Bill Gates: El hombre de gustos modestos

Bill Gates: El hombre de gustos modestos

Por Gideon Rachman
Estoy sentado en un taburete de la barra. Al otro lado de una mesa redonda de metal, el segundo hombre más rico del mundo se toma una Coca-Cola light, come papas fritas con las manos y explica la historia de la vacuna contra la polio. Bill Gates aún sería el hombre más rico del mundo si no siguiera regalando su dinero. Ahora, después de donar u$s 28.000 millones a la Fundación Bill & Melinda Gates -que financia causas de salud, desarrollo y educación- sólo le quedan u$s 54.000 millones.
Para un hombre que ha hecho tal fortuna, Gates parece tener gustos modestos. Nos reunimos en su oficina en Kirkland, un suburbio de Seattle, y cruzamos la calle al Beach Café en el Woodmark, un bonito hotel local. Es un lugar bastante agradable, con vistas al lago Washington, pero creo que fue elegido más por conveniencia que por su cocina. Estamos sentados en el bar, lejos de otros comensales. Gates usa un brillante polerón blanco con cierre sobre una camisa de color verde claro y pantalones caqui. De 55 años, todavía se ve joven, con un toque de gris en su cabello rubio.
Llega la camarera está a la vista y Gates pide sopa de almejas y una hamburguesa con queso. También voy por una hamburguesa con queso, con salsa de cangrejo, y empezamos a hablar sobre la vida en Seattle. Me dice que aún conduce por la ciudad. Intrigado por su falta de ostentación, pregunto si tiene pasatiempos caros. En realidad no, su juego es el bridge y “todo lo que se necesita es una baraja de cartas”. ¿Entonces es un asceta? Gates objeta- “No (…) Tengo una oficina agradable. Tengo una linda casa (…) Así que no me estoy negando grandes cosas. Simplemente no tengo pasatiempos caros”. A un par de kilómetros, sin embargo, se encuentra la mansión de alta tecnología de Gates, que se dice tiene un valor de u$s 125 millones, con una biblioteca con una cita de El Gran Gatsby en el techo.
El relato de Gates de los orígenes de Microsoft también tiene poco que ver con el dinero. Fundó la empresa en 1975, después de abandonar la Universidad de Harvard para satisfacer su pasión por la informática. “Cuando me decidí a iniciar Microsoft, no fue porque fuera una carrera lucrativa. Paul Allen (su amigo de la infancia y co-fundador de Microsoft) y yo estábamos entusiasmados con la computadora personal y nos sorprendió que nadie más estuviera trabajando en ella (…) Nos pusimos a trabajar en los problemas más interesantes y contratamos gente increíble (…) Estábamos en la planta baja”. Según los recuerdos de Gates, el dinero fue casi un subproducto accidental. “En realidad, si desarrolla un buen software, el negocio no es tan complicado (…) La parte comercial es bastante simple, se tratar de recibir más que lo que se gasta”.
Sé que muchos de los competidores de Gates reaccionarían a esa descripción más bien ingenua de cómo se construyó el imperio Microsoft. Gates fue un empresario decidido y en los ’90 su empresa fue acusada de prácticas anticompetitivas y finalmente multada con miles de millones de dólares en EE.UU. y Europa.
Le pregunto sobre la historia popular de que en los ’90 la despiadadamente eficiente Microsoft había “aplastado” a su rival, Apple, a pesar de que los fanáticos de Apple insistían en que sus productos estaban mejor diseñados. “No los recuerdo aplastados”, replica Gates. “No recuerdo que alguna vez estuvieran aplastados. Estábamos escribiendo software para ellos y en sus peores días, ¿quién invirtió en Apple para ayudarlos a salir? Bueno, fue Microsoft”, se ríe con desprecio.
A fines de de los ’90 Gates, entonces un cuarentón, comenzó a cambiar de dirección y su dura imagen cambió con él, a medida que canalizaba dinero a la filantropía. “Creo que hubo un año que doné, creo, más de u$s 16.000 millones.” Hace una pausa y dice con vaguedad inusual, “Creo que fue en 2000: Tal vez fueron u$s 20.000 millones”. Desde entonces ha seguido donando y se ha dedicado a convencer a colegas multimillonarios -como Larry Ellison de Oracle, Ted Turner de CNN y Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York- de regalar gran parte de sus fortunas a la caridad.
