07 Feb Los argentinos que viven en Malvinas, lejos del conflicto
Por Gabriel Sued
“¿Qué hacés, loco?”, saluda Sebastián, dejando escapar su tono porteño, y extiende la mano por encima de la barra de madera oscura. “¿Cómo va, chabón?”, le responde Matías, del otro lado del mostrador, e inclina el cuerpo un poco hacia adelante para acompañar la bienvenida con una palmada en el hombro. La escena, casi una rutina en cualquier encuentro de amigos en la Argentina, es una de las pocas expresiones de argentinidad que pueden presenciarse en estos días en las Malvinas.
Los protagonistas del saludo, que enseguida deriva en cargadas y otros intercambios amistosos, también son singulares. Sebastián Socodo, de 32 años, y Matías Rodríguez, de 23, son dos de los 29 argentinos que viven en las islas, menos del 1% de sus 3142 habitantes. Se hicieron amigos acá, y, ahora, además, Matías se puso de novio con una de las hermanas de la mujer de Sebastián.
No es lo único que tienen en común. Los dos prefieren mantenerse lo más lejos posible del conflicto que mantienen la Argentina y el Reino Unido por la soberanía de estas islas.
Ese rasgo es, en realidad, compartido por todos los argentinos que viven aquí, en lo que parece ser el requisito básico para ser aceptado y bienvenido por los isleños. No hay lugares especiales para los argentinos y los pocos que viven acá nunca se reúnen. Algunos prefieren no hablar, en su condición de argentinos, con los periodistas llegados desde Buenos Aires.
“Aunque voy a morir siendo argentino, hace tanto tiempo que vivo en las islas que me siento más parte de acá que de allá”, explica Sebastián. Nacido y criado en Quilmes, llegó a esta ciudad hace once años, después de casarse con una isleña que vivía en la Argentina.
La conoció en una escuela secundaria de Claypole. Ella se había ido a vivir al sur del conurbano bonaerense, con sólo tres años, cuando estalló la guerra, en abril de 1982. Su padre, de familia británica pero nacido en la Argentina, sacó a todos sus hijos de las islas para mantenerlos a salvo de los enfrentamientos que se acercaban a la ciudad.
“Estoy totalmente agradecido de lo que tengo acá. Puede darles educación a mis hijos, estoy trabajando y me siento respetado”, dice Sebastián, padre de dos hijos, el menor, nacido aquí. Tiene un jean azul, anteojos negros y una remera con el símbolo del cuerpo de bomberos local. Es uno de los trabajos que hizo desde que llegó a esta ciudad.
Hoy es empleado del área de mantenimiento de oficios públicos de la municipalidad y, con su camioneta, ofrece recorridas turísticas por los campos de batalla. También tiene un tercer trabajo: es el encargado del mantenimiento del cementerio de Darwin, donde descansan los restos de la mayoría de los 649 soldados argentinos caídos durante la guerra.
No es su único lazo fuerte con la Argentina. Sebastián tiene en Quilmes a su familia. “A mi mamá la traje cinco semanas y, cuando vio cómo vivimos acá, me dijo: «No vuelvas a la Argentina nunca más»”, dice, ahora al volante de su camioneta, camino al cementerio.
Mientras el vehículo circula cerca de campos minados, suenan los Wachiturros, un regalo que le mandó a Sebastián uno de sus hermanos, para mantenerlo actualizado. Es hincha de Boca, pero le interesa más el rugby.
El hotel de Malvinas
Matías es de River y se lamenta de que acá no transmitan los partidos de fútbol de la Argentina.
Llegó a los 17 años, junto con su padre, desde San Miguel, en el oeste del conurbano. Hoy, trabaja en la barra del bar del Malvina House, el mejor hotel de la isla. Tiene ese nombre porque así se llamaba la última dueña de la casa, pero los locales enseguida aclaran que aquí está mal visto llamar Malvinas a las islas.
“Acá se vive muy bien, no hay inseguridad”, dice Matías. Cuenta que intentó llevar a su novia a vivir a San Miguel, pero que ella no se adaptó. Los dos ahora sueñan con juntar dinero suficiente para irse a Londres.
La familia de su novia, la misma que la de la mujer de Sebastián, atrajo al grupo más numeroso de argentinos residentes en las islas, y son ahora casi la mitad del total. Son varios argentinos que se casaron con isleñas. Ni él ni Sebastián se quejan. Al contrario, se muestran agradecidos por el trato que reciben de los isleños. Pero varios de los habitantes consultados por LA NACION reconocen que la situación está más “tirante” en los últimos meses, a partir del recrudecimiento del conflicto diplomático entre Buenos Aires y Londres.
Malos sentimientos
“No tengo problemas con los argentinos, los que conozco son adorables y los que viven acá son muy aceptados por la comunidad, nunca vi ningún problema. Pero todavía hay malos sentimientos hacia la Argentina y más últimamente, por el bloqueo”, explica Arlette Betts, dueña del hotel Lafone House, en referencia a la decisión de los países del Cono Sur de prohibir en sus puertos los barcos con bandera isleña. Fue cuñada de Alexander Betts, el primer malvinense que obtuvo su DNI y ahora vive en Córdoba.
“Ahora la gente está muy enojada”, agrega Arlette. A sus espaldas tiene un cuadro de una mujer embarazada. Es un retrato de María Abriani, la argentina que se casó con James Peck, el isleño que se mudó a Buenos Aires y obtuvo su documento argentino el año pasado. A pocos metros, hay otro cuadro, también de autoría de Peck, que refleja el retiro de las tropas argentinas, después de la derrota.
Detrás de la barra del Narrows, un pub ubicado en el extremo oeste de la ciudad, el chileno Carlos Fajardo asegura que aquí nadie discrimina a los argentinos.
“Los que vienen de afuera a veces tienen problemas, pero a los que viven acá los tratan bien”, cuenta. Y para reforzar sus palabras da un ejemplo futbolístico. “Yo juego al fútbol con mi polera de Boca y acá hay chicos que usan la de Messi”, dice, lejos de su Santiago natal, de donde llegó hace siete años.
En su bar, hay una gran bandera de Chile, al lado de un estandarte de las islas. “¿Un argentino podría hacer lo mismo?”, pregunta LA NACION. “No, de ninguna manera. Está prohibido”, explica Carlos.
LA NACION