23 Jan Rocha, una opción que crece en Uruguay
Por Fernando Massa
Es bohemio, informal, tiene un perfil bajo y le rehúye a la masividad. Es un lugar donde se refugian artistas, se reúne la familia y se divierten los jóvenes; donde la música está en todas partes, y que cada vez tiene una oferta gastronómica más fuerte y de mejor calidad.
Hace unos años ya que el departamento de Rocha, en el sudeste uruguayo ,dejó de ser el lugar a descubrir para los argentinos: hoy ya es una opción más, con una oferta de balnearios para cada perfil y donde la mayoría de los veraneantes siguen siendo uruguayos. La Paloma, el más tradicional y familiar; La Pedrera, tan bohemio como chic; Punta del Diablo, el elegido por los más jóvenes.
En La Paloma, tranquilidad
“Acá encontramos más tranquilidad que en Punta del Este y tenemos una opción de casas con lo que necesitamos para los chicos: un patio donde haya sombra, un cerco adelante. Y, además, disfrutamos de las distintas opciones de playas”, cuenta a La Nacion Rocío Lapitz, que pasa sus vacaciones en La Paloma con su marido, Martín; sus dos hijos y su sobrino, de 2, 3 y 6 años, y su Golden Retriever. Ellos alquilaron una casa con dos habitaciones y garaje a 1600 dólares por la primera quincena.
Si hay algo que está claro es que La Paloma es el balneario familiar de Rocha por antonomasia, con un perfil urbano, donde las casas viejas se mezclan con las más nuevas, y que a diferencia de otros puntos de Rocha que crecieron significativamente en los últimos cinco años éste tuvo su boom hace al menos unos 25 años.
Florencia Laluz y Julia Acosta, amigas desde la infancia que eligen este balneario para descansar con sus familias, coinciden en que el punto más fuerte de La Paloma es la gran variedad de playas: La Balconada para los jóvenes; el Cabito para el que tiene chicos muy pequeños, al ser una playa chica donde el agua parece una pileta; Los Botes, una playa más larga, ideal para ver el atardecer.
“Lo bueno es que es tranquilo y seguro, lo malo es que los precios son cada vez más altos”, resume Betina Castro, un ama de casa que ya desde hace unos años vive en La Paloma.
Punta del Diablo, informal
Cuando Ismael Samudio conoció Punta del Diablo unas décadas atrás, era un pueblito de pescadores que sólo tenía un puñado de casas sobre las piedras. “Vivió un proceso veloz: en cinco años creció muchísimo. Y en los últimos dos se puso muy de moda entre los jóvenes de 18 a 25 años; chicos que terminan el bachillerato o que están en los primeros años de la universidad”, afirma, mientras regresa de la playa con su esposa.
Pero enseguida aclara que, a pesar de volverse multitudinario cada enero, este balneario, situado a 300 kilómetros de Montevideo, próximo a la frontera con Brasil, sigue manteniendo su encanto: es natural, informal y desordenado, y no se sabe bien dónde termina el terreno de una casa y dónde comienza el de otra.
Las playas son uno de sus puntos más fuertes: la Viuda, en la entrada del pueblo, es la elegida para tomar mate y disfrutar del atardecer; la de los pescadores, la más convocante, donde la gente se entremezcla con los botes que descansan sobre la arena, y para quien busca la tranquilidad absoluta, siempre que tenga ganas de caminar y cruzar una gran duna, nada mejor que las playas vírgenes del Parque Nacional de Santa Teresa, un verdadero paraíso natural.
Para comer abundan los puestos al paso y otros para sentarse en la puerta a degustar chivitos, minutas o pescados. Pero también hay opciones más sofisticadas, como la del chef uruguayo Miguel Angel Maiques, en la cocina de la Hostería del Pescador.
La Pedrera, joven y chic
“Todo se va trasladando al Este. Y hay que volver cuando todos van”, dice Francisca Maya, diseñadora de 25 años, resumiendo el espíritu de quienes eligen La Pedrera para pasar sus vacaciones: escapar de la masividad y de los puntos turísticos de Rocha que coparon los más jóvenes. Ella y su grupo de amigas, todas profesionales recién recibidas o estudiantes a punto de hacerlo, que paran en un hostel a 30 dólares la noche, coinciden en que La Pedrera es un balneario con onda, bohemio y bien chic, que eligen aquellos que andan entre los 25 y los 35 años. Que también promueve la movida cultural -tiene su propio festival de cortos desde 2004- y ofrece una interesante variedad de propuestas gastronómicas.
La playa Desplayado es ideal para disfrutar a la mañana; la Punta del Barco se pone a pleno con la caída del sol, y donde alguna banda de moda suele tocar en vivo. Ambas son ideales para practicar surf y otros deportes acuáticos. Al finalizar el día, los turistas -en su mayoría jóvenes, pero también familias- se pasean por la avenida principal, que se vuelve peatonal, y comen helados o toman caipirinhas, mojitos o caipiroshkas.
Pero La Pedrera -cuyo nombre remite a las antiguas formaciones rocosas donde se asienta- también tiene su costado más exclusivo, con casas de una arquitectura muy cuidada que, frente al mar, pueden costar desde 3000 dólares la quincena.
Hay otro balneario, La Barra de Valizas, que está en boca de todos. Más bien hippie, muy natural, por su geografía se lo emparentó con Cabo Polonio, salvo que, a diferencia de éste, sus pobladores se pusieron de acuerdo en tener luz eléctrica.
LA NACION