“Siempre digo que es un mal grave, pero nunca un cáncer”

“Siempre digo que es un mal grave, pero nunca un cáncer”

Rosa levin, oncóloga

El mundo cambia y hasta a veces lo hace para mejor. Rosa Woscoboinik de Levin tuvo oportunidad de comprobarlo por lo menos en dos oportunidades en estos últimos cincuenta años. Recuerda cuando en un clase en la facultad de Medicina de la UBA planteó, madre ella ya, junto a dos compañeras de curso, que sería de buen ver que existiera una nursery para los chiquitos de las alumnas. Tampoco olvida que sus colegas varones la miraron como si fuera de otra especie que no tuviera descendencia. Hoy todavía no hay nursery en Medicina, pero las alumnas son tantas como los alumnos y pocos de éstos se atreverían a oponerse a tal iniciativa. También recuerda que cuando se recibió, la palabra cáncer era más una sentencia de muerte que un diagnóstico y que ahora el cáncer, en su mayoría, quedó encasillado entre las enfermedades crónicas. Curiosamente para Rosa Levin, una oncóloga pionera, el cáncer, como temática de estudio, representó una salida a una adolescencia que, según ella, se negaba a abandonarla. “Me fui haciendo a la idea de que la medicina me serviría para trabajar en ese misterio mayor que era el cáncer, que era mal tratado y provocaba mucho dolor en pacientes y sus familias”.
El amor, dicen, es ciego pero a veces tiene los ojos bien abiertos. A los 18, Rosa ya estaba casada con Emanuel Levin, un bioquímico dedicado a la investigación. Emanuel estaba haciendo su tesis bajo el padrinazgo del premio Nobel de Medicina 1947 Bernardo Houssay, mientras ella, recibida en 1957, trabajaba en el Malbrán. Después llegarían en una buena mezcla dos hijos y la beca de él a Canadá y el acompañamiento de ella, que para nada fue pasivo. En Montreal y según consejo del patólogo Moisés Polak se dedicó a descubrir el mundo de la quimioterapia antitumoral y a seguir durante meses la evolución del cáncer en los niños internados en Hospital de Niños primero, y de mujeres con cáncer de mama en otro hospital general después. “Hice -comenta- el camino inverso, porque se acostumbra empezar una especialización desde la cátedra y no directamente desde el contacto con las historias clínicas”. Sea como sea, el segundo y tercer destino de la beca de su marido fueron Escocia, donde nace el tercer hijo de la pareja, y Londres, donde ella profundiza su formación en oncología. Allí recaló en en el Chest Hospital.y en el Royal Marsden. En el primero se investigaba sobre drogas citostáticas (drogas químicas para el tratamiento del cáncer) y en el segundo se las aplicaba en pacientes. La historia cronológica marca que en 1961 ambos, mejor dicho los cinco, volvieron al país. Rosa trabajaba en el hospital Ramos Mejía recetando las drogas que había conocido en Europa y se reintegraba al Malbrán hasta que irrumpió con todas sus fuerzas la Argentina oscura: la echan de repente a pesar de que no cobraba sueldo. La historia se repetiría peor todavía en 1976.
¿Cuándo cobró su primer sueldo?
En el 64, en el Instituto Marie Curie cuando ya me dedicaba a la clínica oncológica.
¿Qué debe saber una mujer o un hombre sano sobre el cáncer?
Que es una enfermedad tanto o más frecuente que las cardiovasculares o pulmonares. Y que como se cuida de un malestar digestivo, puede cuidarse, en este caso, del cigarrillo, del exceso de bebidas, grasas, dulces y debe saber que hay estudios que destacan el papel de verduras y frutas en la defensa del organismo. Y no lo digo yo, sino el director de uno de los principales centros de EE.UU., el Anderson Cancer Center, recomienda comer 400 gramos diarios de verduras y frutas, divididos en cinco porciones.
¿Cómo fue la primera vez que le dio a un paciente un diagnóstico de cáncer?
Yo no doy diagnósticos de cáncer. No creo que cuando los pacientes llegan derivados al oncólogo yo les deba decir que es cáncer. Siempre digo que es un enfermedad importante, que exige mucho tratamiento y mucha paciencia. Usted hace radioterapia y se encuentra con otros cincuenta pacientes haciendo radioterapia. ¿Qué tienen de común esos cincuenta pacientes y usted? ¿Tengo que venir yo a decirle que sí tiene? A veces los médicos actuamos también en defensa propia. Porque a mí también me duele. Entonces prefiero aclarar que voy a hacer todo lo posible, me ocupo y vamos juntos.
¿Hay que ser especial para estar en contacto con el dolor?
No sólo con el dolor sino con la muerte. Sí, hay que ser especial. Todos los oncólogos necesitamos ayuda psicológica. Es una especialidad difícil. Creo que deberíamos tener vacaciones especiales, honorarios especiales. No es sólo el dolor.
¿El paciente debe luchar, pero puede cambiar de médico?
A veces los médicos… Le digo más: para un enfermo que vive doce años con un cáncer crónico puede ser bueno cambiar de equipo. Porque todos somos oncólogos, pero uno usa tal terapia, tal medicamento, que le pueden ir mejor al enfermo. Si su vida está en peligro ¿cómo no va a poder hacer otra consulta?
¿Es un problema de celos?
De ética mal entendida. Atendía a una paciente que desapareció de la consulta. Y un día la veo en un restorán, espléndida, y le digo cuánto me alegro. Y me cuenta que la atiende otro médico, que le receta lo mismo que yo le daba pero en una dosis más alta. Me dio una alegría y aprendí también que podía recetar dosis más altas.
No es el cáncer el que hay que tratar, sino al paciente. Y el paciente, claro, es uno, indivisible. Nadie lo duda, pero ¿se puede tener el cuerpo enfermo y la cabeza sana? Para responder, Rosa Levin apela a su experiencia reciente. “La madrina de la Fundación Oncológica Encuentro (que dirige ella) fue Alicia Bruzzo. La actriz, solidaria, llegó sana a la Fundación y fue artista hasta último momento. Se presentó a un casting la semana anterior a su muerte. ¿Sabe qué tenía?”. Y mientras uno sopesa una lista de posibilidades entre los cánceres más conocidos, Levin sale con: “Un gran temperamento”.
CLARIN