como los niveles micro y macro de análisis. Esta sociología es agonística porque postula que todos los universos sociales, incluso el que aparenta ser más conciliador como la familia o el arte, son sitios de luchas multifacéticas e interminables. Por último, la sociología de Bourdieu se diferencia de otras, incluyendo la de los padres fundadores, Marx, Weber y Durkheim, en que es reflexiva: los sociólogos deben de manera imperativa utilizar sus herramientas para con su oficio a los efectos de controlar las determinaciones sociales que pesan sobre ellos como seres sociales y como productores culturales.

¿Cuáles son los conceptos distintivos que forman el corazón de la sociología de Bourdieu?
Para Bourdieu, la acción histórica existe en dos formas, encarnada e institucionalizada, sedimentada en los cuerpos y concretizada en las cosas. Por un lado, se “subjetiviza” al depositarse en la profundidad de los organismos individuales bajo la forma de categorías de percepción y apreciación, conjuntos de disposiciones duraderas que él llamó habitus. Por otro lado, la acción histórica se “objetiviza” en la distribución de recursos eficaces, que Bourdieu captura con la noción de capital, y en microcosmos que poseen una específica lógica de funcionamiento, que Bourdieu denomina campos (político, jurídico, artístico, etcétera). La agenda de su sociología consiste en elucidar la dialéctica de la historia hecha cuerpo y de la historia hecha cosa, el contrapunto entre habitus y campo, disposición y posición, que nos lleva al corazón del misterio de la vida social. Bourdieu propone que las estructuras mentales (del habitus) y las estructuras sociales (campo) se interpelan, se responden y corresponden unas a otras porque están vinculadas en una relación genética y recursiva: la sociedad moldea las disposiciones, las formas de ser, sentir y pensar características de una clase de personas; las disposiciones guían las acciones por medio de las cuales las personas moldean a la sociedad. Sumemos a esto la idea central de la pluralidad y convertibilidad de las distintas especies de capital: en las sociedades contemporáneas, las desigualdades no surgen solamente de las diferencias entre capital económico (riqueza, ingreso) sino también entre capital cultural (credenciales educativas), capital social (lazos sociales efectivos) y capital simbólico (prestigio, reconocimiento). Si revuelve obtendrá la receta para una sociología agonística flexible y dinámica, capaz de rastrear las luchas materiales y simbólicas por medio de las cuales hombres y mujeres producen la historia.

¿Qué hacer con el compromiso político de Bourdieu, especialmente con sus intervenciones después de la agitación social de 1995, cuando millones de franceses tomaron las calles para protestar contra los planes del gobierno de reducción del Estado de Bienestar?
En verdad, el “compromiso” político de Bourdieu se remonta a sus trabajos de juventud, durante la crisis argelina, desatada luego del levantamiento nacionalista contra el poder francés en 1955-1962. Como recién graduado de la École normale supérieure, se reconvirtió de la filosofía a la antropología -esto es, de la pura reflexión a la investigación empírica- para absorber el shock de esta guerra horrible y para aplicar un ojo clínico sobre la descolonización, que conmovió y finalmente derribó a la Cuarta República. Hacer ciencias sociales fue siempre la forma en que Bourdieu contribuyó al debate cívico. Todos sus libros atienden y reformulan los asuntos sociopolíticos más importantes de la actualidad. Esto es cierto en La reproducción (1970), que devela el mito meritocrático de la escuela liberadora, como lo es de La nobleza de estado (1989) que muestra los mecanismos de legitimación del poder tecnocrático y, por supuesto, del estudio de campo que llevó a La miseria del mundo (1993), publicado dos años antes de su famoso discurso a los ferroviarios en la Estación de Lyon en diciembre de 1995, donde protestaban por los recortes al gasto público. Lo que cambió en este tiempo es la manera en que su compromiso cívico se manifestó. Al principio, enteramente sublimado y a través de su trabajo científico. Luego, asumiendo con gradualidad una forma más discernible, que finalmente lo llevó a acciones concretas, visibles ante el público general. Esto por dos razones. Primero, Bourdieu cambió: envejeció, acumuló autoridad científica y comprendió mejor el funcionamiento de los universos político y periodístico, adquiriendo una mejor capacidad para producir efectos en ellos. Pero el mundo también cambió: en los 90, la dictadura del mercado amenazó directamente los logros colectivos de las luchas democráticas, e intervenir sobre eso se volvió un asunto de emergencia social. Lo que permanece constante es la pasión arrolladora de Bourdieu por la investigación y su devoción a la ciencia, a la que defendió con uñas y dientes contra la usurpación representada en la “filosofía de revista” y el irracionalismo de los llamados posmodernistas.

