El editor que vio la magia de Gabo

El editor que vio la magia de Gabo

Por Patricio Bernabe
A sus 89 años, su voz suena aún clara, entusiasta. Y más aún cuando, del otro lado de la línea telefónica, recuerda cómo, hace casi cinco décadas, fue por su intervención que el mundo conoció, desde la Argentina, la obra máxima de uno de los mayores escritores en lengua castellana y futuro Nobel: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Aunque minimiza el hecho y diga que cualquiera en su lugar hubiera hecho lo mismo, en definitiva fue él, Francisco “Paco” Porrúa, y no otro. Por eso su nombre ya ha quedado asociado en forma indeleble con el gran libro del autor colombiano, que esta semana cumplió 85 años. Y con la Argentina, porque pese a haber nacido en La Coruña, por sus lazos con el país se considera un argentino más y a él se debe también la publicación de obras de Julio Cortázar.
Pese a que mucho se dijo de que la novela había sido rechazada por dos editoriales, en Vivir para contarla García Márquez menciona un rechazo, pero de La hojarasca . Porrúa ya había fundado la editorial Minotauro, dedicada a la ciencia ficción, cuando en 1967, como director literario de la Editorial Sudamericana, se produjo aquel encuentro entre obra y editor, instante que describe de manera natural, muy alejada del mundo mágico que creó García Márquez.
¿Qué recuerda de aquel momento?
-Primero, que el nombre de García Márquez me lo acercó el crítico Luis Haars. De esa manera conocí sus libros La hojarasca , Los funerales de la Mamá Grande y El coronel no tiene quien le escriba . Especialmente este último me pareció un muy buen libro. Lo llamé a García Márquez para ver si los podíamos publicar nosotros en Sudamericana, pero no pudimos porque ya los tenía una editorial mexicana. Entonces me dijo que me enviaría lo siguiente que estaba haciendo. Era Cien años de soledad .
-¿Qué impresión le causó?
-Bueno, por supuesto yo esperaba un buen libro, me bastaron unos poco párrafos para darme cuenta que era lo mejor que había escrito. No hace falta decir nada más del talento literario ni de la inteligencia de García Márquez. Además, yo ya estaba muy bien predispuesto por mis lecturas anteriores. Creo que si me hubiera entregado incluso algo de menor nivel que El coronel … lo hubiera publicado igual.
-¿Cómo se hizo la entrega?
-El manuscrito me lo entregaron en mano en Buenos Aires en dos partes: una me la dio el director de cine mexicano Arturo Ripstein, que había filmado una película con guión de García Márquez y había llegado a la Argentina en un viaje familiar, y la otra me la dio Alvaro Mutis, que trabajaba en Buenos Aires en algo referido a la televisión.
-¿Esperaba la repercusión que tuvo?
-Sí, un poco sí, porque en realidad él ya era famoso, le habían hecho reportajes y notas en diarios y revistas, cuando iba por la calle había gente que lo paraba para saludarlo. Buenos Aires era la ciudad ideal para publicar el libro, se vivía una atmósfera única, que no tenía equivalente en ningún lugar de España o América latina. Y se palpaba que un gran libro estaba por llegar. Se trata de una novela muy latinoamericana, pero por sobre todo diría muy caribeña.
-¿Se volvió a encontrar con él en los años siguientes?
Sí, lo vi a Gabo muchas veces. En Barcelona, en México. Cuando viene acá a España se queda un día o dos. Pero hace cinco o seis años que no lo veo.
-¿Qué significó Cien años de soledad en su carrera de editor?
-Bueno? yo no tengo el orgullo del editor. Creo en el fondo que el editor es una persona casual, si no lo hubiera publicado yo lo hubiera hecho otro. En sí mismo el editor no tiene autoridad, su verdadera autoridad es su catálogo. Si es bueno, el editor es bueno, si su catálogo es malo, el editor es malo. Yo aparte me dedicaba a la tarea de editor en Minotauro y a traducir obras del inglés y el francés. Recuerdo el trabajo que me costó traducir Crónicas marcianas , de Bradbury. Lo hice cuatro veces, para tratar de ser completamente fiel al original. Recién en la última quedé conforme.
-¿Y qué pasó después?
-Estuve en Sudamericana desde 1958, y como director literario desde 1962. Me vine a España en 1977, pero no viví mi tarea con la misma felicidad que en Buenos Aires. Allí tenía muchos amigos escritores, periodistas, editores, de todo un poco. Cuando volví acá fue diferente, viví una suerte de aislamiento, de exilio. Trabajé en Minotauro, pero luego la vendí a Editorial Planeta. Hace diez años que ya no trabajo.
-¿Cree que en los últimos años ha aparecido alguien como García Márquez?
-Y… es complicado afirmar algo así. Comparar siempre es dudoso en literatura. No se puede decir que una obra es mejor que otra. Eso está bien para los deportes y las competencias, pero en literatura no funciona. Por otra parte, si decimos que no hay nadie comparable a García Márquez, también podríamos decir que no hay nadie comparado a Cortázar, a Borges, a Rulfo, a Onetti. Todos fueron escritores de una envergadura similar a García Márquez. Al menos para mí. Lo mismo se puede decir si tomamos escritores argentinos como Piglia o Juan José Saer. Yo no puedo decir que una obra es comparable con otra, son independientes. Cuando leemos un libro con entusiasmo, ese libro es incomparable.
-A propósito, ¿qué piensa de la literatura argentina actual?
-No tengo un conocimiento total, pero tengo la impresión de que en la década del 60 no había esta diversidad y cantidad de autores nuevos que hay ahora en la Argentina. Me parece que es un momento absolutamente excepcional. Se escriben muchas novelas, mucho cuento, mucha poesía. Son una muestra de que hay algo de fondo, de una creatividad que está surgiendo. Creo que entre tantos escritores surgirán algunos más memorables.
-La Argentina ya ocupa un lugar importante en su vida?
-Mi amor por la Argentina es muy grande. Llegué a la Patagonia cuando tenía un año y medio. Mi padre era marino mercante y él pidió un destino en tierra, y lo enviaron a Comodoro Rivadavia. Mi infancia transcurrió entre el desierto, la inmensidad y el océano. Era como una aldea. También recuerdo mucho Buenos Aires… creo que las ciudades terminan por construir tu identidad individual y social. Desde la caída del último gobierno militar he vuelto cada uno o dos años. La última fue hace dos años, más o menos. Visito a la familia, que tengo mucha allá, y a los amigos.
-¿Y qué recuerdo tiene de esa ultima visita?
El espacio es el mismo, pero las cosas son diferentes. Pero mi recuerdo, claro, es muy personal, veo un edificio de Buenos Aires y veo su historia. Me gusta la ciudad y su gente, su lenguaje. Pero ya no es lo mismo, mis amigos ya han muerto: Girri, Marechal, Borges. Inconscientemente uno los busca en los cafés y no los encuentra. A Cortázar, en cambio, lo veía en París. Esto de ahora lo vivo como un exilio, está acompañado de una melancolía especial. Yo siempre digo que la Argentina es para mí un dolor permanente, pero no porque el país esté bien o mal, sino porque es un dolor permanente de nostalgia, de quien pierde una cierta identidad.
LA NACION