Solidaridad concreta, solidaridad abstracta

Solidaridad concreta, solidaridad abstracta

Por Enrique Valiente Noailles
El año 2011 fue testigo de un arraigo y una profundización de la solidaridad en la Argentina. La lista es larga: desde el caso de la familia que consiguió los fondos por goteo de donaciones para operar a su hijo en Estados Unidos hasta maratones solidarias, pasando por decenas de miles de donantes de células madre, colectas y aportes múltiples a ONG como Un Techo para mi País, Banco de Alimentos, Tzedaká y Cáritas, entre otras. El espíritu solidario se extendió también a la donación de tiempo propio para diversas causas, sean minutos o días, a eventos a favor de la inclusión de personas con discapacidad, a aportes al problema creado por las cenizas en el Sur, al armado de cajas navideñas, etcétera. La solidaridad no debe mermar porque la situación de pobreza sigue siendo crítica para numerosos sectores, como lo han destacado los informes del Observatorio de la Deuda Social que publica la UCA. Aquellos ejemplos demuestran que los argentinos tienen la sensibilidad despierta y que no sólo son movilizados por la emergencia social de los años de vacas flacas, sino que se ha adquirido cierta regularidad en la contribución voluntaria a causas de bien común.
Ahora bien, cabe notar una cuestión que tal vez merezca una reflexión. El denominador común que motiva la solidaridad en la Argentina es lo concreto, lo empírico, el sufrimiento inmediato de la persona que tenemos al lado. Esta instancia es decisiva y cambia la suerte y el destino de miles de personas. Sin embargo, el anillo de solidaridad, que es poderoso en el ámbito de la necesidad concreta, se va debilitando en nuestra sociedad a medida que la exigencia de solidaridad se hace más abstracta. Por solidaridad abstracta entiendo el aporte individual que cada ciudadano hace al pacto que nos une como comunidad, el respeto por nuestro contrato social, junto a la observancia de las normas y de las leyes que están hechas para permitir nuestra convivencia. Señala la cohesión y la relación que se produce en el interior de una comunidad, en la que los individuos actúan solidariamente entre sí al acatar las normas. La agudeza de la sensibilidad para percibir las urgencias concretas contrasta con la dificultad que la propia comunidad tiene para percibir estas necesidades de cuidado mutuo en otro plano. El pacto social funciona en carne y hueso, pero le falta ser sellado cuando la solidaridad pierde el rostro.
En síntesis, la Argentina tiene un desarrollo muy grande de lo que podríamos llamar un empirismo solidario, absolutamente necesario y meritorio, pero tiene una deuda creciente en términos de observancia fraterna del contrato social. Tenemos una solidaridad que comprende muy bien la parte, pero que tiene mucha más dificultad para comprender el todo. Bien puede darse el caso en la Argentina, para tomar un ejemplo imaginario, de una empresa que contamina el medio ambiente, mientras simultáneamente promueve programas de ayuda concreta a determinadas personas de esa comunidad, sin percibir en eso una contradicción. La Argentina necesita la solidaridad vertical con quien está más necesitado, y también la solidaridad horizontal entre quienes viven en una misma comunidad, y que se expresa mediante la sujeción a las normas y el respeto al otro.
Con el bien común en nuestro país sucede un poco como con la selección de fútbol: grandes individualidades palpables, pero extraña dificultad para materializar el funcionamiento conjunto. Asimetría que se profundiza si a medida que se extienden las redes solidarias concretas, no progresa la observancia de la ley. Finalmente, ¿por qué es importante desarrollar ahora el órgano que percibe esta otra forma de ser solidarios? Porque muchos de los problemas que necesitan ser solucionados en la vida diaria, muchas de las carencias que hemos creado los argentinos hacia adentro, mucha de nuestra fábrica de pobreza y exclusión, provienen justamente de no comprender esos términos abstractos que rigen la vida de una comunidad. Si sólo desarrolláramos la solidaridad concreta estaríamos ocupándonos de los síntomas y no de las causas. Estaríamos tratando de mejorar en micro la calidad de vida que la población misma deteriora en macro. Para los próximos años hay que seguir celebrando la fantástica vitalidad de la solidaridad concreta y trabajar apuntalando la vulnerabilidad de la solidaridad abstracta.
LA NACION