Los arquitectos se visten de negro

Los arquitectos se visten de negro


Por Berto Montaner
Cada profesión tiene sus propios códigos. A quien le haya tocado subirse al colectivo 37, 160 o cualquier otro que vaya a Ciudad Universitaria, sabe por experiencia propia que no hay dudas de quién se baja en el pabellón de Exactas y quién en el de Arquitectura. Está claro que hay un look bien diferente entre estudiantes de ambas carreras. Así como también pareciera que hay un reglamento particular nunca escrito para la vestimenta de los abogados, los ingenieros, los escribanos y no tan claro para los artistas plásticos.
Clorindo Testa, arquitecto y plástico, siempre de saco y pullover, me hace acordar a un tío mío, que también era artista. Venía a comer los domingos a mi casa. Siempre de traje. Decía: “Es lo más fácil y lo más económico. Solo te cambias la camisa y elegís la corbata”.
Pero más allá de esta excepción, digo la de Clorindo, el uniforme de los arquitectos constó por años de saco de gabardina o corderoy, camisa abierta, nunca una corbata. Y venía acompañado de la inefable carterita de cuero de la cual debía emerger el escalímetro, algo así como el estetoscopio de los médicos o la Mont Blanc de los escribanos.
Los usos y costumbres cambiaron. Ahora todos, los que quieren pertenecer, se visten de negro. Los estudiantes avanzados, los arquitectos internacionales más renombrados, las voces emergentes y los de la mediana generación con más aspiraciones profesionales tienen un ropaje común.
Un día uno de estos arquitectos me dio la siguiente explicación. Cansado del ninguneo de sus clientes, decidió darle una vuelta de rosca a su imagen. Se vistió todo de negro y remplazó en su tarjeta el título de arquitecto por el de creativo. A partir de allí me contó que le fue mejor.
Otro me dijo. Es mucho más fácil vestirte de negro. No te podés equivocar con la combinación de colores, cosa que entre arquitectos o arquitectos y clientes sería un papelón. E intentó ir más profundo: el negro tiene que ver con el no color, con la indefinición. Más bien con retrasar el momento de las definiciones, una estrategia que usa para mantener atrapados a sus clientes.
Pero la mejor explicación que recibí fue la de Alfredo Brillembourg, un arquitecto venezolano de la mediana generación que acaba de ganar el Premio Holcim Latinoamérica, una prestigiosa distinción que se dio recientemente en Buenos Aires a proyectos que colaboran con preservar la salud del planeta y que generan soluciones para hábitats en situación de emergencia. Como era de esperar en el panel de los premiados eran mayoría los vestidos de negro.
Brillembourg me dijo: “Es que los arquitectos nos creemos que tenemos una misión en la vida y es la de crear los espacios para que la gente viva mejor.” ¡Casi una apostolado!
Junto con Hubert Klumpner del grupo Urban Think Tank propuso una Fábrica de Música en el corazón de una favela de San Pablo; otro de los ganadores, el chileno Alejandro Aravena, fue distinguido por su plan de reconstrucción post-tsunami para Constitución, Chile; y el estudio mexicano Arquitectura 911sc, por un plan de saneamiento integral para Ciudad Juárez, una propuesta que intenta atacar problemas sociales, ambientales, infraestructurales y urbanísticos con la generación de nuevos espacios públicos.
“Está bien que estemos vestidos todos iguales”, concluyó Brillembourg. “Es que somos una cofradía”.
CLARIN