19 Mar Pistas sobre cómo aprende el cerebro
Por Nora Bär
El “efecto Mozart“, una curiosa teoría que planteaba que escuchar la sonata en Re mayor K. 448 del compositor austríaco podía hacernos más inteligentes, no aumenta el rendimiento cognitivo. Los primeros tres años de vida no son la única ventana temporal de oportunidad para el desarrollo del cerebro. Y el momento de mayor densidad sináptica (de conexiones entre neuronas) no coincide con el de mayor velocidad de aprendizaje.
Estas viejas creencias no son más que mitos que no pudieron probarse. Pero, en cambio, ahora se sabe que no conviene pasarse la noche en vela antes de un examen, que para fijar un conocimiento es más efectivo dejar lapsos de descanso entre las repeticiones y que en la secundaria convendría atrasar el horario de ingreso a clase para sintonizarlo con los ritmos biológicos de los adolescentes. Estos y otros descubrimientos están siendo discutidos en la segunda Escuela Latinoamericana de Neuroeducación, que se realiza en esta ciudad.
Desde el lunes pasado, y hasta el jueves, treinta de los nombres más destacados de la especialidad estuvieron presentando sus investigaciones y discutiéndolas con 50 jóvenes investigadores seleccionados entre 600 aspirantes de todo el mundo durante intensísimas jornadas que comenzaron en el desayuno y finalizaron después de la cena.
“Todos tenemos ideas intuitivas de cómo debería ser la educación -dice Mariano Sigman, director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA-. Lo que proponemos es intentar el ejercicio de ir más allá de las intuiciones, para basarnos en razonamientos esbozados a partir de conocimientos empíricos y de métodos racionalmente diseñados.”
Para entenderlo, Sigman propone un ejemplo muy actual: el uso de la computadora en la escuela.
“La inserción de la computadora en el ámbito escolar es un tema urgente, porque está sucediendo -dice- y no tenemos mucha idea de qué hacer con ella. Por un lado, modifica el flujo del conocimiento, pasando del profesor que «vuelca» el conocimiento en el alumno, al estudiante que descubre y explora el mundo. En un caso, uno adquiere conocimientos, y en el otro, descubre procedimientos, lo cual es bueno. Pero hay otros usos que pueden ser peligrosos, como cuando se terceriza en las máquinas la capacidad de cómputo que nos ofrece la matemática, que nos cuesta mucho adquirir.”
Por lo pronto, los hallazgos de las neurociencias están poniendo en tela de juicio muchas nociones aceptadas en el sistema escolar. Por ejemplo, que hay que organizar los cursos de acuerdo con la edad o que hay que aprender a leer a los seis años. “Todavía nadie demostró que sea mejor hacerlo a esa edad que a los cuatro o a los siete años”, dice Stanislas Dehaene, profesor del College de France y reconocido como uno de los mayores expertos en cómo la mente procesa la lectura y la matemática.
La lectura en el cerebro
Según Dehaene, el cerebro posee una región especializada para reconocer la letra escrita que se “recicla” al aprender a leer.
“Se detecta en individuos de todas las culturas, en los que hablan inglés, francés, italiano o chino, siempre en la misma ubicación -afirma-. Está selectivamente involucrada en la lectura. De hecho, las personas que sufren un daño en esa región pierden la posibilidad de leer, pero no la de ver.”
Las neuronas de esa región responden no sólo a caras u objetos, sino también a formas simples, como las que constituyen un alfabeto. Según sus investigaciones, al aprender a leer, los circuitos dedicados al reconocimiento de palabras avanzan en el área fronteriza por sobre los dedicados al reconocimiento de caras. Curiosamente, por eso, a medida que aprendemos a leer nos vamos haciendo un poco menos efectivos en el reconocimiento de caras.
“La competencia entre caras y palabras ocurre en la frontera [entre ambas regiones] -dice Dehaene-: a medida que hay más espacio ganado por las palabras, las caras ocupan menos lugar.”
El aprendizaje de la lectura también induce cambios en el procesamiento del lenguaje hablado, que se hace más rápido y eficiente. Y hasta podría mejorar la mielinización (recubrimiento con una membrana) de las fibras nerviosas.
Aprender a razonar
Uno de los componentes básicos del aprendizaje es el razonamiento. Se sabe que esa capacidad aumenta entre los seis y los 18 años, pero ahora también se están cartografiando los cambios estructurales del cerebro que permiten predecir quiénes van a mejorar y quiénes no.
“El razonamiento es un andamio para la adquisición de conocimiento; ¿es posible reforzarlo con la práctica?”, se pregunta Silvia Bunge, hija del físico y filósofo argentino Mario Bunge e investigadora del Instituto Hills de Neurociencia, en la Universidad de California en Berkeley. Sus estudios, aunque todavía preliminares, parecen indicar que sí. “Vimos mejoras en tests de matemática y en memoria de trabajo, entre otros aspectos vinculados con el aprendizaje, luego de algunas semanas de entrenamiento cognitivo -afirma-. Personalmente, creo que la neurociencia podría ayudarnos a reconocer cambios sinápticos incluso antes de que se registren en el plano del comportamiento, ofrecer pistas para el desarrollo de intervenciones educativas o explicar por qué unas son mejores que las otras.”
Entrenar la atención
Otra esfera de interés es la de la atención, condimento principalísimo del aprendizaje que exige no sólo concentrarse en un tema, sino también bloquear los demás estímulos que llegan al cerebro.
Según explica Courtney Stevens, psicóloga de la Universidad Willamette, en Oregon, Estados Unidos, en estudios realizados con Helen Neville detectaron que existirían chicos que tienen dificultad en suprimir los estímulos no relevantes. La buena noticia es que un entrenamiento de 100 minutos diarios a lo largo de seis semanas con un programa computarizado les permitió mejorar.
Pero si bien se están registrando cada vez más avances en el conocimiento de los engranajes del cerebro, los científicos advierten que es importante tomarlos con cautela y no hacer caso a las recetas simplificadas ni a las soluciones mágicas para mejorar la educación de un día para el otro.
“No siempre lo que es intelectual o científicamente interesante resulta relevante para la práctica educativa -dice John Bruer, filósofo, profesor de la Universidad de Washington y presidente de la Fundación James McDonnell, que hizo posible esta reunión internacional tanto como su primera versión, que fue el año último en Atacama, Chile-. La mayoría de nuestras investigaciones aparecen en revistas que muchos ni siquiera oyeron nombrar. Pero tenemos que hacer un esfuerzo para atravesar el abismo que separa a la ciencia de la escuela.”
LA NACION