07 Jan Para Pamuk, la novela es “un arte global”
Por Hugo Caligaris
a novela está tan viva como un niño feliz, se encuentra en auge en todo el mundo y ha eclipsado a los restantes géneros literarios hasta convertirse en “un arte global” a través del cual la humanidad se comunica y se pone en contacto.
Lo dice el turco Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006, quien se encuentra en Buenos Aires para presentar su último libro, El novelista ingenuo y sentimental , publicado por Mondadori. Allí se reúnen las conferencias que dictó en 2009 en el seminario Norton de la Universidad de Harvard. Son ensayos sumamente interesantes, que revelan secretos de la técnica del autor, así como sus preferencias literarias.
Pamuk dialogó con La Nacion en el hotel Alvear, donde se alojó estos días. Es un hombre más alto de lo que uno suponía, delgado, elegante, curioso y ligeramente hiperkinético. Al terminar la charla y la sesión de fotos, caminó a grandes zancadas por la habitación, como para descargar una energía sobreabundante.
-¿Cree que la novela tiene futuro? En ese caso, ¿piensa que tienen más campo los novelistas “ingenuos”, que sólo cuentan historias, o los experimentales o “sentimentales”, como usted los llama en su libro?
-Todos los días alguien me llama desde un diario y me dice: “Señor Pamuk, estamos preparando una nota sobre el fin de la novela. ¿Qué piensa de eso?”. Bueno, esto es lo que yo pienso: al contrario de los falsos rumores, el arte de la novela está muy vivo. Le está yendo muy bien. La novela disfruta de la vida como un niño feliz. Está haciendo travesuras, como un acróbata. Las novelas han marginado a otras formas de literatura, y ahora son un arte global. Mis editores en Shanghai me dicen que todos los días les llegan cientos de originales de autores jóvenes que quieren expresarse. La humanidad se comunica a través de las novelas. Creo que los autores se comportan tanto ingenua como sentimentalmente en forma simultánea.
-¿En cuál de sus novelas conjugó mejor al ingenuo y al intelectual que hay en usted?
-En Me llamo Rojo . Espero que los lectores argentinos la hayan disfrutado. La abordé de manera muy espontánea, muy infantil. Estaba contando historias por el solo hecho de contarlas. Pero también es una novela planificada, que trata de entender las formas orientales de ver las cosas, cómo se aborda la realidad.
-¿Se escriben muchas novelas “sin sustancia”?
-Yo sostengo que las novelas deben tener núcleos, centros secretos. Una buena novela literaria es la búsqueda del sentido de la vida. Una buena novela debe decirnos si el sentido de la vida es la familia, la amistad, la comunidad, las luchas políticas, la ética. Cuando leemos a Tolstoi o a Thomas Mann creemos saber lo que es la vida. Las novelas deben juzgarse por el modo en que nos dan información importante respecto de la vida. ¿Qué hacer con nuestras vidas? Es una cuestión ética, filosófica y hasta religiosa.
-¿Las novelas populares tienen un centro, incluso las populares tienen un mensaje, un centro?
-Cuando leemos una novela de detectives, lo secreto no es el sentido de la vida, sino quién es el asesino. Una vez que sabemos quién es el asesino ya no quedan misterios, mientras que la novela literaria hace del sentido de la vida su secreto.
-En la Argentina se lanzan alrededor de 25.000 títulos por año. ¿Piensa que esta superabundancia es positiva o negativa?
-Más libros nunca es una mala noticia. Demasiados libros significa que tenemos una base más amplia para que aparezcan los libros verdaderamente importantes.
-En tiempos de crisis europea, ¿sigue creyendo que sería buena idea la incorporación de Turquía al mercado común?
-No, no lo creo. Yo promoví con entusiasmo el acceso de Turquía a la Unión Europea. Fracasamos porque tanto los nacionalistas europeos, como Sarkozy y Merkel, como los nacionalistas turcos bloquearon ese intento. Lo lamento, pero no me pongo a llorar. Ahora, antes de seguir promocionando la integración, espero que los europeos resuelvan sus propios problemas.
-La Argentina y Turquía sufrieron reiterados golpes militares en las décadas del 60 y el 70. ¿Cómo recuerda aquellos tiempos?
-Me sentí muy cerca de ciertos sentimientos que ustedes experimentaron. Muchísimas personas sufrieron también en Turquía durante los golpes de Estado. Tengo muchos amigos que fueron a la cárcel. Valientemente abrazaron causas políticas durante su juventud, pero mientras ellos lo hacían yo era un muchacho más bien solitario que pasaba sus horas leyendo a Virginia Woolf o a Vladimir Nabokov en lugar de los autores políticos que se leían en las décadas del 60 o el 70. No pertenecía a ninguna comunidad ni a ningún grupo político. Quizá me sienta un poco culpable por esto.
-Muchas veces dijo que haber leído a Borges lo ayudó a concebir sus novelas. ¿En qué sentido? Usted y él tienen estilos muy distintos…
-Borges no me enseñó estilo, sino la metafísica de la literatura. De Borges, y también de Italo Calvino, aprendí a entender la literatura clásica islámica evitando el drama religioso. Después utilicé esa literatura clásica en mis novelas. Ayer fui a la Fundación y María Kodama me guió, muy gentilmente, entre las pertenencias de Borges. También Borges me enseñó a ser yo mismo, a confiar en mi propia visión de la literatura. Cuando uno se encuentra en las periferias, y no en el centro del mundo, como él, lo importante es mantener el punto de vista. Borges nunca traicionó su concepción de la alta literatura con la excusa del localismo o las cuestiones políticas.
-¿Mejoraron las condiciones políticas que en un momento lo decidieron a salir de Turquía?
-Sí, las cosas están más relajadas para mí ahora, porque hay libertad de expresión. La democracia está encontrando la armonía, una convivencia en la que unos y otros no tienen por qué matarse.
-¿Le parece que el mundo se encamina hacia un encuentro o más bien hacia un choque de culturas?
-No lo sé, pero por supuesto que defiendo la armonía. No creo en las teorías de Samuel Huntington. Quien crea eso ayuda a materializar el conflicto y a que mueran personas. Quienes no creemos en Huntington escribimos libros como los míos. No queremos que muera nadie.
-¿Qué es lo que más le gusta de Estambul?
-Es un tema infinito. Me gusta porque es un índice maravilloso de mis memorias. Cada edificio, cada calle, me hace acordar mis días felices y mis días infelices, mis celos y mis amores. Hace 55 años que vivo allí. Hubo un período de 25 años en que ni siquiera salí de la ciudad: era un perfecto niño de provincias. Amo esa ciudad porque es diferente. Me gusta por el estrecho del Bósforo, ideal contra las depresiones. Allí se ven los colores del mar y de los botes. Mi padre era capaz de reconocerlos por el sonido de sus sirenas. Me gusta pertenecer a mi ciudad. Me gustan sus arrabales, las casas de madera. Me gusta de Estambul incluso aquello que todavía no conozco.
LA NACION