¿En qué se diferencia la recepción de su trabajo en Francia de la que tuvo en Estados Unidos?
En el extranjero, se lee a Bourdieu sin interferencias políticas y sin el prisma distorsivo de su imagen mediática: como un autor clásico, que creó armas innovadoras y poderosas para pensar acerca de las sociedades contemporáneas y como una importante figura de acción intelectual, que extiende el linaje de Émile Zola, Jean-Paul Sartre y Michel Foucault. En el nido de arañas de París, los prejuicios son duros de matar y algunos han continuado de forma póstuma con la guerra de clanes académicos que enlodaron la recepción de Bourdieu mientras vivía. Mal para Francia…

En su propia investigación, ¿qué toma de Bourdieu y qué hace con él?
Extiendo y reviso sus enseñanzas en tres frentes: el cuerpo, el gueto y el estado penal. En Entre las cuerdas (2004), hago un doble test del concepto de habitus. Primero, como un objeto empírico: distingo cómo uno arma sus esquemas mentales, competencias kinéticas y deseos carnales que, puestos juntos, hacen al boxeador profesional apetente y competente. Segundo, como un método de investigación: adquirí el habitus pugilístico vía un entrenamiento de tres años en un gimnasio del gueto negro de Chicago para facilitar el camino hacia una sociología carnal que trata al cuerpo como un vector de su producción y no como un obstáculo para el conocimiento. En el frente de las inequidades urbanas y étnicas, mi libro Parias urbanos (2008) desarrolla los modelos de Bourdieu para mostrar cómo, con su estructura y políticas, el Estado da forma a la marginalidad urbana en el cambio de siglo, llevando a la emergencia del “hipergueto” en Estados Unidos y de los “antiguetos” de Francia y Europa Occidental. Finalmente, mi investigación sobre la difusión global de las temáticas de “la ley y el orden”, bajo el concepto de “tolerancia cero”, resumidas en Las cárceles de la miseria (1999, expandida en 2009), revela que el retorno de la prisión marca el advenimiento de un nuevo régimen de manejo de la pobreza, que une la “mano invisible” del mercado de trabajo desregulado con el “puño de acero” de un aparato penal intrusivo e hiperactivo. El neoliberalismo no sólo nos trae un “pequeño gobierno” sino también el cambio desde el estado de bienestar social (welfare) hacia el “workfare”, centrado en el trabajo individual, y la expansión masiva de un “estado carcelario” en el lado de la justicia penal.

Y, al contrario, ¿qué encuentra menos útil o menos relevante en Bourdieu?
La asunción de que existe una correspondencia cercana entre nuestras chances objetivas y aspiraciones subjetivas ya no es válida dada la universalización de la educación secundaria y la disrupción generalizada de las estrategias de reproducción de los hogares obreros, que se enfrentan a la degradación y el encogimiento del trabajo. El marco nacional desde el que Bourdieu construyó sus análisis debe ser ampliado y complementado por un análisis de los fenómenos transnacionales, para los que su propio trabajo provee herramientas conceptuales cruciales, como se desprende del reciente desarrollo de una rama de la teoría de las relaciones internacionales derivada de su trabajo. Como con todos los científicos, debemos tomar los postulados de Bourdieu y llevarlos hasta el límite. Bourdieu sería el primero en incitarnos a hacerlo.