Gates musita que la decisión de convertirse a la filantropía a una edad temprana puede ser incómoda para algunas personas. “Hay toda clase de razones para postergarlo, porque como sea que haya hecho su dinero, era muy bueno en eso, y sabe lo que está haciendo (…) Así que adentrarse en algo nuevo es muy difícil y en cierto modo lo obliga a uno a pensar en su muerte”.
En el caso de Gates, existe una fuerte tradición de caridad en la familia. Su madre, Mary, presidía de la rama de Seattle de United Way International, una importante organización de caridad. Su padre Bill senior, ahora 84, es también un filántropo activo, y hoy hace campaña en favor de aumentar los impuestos a los ricos en el estado de Washington. Por encima de todo, la esposa de Gates, Melinda, a quien conoció en Microsoft y se casó en 1994, (la pareja tiene tres hijos) está apasionadamente comprometida con el trabajo de la fundación. Las placas en las paredes de la fundación dicen claramente que es la “Bill & Melinda Gates Foundation”.
En 2008, Gates se convirtió en presidente no ejecutivo de Microsoft y ahora dedica la mayor parte de su tiempo a la fundación. Pero, dice, “trabajo tanto tiempo ahora como lo hice en la década antes de la transición”. Hace una pausa. “No trabajo las horas de cuando tenía veinte o treinta años, cuando no salía de vacaciones y muchas noches no llegaba a mi casa. Era verdadero fanatismo”. En esos años, cuando Warren Buffett, el inversionista multimillonario que ahora es un amigo cercano, compañero de bridge y un gran donante a la Fundación Gates, quiso conocer al hombre de Microsoft, Gates, al principio no podía encontrar tiempo en su agenda. “Yo estaba muy ocupado, no hacía cosas de ese estilo”. Así que, sugiero, ¿no tenía vida social? Gates me corrige: “No, yo socializaba con mis padres la noche del domingo, pero no salía a conocer nuevas personas involucradas con las inversiones”.
Tal vez Gates ya no trabaja como fanático, pero está claramente atrapado por los problemas médicos que su fundación está encarando – en particular, el esfuerzo por desarrollar nuevas vacunas para la malaria y el VIH y para erradicar la poliomielitis mediante la vacunación. Los momentos en los que parece más entretenido es cuando se mete en la ciencia, y a medida que habla, cruza los brazos sobre el pecho y se mece suavemente hacia atrás y adelante. Sin embargo, su conversación es interrumpida por repentinos estallidos de risa. Se ríe cuando describe al oficial del ejército británico en India que descubrió que los mosquitos transmiten la malaria – “Usted sabe, el buen mayor Ross estaba sentado un día en India, sin hacer mucho, pero él era parte del ejército británico y él … concluyó, hey, esto no es por el olor del pantano, es por el mosquito que los muerde”.
La pasión por la ciencia y la tecnología que hizo crecer a Microsoft es ahora canalizada en la búsqueda de avances médicos. Le pregunto a Gates si ve algún paralelo entre el desarrollo de software y el desarrollo de vacunas. “Oh, por supuesto”, responde, tomando un sorbo de Coca-Cola. “Es respaldar a gente inteligente para resolver un problema que uno considera importante”. La principal diferencia, dice, es la paciencia requerida. “Con el software uno sabe si algo está bien o no en tres o cuatro años (…) pero muchas de las cosas que estamos haciendo ahora son más en el plazo de los cinco a diez años, como este trabajo en la vacuna contra la malaria”.
Gates habla largamente y con gran entusiasmo acerca de las diversas líneas de investigación que se siguen en la búsqueda de vacunas contra el VIH y la malaria, pero no tiene formación médica. Le pregunto si alguna vez se siente fuera de su ambiente, discutiendo los últimos eventos. Me mira con algo de incredulidad y dice: “No, porque leo lo que sea necesario y aprendo lo que quiero aprender. Y paso tiempo con personas que trabajan en el campo y tienen la amabilidad de enseñarme. Así que he aprendido mucho sobre inmunología, que es un campo súper interesante”, dice, sonriendo con placer y dando un mordisco a su hamburguesa con queso.
