01 Mar Responder a la pobreza
Por Joaquin Sorondo
Hace un tiempo, en un seminario al que fui invitado a participar tuve la suerte de conocer a Felipe Berríos, cura jesuita chileno que fundó Un Techo para mi País.
Más allá de la inteligencia, humildad y luminosa sonrisa de este hombre, me impactó la manera de explicar lo que pasa en nuestro continente con la pobreza y desigualdad.
Recordó Berríos el accidente de aviación vivido por los deportistas uruguayos en los Andes y cómo, al principio, y seguramente como natural reacción humana, los que estaban en mejor posición ocuparon los mejores lugares en el fuselaje del avión. Hasta que se dieron cuenta de que si las cosas seguían así, los más débiles se iban a morir. Entonces, los más fuertes decidieron cambiar sus lugares con los más débiles, para protegerlos.
“América latina no ha hecho lo mismo que los uruguayos”, dijo Berríos. Los que recibimos la mejor parte hemos mantenido para nosotros los mejores lugares; no hemos tomado conciencia de que ellos, en esa situación, también se iban a morir.
Los argentinos somos, en general, personas preocupadas por nuestras familias, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestros bienes, nuestro futuro. No somos malos. Creemos sinceramente que este problema no es nuestro problema. Creemos, de buena fe, que son los políticos los que deberían solucionar los males sociales. Nosotros ya pagamos excesivamente por lo poco que recibimos del Estado: debemos sostener nuestra seguridad privada, nuestra educación privada, nuestra jubilación privada (hasta que la borraron de un plumazo), nuestro barrio privado, nuestra medicina privada… Es injusto que recibamos tan poco por lo que damos.
Lo cierto es que más allá de las disputas, los enojos, las justicias y las injusticias, el escándalo de la pobreza no deja de crecer. El Papa se enoja, el cardenal Bergoglio denuncia, los curas que trabajan en las villas tienen cada vez más trabajo. Y nosotros seguimos -honestamente- pensando que el problema es de otro; cerramos el diario, cambiamos de canal y nuestra mente vuelve a nuestras actividades y preocupaciones de todos los días.
El problema no pasa de la categoría de noticia que se lee, se ve, se escucha, pero que no nos toca. La noticia no tiene la fuerza de perforar nuestra conciencia, ya que no somos nosotros los responsables de ella y, por lo tanto, de solucionarla.
¿Qué nos toca? ¿Qué nos llega?
Nos tocan los problemas de los que conocemos. Nos impactan las noticias relacionadas con aquello a lo
que pertenecemos. Nos pega la injusticia que provocan los que nos desgobiernan o roban. Nos tocan las ofertas, las gangas, el último modelo, las nuevas casas en los nuevos barrios, ese viaje que ya estamos planeando.
¿Por qué no nos toca la pobreza? Porque no es nuestra. Porque pertenece a otros a los que no consideramos de los nuestros. Porque no tiene nombre y apellido como ese amigo desempleado al que decidimos ayudar.
La manera de incorporar el problema a nuestra conciencia es, precisamente, despertándola. ¿Cómo? Como hace, por ejemplo, la organización de Berríos. Para integrarnos, respetarnos, querernos, debemos primero conocernos. No se trata de aprender intelectualmente un problema; eso es la noticia. Para que el problema sea nuestro problema debemos derribar las barreras (las visibles y las invisibles), ir hacia el otro, dialogar con él, aceptarlo a pesar de las diferencias, construir la vida en común, construir un techo.
Nosotros, los ciudadanos de este bendito país, debemos asumir las responsabilidades que nos tocan. Debemos responder ante la ofensa de la pobreza. Para solucionarlo no alcanza con la limosna. Necesitamos poner lo mejor de nosotros mismos: nuestra inteligencia, nuestro tiempo, nuestros recursos. Debemos apropiarnos del problema y responder a él con la decisión de postergar y, como dice Bergoglio, hasta eliminar consumos que sólo aumentan la brecha entre los que más tienen y esos volquetes existenciales.
LA NACION