Cómo ser creativo

Cómo ser creativo

Por Jonah Lehrer
a creatividad puede parecer cuestión de magia. Nos fijamos en personajes como Steve Jobs y Bob Dylan y concluimos que tienen poderes sobrenaturales que nos fueron denegados al resto de los mortales, un don que les permite imaginar lo que nunca existió. Son “tipos creativos”. Nosotros no.
La creatividad, sin embargo, no es magia y no existen los tipos creativos. No es una característica que heredamos en nuestros genes, ni una bendición concedida por los ángeles. Es una habilidad. Cualquiera puede aprender a ser creativo y mejorar. Nuevos estudios arrojan luz sobre los factores que permiten a las personas inventar productos revolucionarios y resolver los problemas más complejos. Como resultado, ha surgido una serie sorprendentemente concreta de lecciones sobre lo que es la creatividad y cómo estimularla en nosotros mismos y en el trabajo.
La ciencia de la creatividad es relativamente nueva. Hasta la Ilustración, los actos de imaginación quedaban relegados a los poderes superiores. Ser creativo significaba canalizar a las musas y darles voz a los dioses. Incluso en tiempos modernos, los científicos prestaron poca atención a las fuentes de la creatividad.
En la última década, no obstante, eso ha empezado a cambiar. Las últimas investigaciones sugieren que la presunción de que la creatividad es un tipo de conocimiento independiente es falsa. En realidad, usamos el término de “creatividad” como una etiqueta que abarca una variedad de herramientas cognitivas, cada una de las cuales aplica a tipos concretos de problemas.
El desafío que afrontamos, ¿necesita de un momento de lucidez? ¿O puede resolverse gradualmente? La respuesta a menudo deterina si debemos tomarnos una cerveza para relajarnos o quedarnos hasta tarde en la oficina.
Los nuevos estudios también sugieren la mejor manera para abordar los problemas más peliagudos. Solemos dar por sentado que los expertos son genios creativos en sus respectivos ámbitos. Pero los grandes descubrimientos a menudo dependen de inocentes osadías de personas de fuera.
Partamos por los problemas más difíciles, aquellos que a primera vista parecen imposibles. Éstos suelen resolverse (si es que se resuelven) con un momento de lucidez.
Consideremos el caso de Arthur Fry, un ingeniero del departamento de productos de papel de 3M. En 1974, Fry asistió a una presentación de Sheldon Silver, un ingeniero que trabajaba con adhesivos. Silver había desarrollado un pegamento extremada-mente débil que apenas servía para pegar dos trozos de papel. No parecía que el compuesto tuviera aplicaciones prácticas. Después de todo, ¿para qué sirve un pegamento que no pega?
Sin embargo, una gélida mañana de domingo, Fry se acordó del pegamento en un contexto insólito. El ingeniero cantaba en el coro de la iglesia y solía poner pequeños pedazos de papel en su cantoral para marcar las piezas del día. Los papeles a menudo se caían, obligándolo a buscar frenéticamente la página correcta. Parecía un problema insoluble, uno de esos fastidios ordinarios con los que no nos queda otra que convivir.
Pero durante el sermón, Fry tuvo una epifanía. Se le ocurrió que podía aplicar el pegamento débil al papel para crear un marcador de libros reutilizable. Al ser tan débil, se adheriría a la página pero no la rompería al retirarlo. Esa revelación finalmente se convirtió en uno de los artículos de oficina más usados en el mundo: el Post-It.
La invención de Fry fue un clásico momento de lucidez. Si bien esas ocurrencias parecen surgir de la nada, los científicos han empezado a estudiarlas. Lo hacen administrando rompecabezas lógicos y observando lo que ocurre en el cerebro. Las investigaciones de Mark Beeman y John Kounios identificaron de dónde venía la chispa de inspiración que observaban cuando a los participantes se les ocurría la respuesta al enigma planteado.
En los segundos previos al hallazgo, un área del cerebro llamada la circunvolución temporal superior (aSTG por sus siglas en inglés) exhibe un salto en su actividad. Esta región, ubicada en la superficie del hemisferio derecho, se especializa en conectar información muy vagamente relacionada, precisamente lo que hay que hacer a la hora de resolver un problema de creatividad.