Sus cursos en el Colegio de Francia de 1989 a 1992 acaban de publicarse con el título de Sobre el Estado (2012). ¿Qué es lo que agrega este voluminoso tomo a la sociología de Bourdieu y a la sociología en general?
En cuanto a su forma, es el primero de varios libros por venir, que nos permiten ver a Bourdieu en acción como profesor, yendo a tientas hacia ese “monstruo frío” que nombró Nietzsche; aquellas cosas que nos resultan tan familiares que ya no nos damos cuenta de que de hecho se nos han vuelto invisibles. Al clarificar por qué planteó los problemas del modo que lo hace (aproximarse al Estado a partir de pequeños actos mundanos, como llenar un formulario burocrático o firmar un certificado médico), al señalar las trampas de las que escapa, al revelar sus propios errores, dudas y ansiedades, Bourdieu nos invita a su laboratorio sociológico y nos ofrece una propedéutica sociológica en acción. En cuanto a sus contenidos, Bourdieu vigoriza la teoría del Estado caracterizándola como “el banco central del capital simbólico”: la agencia que monopoliza su uso legítimo, no solamente en términos de violencia física con la policía y el ejército (como propuso Max Weber hace un siglo) sino también la violencia simbólica. Esto es, la capacidad para otorgar categorías y asignar identidades, en particular desde el sistema escolar y el derecho, y entonces el poder de veridicción del mundo. El libro sigue los pasos a la increíble serie de invenciones históricas a través de las cuales “la casa del rey”, fundada en la apropiación y transmisión dinástica de poderes, se transformó rápidamente en “razón de Estado”, fundada en credenciales académicas y reproducida por medios burocráticos. El Estado, así, emerge como una institución de dos caras, como el dios Jano: por un lado, es un vehículo usado por aquéllos que construyen y mueven sus palancas, para crear un universalismo que los beneficie; por otro, es el medio a través del cual es posible avanzar hacia el universalismo y así promover la justicia.

¿Qué pensaría Bourdieu de la actual crisis económica europea y de la forma en que está amenazando sus concepciones del Estado como regulador y protector?
Con perspectiva en la larga duración, el libro provee herramientas precisas para capturar mejor lo que está en juego en las luchas políticas inducidas por el crash financiero y monetario que ha sacudido el mundo. Nos recuerda que son los Estados los que construyen mercados y, por lo tanto, quienes pueden reinar sobre ellos, siempre y cuando quienes los dirigen impulsen la voluntad política colectiva en esa dirección. El análisis de Bourdieu sugiere que las expresiones aparentemente científicas -como las agencias evaluadoras de deuda- en torno a las cuales el orden económico se hace fuerte no son más que una serie de golpes de Estado simbólicos. Descansan simplemente en la creencia colectiva, una confianza acicateada por quienes responden a esos mecanismos (comenzando con los medios masivos de comunicación). Sobre esto es bueno releer el capítulo del pequeño libro de Bourdieu titulado Contrafuegos (1998), donde critica lo que bautizó como “Pensamiento Tietmeyer” (tal era el apellido del alemán que presidía el Bundesbank el principal apóstol del euro), luego convertido en “Pensamiento Tricht” y “Pensamiento Draghi”. Es la idea de una dictadura financiera como ineluctable, cuando es fundamentalmente arbitraria y dura sólo a causa de la servidumbre voluntaria de los líderes políticos.

¿Qué es lo que más extraña desde la muerte de Bourdieu y qué deberíamos retener de su vida?
Personalmente, sus llamadas de teléfono a las dos de la mañana de Berkeley, que solían comenzar con un toque de ansiedad y culminaban invariablemente a las risas, y donde me infundía una energía eléctrica. Los desayunos que teníamos en su cocina diminuta, en los que se mezclaba todo: investigación académica, discusión política y consejos de vida, todo esto sumergido en sociología. Aunque lo niegue en La sociología es un deporte de combate, la película que Pierre Carles hizo sobre él, Bourdieu nunca se sacaba sus lentes sociológicos. Pero el autor de El sentido práctico (1980) está aún presente y vive entre nosotros, a través de la miríada de trabajos que su pensamiento estimuló en todo el planeta. Bourdieu es ahora el nombre de una empresa colectiva de investigación que atraviesa todas las barreras entre disciplinas y países, estimulando una ciencia social rigurosa, crítica del orden establecido y dispuesta a ampliar el espectro de posibilidades históricas.
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