Almodóvar: peligrosa obsesión

Almodóvar: peligrosa obsesión

Pedro Almodóvar es uno de los “abonados” (así se los llama, un poco despectivamente) de Cannes. Si bien ha ganado en el principal festival del mundo el premio al mejor director por Todo sobre mi madre y el de mejor guionista por Volver , una de las pocas asignaturas pendientes de su extraordinaria carrera -a estas alturas casi una obsesión- sigue siendo obtener la Palma de Oro. El realizador manchego repitió en mayo último el ritual de viajar hasta el glamoroso balneario de la Costa Azul para presentar su más reciente película, La piel que habito , una de las propuestas más negras y arriesgadas de su siempre provocativa filmografía, que el próximo jueves llegará a los cines argentinos.
Su nuevo largometraje -versión libre de la novela Tarántula , del francés Thierry Jonquet– narra los experimentos que un psicopático cirujano plástico (Antonio Banderas) realiza en su laboratorio para cambiar la piel (y luego también el sexo) de una de sus víctimas (Elena Anaya), a quien mantiene encerrada. Además del reencuentro con Banderas (su actor-fetiche de los años 80 en títulos como Laberinto de pasiones , Matador , La ley del deseo , Mujeres al borde de un ataque de nervios y Atame ), Almodóvar volvió a trabajar también con Marisa Paredes, quien encarna a una madre cruel y tiránica.
Ya bastante distendido, luego de los inevitables nervios de todo estreno mundial, Almodóvar se mueve con absoluta soltura por Cannes. Este director que ha ganado el Oscar y el Globo de Oro de Hollywood, el European Film Award, el Cesar francés, el Bafta británico y el Goya de su país, llega a la entrevista con La Nacion en la terraza del lujoso hotel JW Marriott Hotel con una sonrisa casi permanente y vestido de manera informal: camisa a rayas blancas y violetas, jeans y zapatillas muy coloridas.

-¿Cómo llegó a decidirse por el libro de Jonquet? Usted siempre escribe sus guiones a partir de ideas propias?
-Es cierto. Fue un proceso largo, extraño, errático. Cuando leí la novela me gustaron el tema y el personaje central, pero había muchas cosas que para mí no funcionaban. En vez de “pelearme” contra una novela, me resulta más sencillo trabajar con mis propios guiones. Así que me olvidé por completo. Sin embargo, diez años después, volví a ella. El gran desafío era que el personaje no resultara grotesco. Mi objetivo es conseguir que siempre, aún en situaciones extremas como ésta, mi protagonista sea creíble.

-Hay algo de un Frankenstein moderno en el personaje de Banderas?
-Sí, no pensé tanto en eso cuando estaba escribiendo el guión, pero esa referencia se cuela de un modo natural, la acepto como compañía (se ríe). Me encantan la novela y la película, pero son muy distintas a La piel que habito . De todas maneras, la imagen de Vera con la piel en trozos tiene algo de Frankenstein.

-¿Y qué influencias o inspiraciones concretas tuvo?
-En principio, pensé en hacerla muda y en blanco y negro, a la manera de los thrillers de Fritz Lang. Pero el material ya era de por sí muy riesgoso, así que los productores y distribuidores me dijeron que era demasiado? y acepté. Yo me arriesgo con cada película que hago y acepto las consecuencias. La principal referencia fue Les yeux sans visage , de Georges Franju, con Pierre Brasseur, película que me sé de memoria, y el mito de Prometeo, que a su vez es el origen del Frankenstein de Mary Shelley.

-Usted ha hecho referencia muchas veces al mito de Prometeo ¿Se siente identificado?
-Prometeo era un titán, una suerte de superhombre, casi un Dios olímpico, un creador. Me apasiona esa figura expulsada del Olimpo porque se atrevió a robar el fuego y dárselo a los hombres. En Frankenstein, es la electricidad. Yo no soy tan pretencioso como para verme como un nuevo Prometeo, pero hay una parte suya con la que me identifico: los dioses lo encadenan a una roca y hacen que los buitres le coman el hígado, le devoren las entrañas por la eternidad. Me siento un poco así por las limitaciones de mi naturaleza.

