10 Apr Algo sobre la nada
Por Alejandro Schang Viton
En su recopilación de aforismos Nacional II , el catalán Perich sostiene: “Los humoristas políticos del país somos los únicos capaces de comprender el problema de crear de la nada”. Pero el concepto de la nada no sólo es cosa de políticos y humoristas. Mucho menos hoy, con el avance de la globalización y de sus promotores universales. La nada hoy no es todo, pero a veces es lo que hay, parecen decir algunos observadores de la realidad. Sin embargo, la idea intrigó al hombre desde que vio por primera vez que la luz del día se apagaba.
Enlazado con la necesidad de vacío y silencio, el concepto de la nada sirvió muchas veces de tema accesorio, y también de tema esencial para la física, la filosofía y la estética. En física, el significado de vacío es necesario para el libre movimiento de astros, estrellas, planetas, átomos, moléculas, electrones y neutrinos. En el mundo de los filósofos presocráticos fue útil para definir la entidad y el ser. Parménides fue uno de sus estudiosos y sus ideas fueron tamizadas a lo largo de los siglos para ser leídas y revisadas por corrientes más modernas, que llevaron al francés Jean Paul Sartre a revelar la intrincada relación entre la angustia del ser y la soledad de la nada.
Es curioso que la Enciclopedia Británica registre sólo Not -being (no ser) para agrupar las corrientes filosóficas que rechazan o defienden la idea de un vacío absoluto. Así, mencionan el budismo, el taoísmo y otras corrientes místicas.
En Festival mágico- matemático, Martin Gardner ataca de lleno el tema nada y enumera, entre las formas más mercenarias de retratarla, la obra completa de Ad Reinhardt, artista estadounidense nacido en Buffalo, Nueva York, en 1913. Reinhardt comenzó a pintar en 1951 lienzos completamente azules. Después rojos y finalmente negros. En 1965 vendía sus cuadros entre 2000 y 12.000 dólares. Aparentemente, el artista se subió a la tendencia creada por Robert Rauschenberg y otros pintores, que vendían lienzos completamente en blanco.
Entre los cultores de la nada, Gardner menciona con admiración al compositor John Cage, cuya pieza para piano titulada 4′ 33″ no es otra cosa que la reproducción fiel de un silencio total durante 4 minutos y 33 segundos. Cage, sin miedo al qué dirán y al qué oirán, explicó en una entrevista que “ese lapso silencioso, de 273 segundos, equivale al cero absoluto en temperatura ambiental. Es decir, 273 grados centígrados bajo cero, que fue lo que inspiró mi obra”. Más allá de las explicaciones, algunos críticos creyeron que ésta fue la mejor creación del músico. Otros le aconsejaron que siguiese insistiendo. Y la Enciclopedia Británica define a 4′ 33″ como “pieza muda para cualquier instrumento o combinación de instrumentos”.
Una blanca palidez
Por su parte, el humorista irlandés Laurence Sterne, nacido en 1713, ya había marcado un sendero con su libro Tristam Shandy . Los capítulos 17 y 18 aparecían completamente en blanco. Un estilo similar adoptó el escritor estadounidense Elbert Hubbard (1856-1915) en su Ensayo sobre el silencio , cuya edición resultó un libro muy bien encuadernado con tapas forradas en gamuza color tabaco, bordeadas por filetes dorados. A mitad del siglo pasado apareció Lo que sé de las mujeres , de autor anónimo y conformado por 500 páginas en blanco, que pudo ser hojeado en contadas librerías de Londres. Y la tendencia siguió. En 1974, la editorial estadounidense Harmony House editó otro libro con sus páginas vírgenes y fue demandada por un autor europeo, celoso de sus derechos, que adujo que se había vulnerado su propiedad intelectual.
A principios de los años 80 se vieron en Barcelona, España, una veintena de libritos con páginas que lucían una blanca palidez. Los títulos: Maravillas de la cocina inglesa, Victorias norteamericanas en Vietnam, Delicias del sexo a los ochenta , Hacerse rico sin explotar al prójimo , Métodos para ganar a la quiniela , Convicciones democráticas de Franco y Poesías completas de Hitler . Pese a sus tapas coloridas, no constituyeron ningún éxito de ventas. Mientras tanto, aquí en Buenos Aires, en la librería Kenny, de Arenales y Suipacha, se exhibía La n ada, un volumen de pequeñas páginas vacías, cuyo autor firmaba con sus iniciales y su apellido, Fernández Sasso.
Un corto muy largo
Otro artista que coqueteó con la nada fue Andy Warhol. Allá por los años 60 filmó durante 6 horas y media, sin mover la cámara, a un hombre que dormía plácidamente. Sleep ( Sueño ), la película, pronto fue un ejemplo del cine de vanguardia. Luego filmó media hora de planos fijos de un grupo de mujeres bellísimas, trabajo al que bautizó Thirteen most beautiful women ( Las trece mujeres más hermosas ), y en 1964 filmó en un solo plano -inmóvil, obviamente- el Empire State Building de Nueva York durante ocho horas seguidas. Ese corto tan largo se conoció como Empire.
Mucho más acá en el tiempo y en la distancia, Reynols, la banda local experimental que tenía a Mario Socolinsky entre sus fans, editó en 1995 su disco Gordura v egetal hidrogenada, con temas como Aire e nlatado, Relámpago de k iwi, Sangre d e la nada y Todos los títulos del universo . Adentro de la caja: nada. Ni un CD, nada.
Por más invisible que parezca, la nada siempre está presente. Bueno, nada
LA NACION