09 Mar La Europa poco profunda de Umberto Eco
Por Gianni Riotta
Umberto Eco acaba de volver a su oficina en Milán después de una visita a París, donde el presidente francés Nicolas Sarkozy le confirió el título de “commandeur”, la tercera categoría de la Legión de Honor. A Eco lo conmueven semejantes tributos a su trabajo, así como los regalos que recibió recientemente por su cumpleaños de parte del presidente alemán, Christian Wolff, y del primer ministro español, Mariano Rajoy. “Por ahora tenemos una cultura de europeos, después de muchos años en que Europa se definía por sus guerras fratricidas”, asegura.
Padre de la semiología, erudito en cultura masiva, autor de ensayos para una elite y de best sellers mundiales como El nombre de la rosa y El cementerio de Praga, Eco acaba de cumplir 80 años. Cada vez que se siente cansado al subir una escalera, bromea: “Mi amigo, ya no tenemos 70 años”.
Desde la ventana de su oficina, se levanta el castillo Sforzesco, con sus torres y sus pájaros negros, un recuerdo amenazante de las numerosas guerras que devastaron el continente, Italia y la ciudad de Milán. Más de dos siglos después de la conquista napoleónica, ahora los invasores son los turistas, que vienen a visitar en manadas La Piedad Rondanini de Miguel Ángel.
“Ante la crisis de la deuda -y hablo como alguien que no entiende ni una palabra de economía-, debemos recordar que la que forja nuestra identidad es la cultura y no la guerra”, dice Eco. Y agrega: “Durante siglos, franceses, italianos, alemanes, ingleses y españoles estuvieron ocupados en matarse mutuamente. Ahora, estamos en paz hace casi 70 años y nadie se percata de esa obra maestra. El solo hecho de pensar en una guerra entre España y Francia, o entre Italia y Alemania genera risa. Estados Unidos necesitó una guerra civil para unirse verdaderamente. Espero que la cultura y el mercado libre hagan ese trabajo para nuestro provecho”.
Elogio de Erasmus
Eco bebe a sorbos su café, proveniente de la fórmula posmoderna de una cápsula de Nespresso. La esposa del autor, la alemana Renate Ramge Eco, es leal a la receta del tradicional café moka italiano. Eco dice que la identidad europea de hoy está bien extendida, aunque señala que es “shallow” (poco profunda), usando el término en inglés. “No es como la palabra italiana superficiale, sino que es algo que está entre la superficie y lo profundo. Pero tenemos que plantar la identidad con raíces más profundas antes de que la crisis arruine todo”.
Eco menciona Erasmus, el programa europeo de intercambio universitario, que rara vez aparece en la sección de negocios de los diarios. “Pero Erasmus creó la primera generación de jóvenes europeos. Yo la denomino revolución sexual: un catalán conoce a una chica flamenca, se enamoran, se casan… y se vuelven europeos, como sus hijos”.
“La idea de Erasmus debería ser obligatoria –continúa Eco–, no sólo para los estudiantes, sino también para los taxistas, los plomeros y otros más. La única manera de integrarnos es pasar un tiempo en otros países de la Unión Europea”.
De hecho, la idea es seductora. Pero desde los diarios y los partidos políticos de toda Europa, el orgullo le dio paso al populismo, ya que los miembros de la Unión Europea se vuelven cada vez más hostiles entre sí. “Por eso digo que nuestra identidad es shallow”, señala. “Los padres fundadores de Europa -Adenauer, De Gasperi, Monnet- viajaron menos. De Gasperi hablaba alemán, pero sólo porque había nacido en el imperio austrohúngaro y no tenía Internet para leer la prensa extranjera. Su Europa reaccionó ante la guerra y compartió sus recursos para construir la paz. Hoy, tenemos que trabajar para construir una identidad más profunda”, agrega.
Eco defiende seriamente su proyecto de una versión de Erasmus para profesionales y no profesionales. “Cuando lo propuse, en una reunión de los alcaldes de la Unión Europea, un alcalde galés dijo: ‘¡Mis ciudadanos nunca lo aceptarían!’”, recuerda.
Eco también llevó su propuesta recientemente a la televisión británica. Cuenta que el conductor del programa la desestimó en nombre de la crisis del euro, y dijo que los gobiernos “técnicos” de Papademos en Grecia y de Monti en Italia, sin el voto popular, “no eran democráticos”. “¿Cómo tendría que haber respondido?”, se pregunta. Y se explaya: “¿Diciendo que el ejecutivo (de Italia) tiene que ser aprobado por el Parlamento y propuesto por un presidente de la república elegido por el Parlamento? ¿Diciendo que todas las democracias tienen instituciones no elegidas por el voto popular, como la reina de Inglaterra y la Corte Suprema de Estados Unidos, y que nadie las define como no democráticas?”.
“Sólo paisajes fríos”
La débil identidad europea, como la califica Eco, ya era evidente incluso antes de la crisis de la deuda. La debilidad quedó clara, dice, “cuando la Constitución de la Unión Europea fue rechazada por referéndum. Era un documento escrito solamente por los políticos, sin que los hombres de la cultura pudieran participar, y nunca se discutió con los votantes”.
Eco también advierte que los billetes del euro fueron diseñados sin usar la cara de hombres y mujeres importantes de Europa, otro signo de la “poca profundidad” de la identidad europea. “En cambio, sólo pusieron paisajes fríos, como en una pintura de De Chirico. ¿O el problema tiene que ver otra vez con Dios, con el hecho de que Estados Unidos cada día se vuelve más religioso, mientras que Europa lo es cada vez menos?”
Eco recuerda el debate -cuando el Papa Juan Pablo II todavía estaba vivo- en el que se discutió si la Constitución Europea debía remitirse a las raíces cristianas. “Prevaleció el laicismo y la Iglesia protestó. Pero había un tercer camino, más dificultoso, pero que nos habría dado más fuerza hoy en día: establecer una Constitución con todas las raíces: la greco-romana, la judía y la cristiana. En el pasado común, tenemos a Venus y el crucifijo, la Biblia y la mitología nórdica, que recordamos con árboles de Navidad y celebrando Santa Lucía, San Nicolás y Santa Claus”, afirma Eco. “Europa es un continente que fue capaz de fusionar muchas identidades sin mezclarlas. Así es como veo exactamente su futuro.”
Eco advierte sobre la cuestión religiosa: “Muchos de los que dicen ser no practicantes todavía llevan la estampita del Padre Pío en sus billeteras”.
Sin embargo, el escritor italiano no es pesimista: “Con todos sus defectos, el mercado global hace que la guerra sea menos probable, incluso entre Estados Unidos y China. Europa nunca será Estados Unidos de Europa, un solo país con un lenguaje común. Tenemos muchísimos lenguajes y culturas. Pero en Internet, mientras tanto, nos encontramos unos con otros: tal vez no leamos ruso, pero encontramos sitios rusos y somos conscientes de su existencia”.
Luego agrega: “Sigo diciendo que existe la misma distancia de Lisboa a Varsovia que de San Francisco a Nueva York. Seguiremos siendo una federación, pero indisoluble”.
Entonces, ¿qué personajes tienen que ir impresos en los billetes? ¿Quiénes pueden recordarle al mundo que no somos europeos de una forma “poco profunda”, sino más bien lo contrario? Eco propone: “Por mi parte, no pondría a políticos ni a líderes que nos hayan dividido, sino a hombres de la cultura que nos unieron, de Dante a Shakespeare y de Balzac a Rossellini”.
REVISTA DEBATE