-¿Cuál es su visión sobre la riqueza y los abusos del poder?
-El abuso de los poderosos es uno de los temas centrales de La piel que habito . Los poderosos abusan de muchos modos: comprando la Justicia, creando una cárcel como Guantánamo y llenándola de presos que no son tratados como seres humanos?

-¿Y sobre los abusos de la ciencia?
-Antonio intenta cambiar mediante experimentos científicos la identidad de una persona. No se puede llegar más lejos en el abuso. Es el peor de todos. Lo hace a través de la transgénesis, que ha permitido combatir varias enfermedades. La ciencia no es mala, sólo depende de cómo se la aplica y Antonio la utiliza mal. La electricidad tampoco es mala, pero si se usa para la silla eléctrica, estoy en contra (sonríe).

-El protagonista hace cirugías estéticas ¿cómo se lleva con el tema y con la vejez?
-Es un caso similar. Hay mucho abuso con la cirugía estética y en general el culpable es el cliente, no el cirujano. Para mí es un signo de nuestro tiempo. La gente entra en una especie de vértigo en su lucha por la belleza que a veces llega a extremos grotescos. La cirugía es buena para tratar una malformación o algo feo como una papada. Encuentro lícito que busquemos una juventud no diría eterna pero sí lo más larga posible. Los 60 años de ahora significan los 40 de hace 20 años, ese avance es bienvenido. Todo lo que alargue la juventud -la orgánica, la visceral, la emocional y la física- me parece bien. Yo prefiero llegar a los 90 años que vivir 50 o 60.

-¿No le molesta que los actores pierdan expresividad con tantas operaciones?
-En mis películas busco que los actores no estén retocados por la cirugía porque las emociones como yo las concibo son con las caras de las edades reales que tienen. Ha llegado el tiempo en que no se pueden filmar películas de época. Si ahora quieres hacer El Gatopardo , María Antonieta o Madame Bovary se cuida hasta el último detalle del mobiliario, pero hay un marcado anacronismo en las caras: la madre parece la hija. Ahora, si quieres hacer una película sobre Los Angeles contemporánea no hay problema. En la familia Presley, por ejemplo, la abuela, la hija y la nieta parecen iguales. Sería un punto de partida genial para una comedia.

-¿Cómo fue el reencuentro con Banderas?
-Siempre me he sentido cerca de Antonio, lo siento como un hermano menor. Fue el que mejor representó la pasión y el deseo que quería transmitir en los 80 durante “la movida”. Para mí, siempre fue más fácil encontrar actrices. Luego se fue a los Estados Unidos, armó una familia y una nueva carrera allí. Nos vimos cada uno o dos años, pero seguí queriéndolo aún sin verlo ni hablar muy seguido con él. La relación sigue siendo fuerte, es parte de nuestra vida, está llena de recuerdos. El aprendió mucho, incluso como director, pero aprecié su confianza: dos directores en un set es demasiado. A veces uno ya es demasiado (risas).

-Otro tema que aparece en el film y en casi todos sus trabajos es el de la maternidad, aunque aquí de una manera muy enfermiza?
-La maternidad para mí es uno de los mayores ejemplos de creación, algo que me interesa muchísimo abordar desde lugares muy diferentes. Se la puede tratar desde el melodrama, la comedia, el terror o el thriller. Y me interesan tanto las madres buenas como las malas. Desde Ma Baker o la Angelica Huston de Ambiciones prohibidas ( The Grifters ) hasta un opuesto como Mildred Pierce. La Marilia de Marisa Paredes lleva la locura en sus entrañas y da a luz dos hijos feroces y salvajes. Eso también es muy cinematográfico.
LA NACION