Una búsqueda que no lleva a ningún lado

Una búsqueda que no lleva a ningún lado

Por Horacio Bernades

¿Cómo abordar una tragedia a la que el mundo entero asistió con espanto ayer nomás, en vivo y en directo? ¿Una en la que tres mil inocentes murieron horriblemente? ¿Cómo abordarla y, sobre todo, para qué? Para ofrecerles a los votantes de la Academia un tema fuerte, unánime, “importante”. De esos que ganan nominaciones. Para darles eso mismo a los espectadores, agregaría otro. No una sino dos nominaciones al Oscar logró Tan fuerte y tan cerca, que narra el maniático intento, por parte de un niño con síndrome de Asperger, de reconectarse simbólicamente con su padre, muerto en los atentados del 11 de septiembre de 2001. A Mejor Película y Mejor Actuación Secundaria está nominada la película del realizador británico Stephen Daldry, que después de Las horas y The Reader repite la fórmula: novela prestigiosa, tema “importante”, capacidad de shock. Un shock tratado con delicadeza, se entiende: lo de Daldry es el sacudón de qualité.
“El último recuerdo que tengo de mi padre es su voz en el teléfono”, dice Oskar Schell (el debutante Thomas Horn, tan irresistible como suelen serlo los chicos en el cine). Oskar tiene once años, rostro sensible, inteligencia superdesarrollada y conductas entre raras y obsesivas. Por lo que se ve, la relación con su padre Thomas (Tom Hanks) fue poco menos que perfecta. Juntos jugaban juegos un poco tontos y un poco brillantes, como enumerar oxímoron entre saltitos. “Un oxímoron es una afirmación imposible”, explica el sabelotodo de Oskar al espectador, para que no se pierda. Thomas y Oskar jugaban también a un juego de pistas que obligaba al pequeño a ir una y otra vez al Central Park, a desenterrar objetos que, supuestamente, le darían la clave para descubrir algo que en verdad nunca sucedió. Si suena algo rebuscado, qué decir de lo que, a imitación de aquellos juegos, hace el niño para descubrir el último secreto de su padre, quizá tan inexistente como aquellos que Thomas inventaba para él.
Luego del 11 de septiembre (día en que a Thomas, dueño de una joyería, no se le ocurrió nada mejor que ir de visita al World Trade Center), revisando cosas de papá, Oskar encuentra una llave, en un sobre que sólo dice “Black”. Motivo suficiente para que el pequeño obse tome la guía telefónica y se largue a visitar, uno por uno, a todos los neoyorquinos de apellido Black (equivalente a Martínez o González), con la esperanza de que uno de ellos tenga la cerradura para esa llave. En determinado momento se le suma un anciano que ha venido a vivir con su abuela y que, por algún trauma del pasado, perdió el habla o decidió no volver a hablar (Max von Sydow, cuya nominación, sumada a las de El artista, puede convertir la del próximo domingo en la noche más muda en la historia del Oscar). ¿Puede ser que ese hombre sea su abuelo, que en algún momento dio la espalda para siempre al padre muerto?
Que esta vez Mr. Daldry no ande poniéndole narices falsas a la gente o tirándola por la ventana –como hizo con Nicole Kidman y Ed Harris en Las horas– no es suficiente para impedir que todo luzca tan cuidadosamente armado. Cuidadosamente, por la mesura y prolijidad narrativa, apoyadas por esas dos garantías de exquisitez que son Chris Menges (director de fotografía de La misión y The Reader, entre otras) y Alexandre Desplat (autor de la banda de sonido de El discurso del rey y El árbol de la vida). Pero de un modo totalmente descuidado, si se consideran ciertas asombrosas licencias narrativas, relacionadas con la insensata y sin embargo exitosa odisea de Oskar. Que la narración eluda concienzudamente el golpe bajo no quiere decir que a la larga no lo dé, por vía telefónica. En la mañana del 11 de septiembre papá dejó, en el contestador de casa, seis mensajes progresivamente desesperados. Mensajes que, dosificados a lo largo del relato, irremediablemente se harán oír.
Pero el mayor problema de Tan fuerte y tan cerca es su solicitud de compartir, a lo largo de dos horas siete minutos, una búsqueda maniática que, se sabe, no lleva a ninguna parte. Es que el horror que se invoca es tan imposible de procesar que la propia película parece empeñada en sacárselo de encima, inventando un segundo relato que no por inconducente deja de ponerse en primer plano.
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