Una característica notable de la fundación es la medida en que su trabajo se centra fuera de Estados Unidos, en particular en África e India. Hay un programa dedicado a la reforma educativa en EE.UU., pero la mayor parte del dinero se destina a salud y desarrollo en las zonas más pobres del mundo. Gates plantea la decisión casi como una cuestión de eficiencia empresarial. “Uno quiere mejorar la vida humana tanto sea posible conseguir de cada dólar, y la capacidad de hacerlo en países pobres es más de cien veces mayor que si trabaja en un área donde la situación básica es mucho mejor”.
Pero ¿qué pasa con los argumentos de personas que insisten en que la ayuda externa es ineficaz y que Gates está, en efecto, desperdiciando su dinero? Su respuesta es firme, aunque se entrega con suavidad: “Bueno, si los críticos fueran serios, lo que harían es tomar la ayuda y empezar a clasificarla (…) Nadie le dio dinero a Mobutu en Zaire [pensando] que lo estaba gastando bien, fue un cálculo de la guerra fría”. Por otra parte, también hay “historias de éxito realmente increíble en la ayuda”. Las menciona: “la revolución verde, la reducción de las hambruna masivas, la prevención de la inanición (…) todo el milagro de la vacunación (…) La razón principal que hemos conseguido bajar de la muerte de 20 millones de niños al año a cerca de ocho millones es la vacuna”. Anticipándose a la objeción de que esto sólo provocará una explosión demográfica y por lo tanto aumentará la pobreza, Gates dice que la investigación muestra que las familias saludables con menor mortalidad infantil tienen menos hijos. Así que sus programas de vacunación y desarrollo en realidad ayudan a prevenir una explosión de población, en lugar de provocarla.
Inevitablemente, Gates está tomando decisiones y financiando proyectos que tienen todo tipo de implicaciones políticas. Pero, a diferencia de George Soros, ha evitado cuidadosamente convertirse en una figura políticamente controvertida.
Veo un signo de su política, sin embargo, cuando hablamos de la velocidad y la energía con la que China está desarrollando y sugiero que algunos podrían encontrarlo atemorizante. La palabra lo hace reaccionar: “Si todo lo que le importa es la fortaleza relativa de EE.UU. o el Reino Unido en el mundo, entonces es especialmente atemorizante”, dice riendo sarcásticamente. “En el caso de EE.UU., 1945 fue nuestro máximo relativo”. Desde entonces, señala, otros países de Europa a Asia se han reconstruido y vuelto más prósperos, pero, según Gates, “creo que no soy suficientemente nacionalista como para verlo todo en términos negativos”. Por el contrario, Gates está entusiasmado por las cosas que una China más rica podría dar al mundo. “Creo que es bueno que los científicos chinos estén trabajando en medicamentos contra el cáncer, porque si mi hijo tiene cáncer, no miraría si la etiqueta dice ‘hecho en China’. Y, con suerte, haremos que trabajen en algunas de estas vacunas y también en materia de energía”.
Pero a Gates también le preocupa el medio ambiente, así que le pregunto si la rápida industrialización de China es una receta para el desastre ambiental. Una vez más, su impulso es buscar una solución en la tecnología: “En vez de ir a la guerra por este tema, lo mejor sería encontrar formas innovadoras de generación de energía‘. Está muy entusiasmado con la energía solar y nuclear, y se burla de los que se quejan por el aumento en el consumo de energía de China – ‘Es decir, estos chinos en realidad consumen tanta energía per cápita como el promedio en el mundo de hoy, ¿cómo se atreven? ¿Cómo pasó? EE.UU. utiliza cuatro veces el promedio y los británicos el doble. Pero ahora estos chinos están tratando de utilizar el promedio”.
Sacude la cabeza en un simulacro de indignación, y por primera vez siento que estoy viendo a Bill Gates en marcha una mezcla de energía, agresión, humor e intelecto. Pero, justo cuando toma impulso, nuestra camarera llega con el café. Gates declina, pero yo pedí un expresso simple (estamos en Seattle, después de todo). Cuando la camarera sale y Gates continúa con el tema sensible de las relaciones chino-estadounidenses, habla más despacio y con cautela.
Me tomo el café y pido la cuenta. Saco mi tarjeta de crédito y Gates se ve divertido. “¿Seguro que quiere pagar esto?”, dice. “Yo tengo dinero”.
Yo no lo dudo. Pero las reglas son que el FT paga el almuerzo. No vamos a pedir caridad de Bill Gates. Hay muchos otros deseosos de ella.
EL CRONISTA