Ciencia que no es ficción

Ciencia que no es ficción


Por María Gabriela Ensinck
La guerra de las galaxias a Matrix , la idea de máquinas que superan a los humanos es una inquietante posibilidad. Los avances en robótica, inteligencia artificial y sistemas expertos han vuelto reales muchos de los planteos de la ciencia ficción.
Por primera vez, en 2011 la computadora Watson superó en el juego de preguntas y respuestas Jeopardy a dos oponentes humanos que habían ganado el concurso anteriormente. El próximo paso de este dispositivo desarrollado por el laboratorio de inteligencia artificial de IBM es convertirse en médico, para revolucionar los diagnósticos clínicos gracias a su enorme poder de procesamiento de variables complejas (como síntomas de enfermedades y parámetros de estudios físicos).
En el campo de las intervenciones quirúrgicas, el robot Da Vinci (operando en el Hospital Italiano de Buenos Aires desde 2008), es capaz de reproducir con sus cuatro brazos los movimientos que, desde la consola, realiza el cirujano. Y los efectúa aún con mayor precisión ya que sus circuitos filtran los casi imperceptibles temblores de la mano.
Y para quienes creen que leer la mente es cosa de brujas y pitonisas, un sistema creado por el investigador Jack Gallant de la Universidad de California en Berkeley permitió escanear los pensamientos de un grupo de voluntarios y reflejarlos en colores en el monitor de una computadora. Asímismo, los sistemas que permiten controlar dispositivos externos utilizando meramente el movimiento de los párpados o impulsos cerebrales (como los que utiliza el científico Stephen Hawking) son parte hace tiempo de la vida cotidiana.
En tanto, la compañía Vint Cerf está desarrollando un protocolo de transmisión M2M (mind to mind) para permitir la transferencia de información entre personas, a velocidades muy superiores a los de los más avanzados módems, según reportó la revista The Economist.
Y eso no es todo. Científicos de la University of Southern California crearon una suerte de implante cerebral que ayudaría a los pacientes con Alzheimer a recobrar los recuerdos. Colocado en una persona normal, serviría para mejorar la memoria. El dispositivo fue testeado en un grupo de ratas a las que se entrenó para encontrar la salida a un laberinto, y luego ese aprendizaje, almacenado en el implante neuronal, se trasladó a otro grupo de ratas “inexpertas”, quienes automáticamente encontraron la salida. Si bien las investigaciones son preliminares, la posibilidad de implantar recuerdos de una persona a otra suena por lo menos inquietante. Pero habrá que acostumbrarse, muchas cosas nuevas están llegando.

Ciencia que no es ficción
Para entender lo que se viene es preciso, ante todo, diferenciar algunos conceptos. En primer lugar, “la inteligencia artificial es un campo interdisciplinario que busca que las máquinas realicen tareas típicamente humanas, como manejar un auto, encender la calefacción cuando bajó la temperatura, traducir un texto de un idioma a otro”, explica Laura Alonso, doctora en Ciencia Cognitiva y Lenguaje, y miembro del Grupo de Procesamiento del Lenguaje Natural de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad Nacional de Córdoba.
Alonso coordina, junto con un equipo de científicos cordobeses, el desarrollo de un sistema de traducción automatizado para las lenguas mocoví y quechua, que están en riesgo de desaparición.
Hoy la inteligencia artificial puede ir más allá de sistematizar y automatizar el conocimiento humano. “Hay sistemas que se adaptan a nuevos contextos y aprenden a partir de pruebas de ensayo y error”, dice la especialista en Lingüística Computacional. Incluso algunos son capaces de descubrir información novedosa y detectar correlaciones y fenómenos nuevos, como aquellos que se utilizan en investigación farmacológica para el descubrimiento de nuevas drogas.
También existen los llamados “sistemas expertos”, que son muy rápidos y eficientes en un área restringida de conocimiento, como autorizar transacciones con una tarjeta de crédito o gestionar un sistema de reservas aéreas. En tanto, la llamada “simulación cognitiva” se utiliza para investigar cómo funciona la mente humana para reconocer rostros o interpretar el lenguaje, y cómo trabajan las redes de neuronas.
La llamada Teoría de las Redes es uno de los campos de confluencia entre la computación y la neurología, dado que permite detectar ciertas regularidades en los sistemas complejos. “Al igual que Internet, el cerebro tiene pocos nodos que se conectan con una gran cantidad de otros, que a su vez tienen pocas conexiones”, dice el físico y biólogo argentino Guillermo Cecchi, investigador en el laboratorio de inteligencia artificial de IBM en los Estados Unidos. Cecchi y su equipo se dedican al análisis de redes complejas para estudiar cómo el cerebro se comunica internamente y cómo piensa. Sus hallazgos ayudarán a comprender mejor y encontrar nuevas alternativas al tratamiento de patologías como la esquizofrenia.

