Nixon y el viaje que cambió la Historia

Nixon y el viaje que cambió la Historia

Por Alberto Schuster
En los próximos días, se cumplirán 40 años desde que el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, llevó a cabo un viaje a la República Popular China, lo que significó una vuelta de hoja en la historia contemporánea y que afianzó las bases del proceso de globalización, iniciado a partir de la finalización de la segunda guerra mundial y que aún hoy estamos viviendo.
Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, concluyeron que los Estados Unidos deberían modificar la que, por aquel entonces, era la principal estrategia estadounidense respecto de China: la de asegurar su aislamiento. Si ese intento concluía en forma exitosa, entonces China ya no sería una amenaza urgente que requiriera contención y, así, los Estados Unidos podrían depositar más intensamente sus energías en su conflicto con la Unión Soviética.
La alianza tácita que surgió entre China y los Estados Unidos a lo largo de la década siguiente cambió el equilibrio de poder en la Guerra Fría y, adicionalmente, le permitió a los Estados Unidos expandir su presencia en el Sudeste Asiático. A partir de ese punto, ellos compartieron inteligencia sobre la Unión Soviética y aumentaron su presión sobre Moscú, lo que, con el tiempo y en combinación con el decepcionante desempeño económico de la Unión Soviética, terminó en su implosión.
Desde allí, la alianza entre China y los Estados Unidos fue siempre considerada para la potencia occidental como estratégicamente prioritaria; aun pese a los desaguisados internos chinos, como la masacre de la plaza de Tiananmen, en 1989, y la resistencia de los dirigentes chinos a efectuar modificaciones a su régimen autoritario.

Una fuerza inadecuada
En palabras de Henry Kissinger, en su libro On China (1): “El aspecto destacable de la relación sino-americana fue que los aliados intentaron coordinar sus acciones sin establecer una obligación formal. […] Mao establecería contacto con los Estados Unidos, pero sin admitir que la fuerza de China no fuera adecuada para cualquier desafío a afrontar. Ni tampoco aceptaría una obligación abstracta para ofrecer ayuda más allá de los requerimientos de interés nacional, como se hubiesen dado en cualquier otro momento. […] Fue una cuasi-alianza, que creció del entendimiento producto de las conversaciones con Mao -en febrero y noviembre de 1973. […] De allí en adelante, Beijing no intentó obstruir o verificar la proyección del poderío de América -como sí lo hiciera antes de la visita del presidente Nixon. […] De hecho, a lo largo de los ´70, Beijing estuvo más a favor de una fuerte actuación de los Estados Unidos contra los desarrollos del Soviet que la mayor parte del público norteamericano o el Congreso”.
Para finales de los ´90, la sucesión posterior a la muerte de Mao, con las reformas orientadas a mercados de Deng Xiaoping, hizo que China gozara un período de crecimiento económico sobresaliente, y que se extiende hasta el presente.
Es muy difícil saber si por las mentes de Nixon y Kissinger pasaba la idea de que China llegaría, tal vez en el siglo XXI, a representar otra vez lo que en la economía mundial siempre había representado, o que el efecto inmediato de la visita y los acuerdos alcanzados sería el “puntapié inicial” del ascenso de China y el casi paralelo descenso de la Unión Soviética y su implosión final.
A lo largo de la historia, China representó una porción significativa del PBI mundial, con marcado descenso desde el último cuarto del siglo XIX hasta el año 1973, donde comenzó a crecer nuevamente hasta alcanzar el 15% en nuestros días.

Liderazgo compartido
De acuerdo con la estadísticas producidas por Angus Maddison (2), China representaba el 23% del producto bruto mundial en el año 1000; 25%, en 1500; 29%, en 1600; 22%, en 1700; 32%, en 1800; 9%, en 1900, llegando a su mínimo en 1973, con el 5%. A nivel del PBI per cápita, registraba en esa misma fecha un valor de u$s 830 (3) frente a los Estados Unidos, que registraban u$s 16.700. El PBI total de China ascendía a u$s 691 miles de millones, en el año 1972, pasando a un PBI de u$s 2.232 miles de millones, en 1991, año de la implosión soviética; es decir, se registró un crecimiento del PBI del 223%, en 18 años. A su vez, la URSS, en el mismo período, pasó de un PBI de u$s 1.395 miles de millones a u$s 1.863 miles de millones; es decir, un incremento del PBI del 33%.
En cuanto a la participación sobre el PBI mundial, China pasó del 4,58%, en 1972, al 8,14%, en 1991, frente al 9,25%, en 1972, y al 6,79%, en 1991, para la URSS.
Analizando estas variables, podemos enfatizar su relevancia e inferir la existencia de una relación causal entre la visita de 1972 por parte de Nixon, la desaparición del “modelo Soviético”, el “retorno de China”, el ascenso posterior de los otros emergentes y el contexto mundial que tanto viene favoreciendo a nuestro país en los últimos años.
Finalmente, una breve digresión sobre liderazgo: el emblemático encuentro entre Nixon y Mao -dos personas puestas en situación de liderar, llevando consigo orígenes personales y políticas antagónicas-, demostró al mundo que, a pesar de sus diferencias en los “modelos” y en los basamentos socio-culturales, fue posible establecer una vía de diálogo fundada en el respeto y la preeminencia de los intereses nacionales. Grandes cosas pueden lograrse cuando los líderes se posicionan en pos de un interés superior. En palabras de Nixon: “Ésta ha sido la semana que cambió al mundo. […] su importancia es lo que haremos en los próximos años para construir un puente sobre 16.000 millas y 22 años de hostilidades que nos han dividido en el pasado. Y lo que hemos dicho hoy es que debemos construir ese puente”.
EL CRONISTA