07 Mar Buena ciencia, buenos negocios
Por Nora Bär
Aunque no se comente en la peluquería o en la feria, en los cafés o en la cancha, el anuncio de ayer sobre la modificación genética de plantas de soja, maíz y trigo (por medio de la inserción de un gen del girasol) para conferirles resistencia a la sequía y aumentar el rendimiento en condiciones hídricas normales es una noticia que no debería pasar inadvertida. Para decirlo en palabras de Alejandro Mentaberry, especialista en biotecnología vegetal: “Ahora podemos empezar a hacer lo que nos hacen a nosotros: cobrar por el conocimiento agregado”. Se refería a que, si todo sigue como está previsto, esta única innovación, ya patentada y transferida a una empresa, podría generar royalties como para cubrir el presupuesto anual del Conicet y más.
Que el conocimiento y la inspiración de nuestros investigadores puedan arrojar resultados contantes y sonantes no está nada mal; especialmente, si las tecnologías que surgen de esa asociación se aplican apropiadamente. Pero, por si fuera poco, éstas no son las únicas señales que indican que la ciencia local está en un buen momento.
Alberto Kornblihtt, uno de los investigadores más prominentes de la Argentina (que es, entre otras cosas, el único revisor de la revista Science que trabaja al sur del Ecuador) analizó no hace mucho en una columna de opinión cómo fue variando en las últimas décadas el número de trabajos científicos locales publicados en las revistas indexadas en la base de datos Web of Science, las más calificadas del escenario internacional (también llamadas “de alto impacto”).
La estadística indica que en el decenio 2001-2011 se publicaron 72.637 trabajos de investigación en los que al menos uno de sus autores tiene dirección institucional en el país. La cifra, según afirma Kornblihtt, duplica la del período 1990-2000 y triplica la de 1979 a 1989.
“Pero no se trata de un simple crecimiento vegetativo -escribe el científico-. Entre 2001 y 2011, científicos que investigan en la Argentina participaron en 179 papers publicados en alguna revista de las dos editoriales más importantes en ciencia: Nature y Science . Esta cifra triplica la de 1990-2000 y es 11 veces mayor que la de 1979-1989.” Dicho de otra forma, el aumento de calidad es incluso más notable que el crecimiento cuantitativo. Kornblihtt agrega un ejemplo ilustrativo: la revista Cell , considerada la de mayor impacto mundial en biología, fue fundada en 1974, pero hubo que esperar hasta 1997 para que incluyera un trabajo firmado por científicos de la Argentina. Sin embargo, desde 2004 se publicaron allí siete trabajos realizados en el país, una cantidad similar a la de Brasil, cuya inversión en ciencia supera ampliamente la nuestra.
Si además se tiene en cuenta que en estos resultados no se incluye la formación de recursos humanos, una riqueza -si cabe- tanto o más valiosa que los descubrimientos mismos, la noticia es doblemente positiva.
LA NACION