Beeman y sus colegas descubrieron que ciertos factores aumentan las probabilidades de uno de esos momentos de lucidez. Por ejemplo, mostrar un breve video humorístico mejora las probabilidades de acierto en un promedio de 20%.
El alcohol también funciona. Investigadores de la Universidad de Illinois, en Chicago, compararon el desempeño en esta clase de rompecabezas entre estudiantes sobrios y ebrios. Éstos últimos resolvieron casi 30% más problemas de palabras que sus compañeros que no estaban intoxicados.
¿Qué explica los beneficios creativos de la relajación y el alcohol? La respuesta involucra la sorprendente ventaja de no prestar atención. Si bien vivimos en una era que le rinde culto a la concentración, este enfoque puede inhibir la imaginación. Puede que estemos concentrados, pero en la respuesta incorrecta.
La relajación ayuda. No es hasta que nos relajamos en la ducha o nos distraemos viendo el video de un humorista que logramos girar el foco de la atención hacia adentro, revisando todas esas asociaciones al azar en el hemisferio derecho del cerebro. Cuando necesitamos un momento de lucidez, esas asociaciones suelen darnos la respuesta.
Los estudios también explican por qué tantos grandes descubrimientos se hicieron en lugares insólitos, como Arquímedes en la bañera o el físico Richard Feynman que garabateaba ecuaciones en clubes de strip-tease. Igualmente validan la lógica de Google de colocar mesas de ping-pong en el vestíbulo y confirman las ventajas prácticas de soñar despierto. Tal como dijo Einstein: “La creatividad es el residuo del tiempo desperdiciado”.
Desde luego, no todos los desafíos requieren una epifanía ni una ducha caliente resolverá todos los problemas. A veces, necesitamos seguir trabajando y resistirnos a la tentación de una siesta inducida por la cerveza.
Esa clase de creatividad es menos divertida. Consiste básicamente en sudor y fracasos. Es el lapicero rojo en la página y el boceto arrugado. Nietzsche se refirió a esto como el “proceso de rechazo”, señalando que si bien a los creadores les gusta jactarse de sus grandes epifanías, la realidad cotidiana es mucho menos romántica. “Todos los grandes artistas y pensadores son grandes trabajadores”, escribió.
Pero si diferentes clases de problemas creativos se benefician de diferentes clases de pensamiento creativo, ¿cómo podemos asegurarnos de que estamos pensando de la manera adecuada en el momento indicado? ¿Cuándo deberíamos fantasear y dar un paseo o cuándo deberíamos seguir dibujando y jugando con las posibilidades?
La buena noticia es que el cerebro humano tiene una sorprendente capacidad natural para evaluar la clase de creatividad que la situación requiere. Numerosos estudios demostraron que, cuando se topa con problemas que no necesitan inspiraciones repentinas, la mente es sorprendentemente hábil para calibrar la probabilidad de que el problema sea resuelto, sabiendo si está cerca o no, aunque desconozca la solución.
Otra clase de problema creativo, sin embargo, es cuando uno carece de la materia prima en la cabeza. Si está tratando de ser más creativo, una de las cosas más importantes que puede hacer es aumentar el volumen y la diversidad de la información a la que se expone.
Steve Jobs dijo que “la creatividad consiste simplemente en conectar cosas”. Pese a que creemos que los creadores inventan algo de la nada, Jobs asegura que incluso los conceptos más remotos surgen usualmente de combinaciones de cosas que existen. Bajo su batuta, Apple no inventó los reproductores MP3 ni las computadoras tipo tableta, sino que se limitó a mejo-rarlos, incorporando elementos de diseño.
¿Cómo puede mejorar la gente a la hora de establecer esas conexiones? Jobs sostiene que los mejores inventores buscan “experiencias diversas”, recopilando muchos puntos que luego pueden ligar.
La creatividad es una chispa. Puede ser exasperante frotar las dos piedras y no conseguir nada. Y puede ser increíblemente satisfactorio cuando sale la llama y una nueva idea conquista el mundo. Por primera vez en la historia, empieza a ser posible ver cómo crear más chispas y asegurar que prendan. Con todo, debemos ser honestos: el proceso creativo siempre será difícil, independientemente de cuánto aprendamos sobre él.
LA NACION