Robots cada vez mas humanos
Décadas atrás, se hicieron enormes inversiones en el desarrollo de la robótica industrial (automatización en las fábricas, brazos robóticos) y militar (para detección y desactivación de explosivos, por caso). En los años más recientes, se incrementaron las investigaciones en robótica aplicada a la salud y el cuidado personal.
También se verán cada vez con mayor frecuencia los “enjambres de robots” (robot swarms) que realizan coordinadamente múltiples tareas administrativas y de producción. Con la ventaja de que no reclaman por sus derechos laborales ni se distraen charlando de fútbol, intercambiando chismes en los pasillos, espiando lo que hacen sus amigos en Facebook ni cuidando granjas virtuales.
“Una de las tendencias actuales más fuertes es la humanización de la robótica”, destaca Mei Chen, investigador principal del Intel Science and Technology Center en California, Estados Unidos. No por nada, la llamada informática afectiva tiene su propia organización internacional (Humaine), que celebra dos conferencias internacionales al año para la actualización de sus especialistas.
En Japón -cuna de la robótica-, se han desarrollado comercialmente robots capaces de reproducir expresiones humanas y mantener conversaciones básicas, diseñados para acompañar a personas de la tercera edad.
Expertos de la Universidad de Illinois crearon un software que permite a un robot imitar expresiones humanas e interactuar con niños autistas. “Dado que una de las características del autismo es la imposibilidad de mirar a los ojos al interlocutor, un robot resulta menos intimidante”, explica Stephen Porges, uno de los que desarrollaron el software.
La utilización de robots como asistentes en educación también está difundida. Sin embargo, las máquinas difícilmente reemplacen a los docentes de carne y hueso. “El aprendizaje requiere interactuar con otras personas”, afirma el neurólogo Facundo Manes, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Favaloro y del Instituto de Neurología Cognitiva de Buenos Aires (Ineco). Manes refiere un experimento en el que tres grupos de bebes, cuya lengua materna era el inglés, fueron expuestos al aprendizaje de chino. El primer grupo, con un maestro en vivo; el segundo, con películas del mismo hablante, y el tercer grupo, sólo con audios. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos, pero luego del entrenamiento, los bebes que vieron al maestro en vivo distinguieron sílabas y sonidos con un rendimiento similar al de un bebe nativo chino. Los bebes que estuvieron expuestos a ese idioma a través del video o el audio no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue similar al de bebes sin entrenamiento.

Prótesis biónicas
Así como el Hombre nuclear y la Mujer biónica, protagonistas de las populares series de los años 70, tenían extremidades y órganos artificiales, científicos del Doheny Eye Institute de la Universidad de California del Sur, crearon un ojo biónico que permite restaurar la visión a personas ciegas.
También se están desarrollando brazos y manos artificiales que pueden accionarse con impulsos cerebrales, aunque aún no han logrado la sutileza en los movimientos de los miembros naturales.
En 2008, el Comité Olímpico Internacional denegó a Oscar Pistorius, un atleta sudafricano sin piernas, su participación en los Juegos Olímpicos de Pekín debido a que sus prótesis le daban ventaja sobre los atletas convencionales. “Si hasta aquí la idea de máquinas inteligentes y dotadas de sentimientos resulta sorprendente, habrá que pensar en convivir con partes de nuestro cuerpo no biológicas”, asegura Santiago Bilinkis, que en 2010 participó de un programa de capacitación en Singularity University, en la NASA.
“¿Qué ocurrirá cuando los costos de este tipo de prótesis estén al alcance de una mayoría de personas? ¿Nos cortaremos las piernas para ponernos unas más rápidas? -se pregunta Bilinkis- ¿Si vamos al quirófano para cambiar partes de nuestro cuerpo por estética, por qué no lo haremos por funcionalidad?”
Los doctores Lucas Terissi y Juan Carlos Gómez, del Centro Internacional Franco Argentino de Ciencias de la Información y Sistemas (Cifasis) del Conicet, trabajan en la animación de imágenes 3D del rostro humano para imitar los movimientos del habla.
Las aplicaciones de esta tecnología van desde la medicina hasta el cine. “Se puede usar en un teléfono móvil, donde además de escuchar el sonido, se pueda ver al modelo 3D hablando”, dice el doctor Terissi. “Esto facilitaría la comunicación para personas con hipoacusia, ya que para la inteligibilidad de un mensaje no sólo es importante la señal acústica sino la información visual del movimiento de los labios y gestos”.
Lo cierto es que los avances en el terreno de la inteligencia artificial y las tecnologías de mejoramiento humano (Human Enhancement Technologies – HET) plantean enormes dilemas éticos.
“Todos los métodos y herramientas que facilitan el acceso a la información también pueden ser usados para ocultar y manipular”, dice la investigadora Laura Alonso. “La transparencia está en manos de quienes crean las tecnologías, y la vigilancia de parte de quienes las usan”.
Para Mei Chen, del ISTC, la disyuntiva está del lado del acceso a los nuevos dispositivos y tecnologías. “Su uso para mejorar las capacidades de personas sanas no sólo crea problemas regulatorios y de financiamiento, sino enormes cuestionamientos éticos, dado que, por su alto costo, sólo las personas ricas accederán a ellos y esto podría ahondar las inequidades entre un grupo social mejorado y otro convencional.” De ahí al diseño de una sociedad de castas diferenciadas como la que plantea Aldous Huxley en Un mundo feliz, hay sólo un paso. El futuro puede ser tan bueno o tan malo como seamos capaces de construirlo.
LA NACION