Nostalgias de cuando Rusia era una potencia

Nostalgias de cuando Rusia era una potencia

Por Niall Ferguson
Recuerdan cuando todos nos preocupábamos por Rusia? Hace veinte años, nos asustamos cuando los comunistas de línea dura intentaron reafirmar su dominio en la Unión Soviética con un golpe que fracasó.
¿Hoy? Ay, Rusia no es más que otra desastrosa petro-cleptocarcia.
Semanas atrás, la noticia fue el magro desempeño del partido Rusia Unida de Vladimir Putin en las elecciones para el parlamento ruso, la Duma. Pese a las generalizadas irregularidades electorales, el partido gobernante obtuvo menos de la mitad de los votos. La televisión estatal, ostensible brazo propagandístico de Rusia Unida, mostró resultados en que el total de votos emitidos superaba el 128 por ciento. Los rusos solían destacarse en matemática. Ya no.
Los medios occidentales cubrieron entusiasmados las protestas de Moscú, donde el fraude electoral fue especialmente flagrante. El gobierno aplastó esas manifestaciones desplegando la División Dzerzhinsky del Ministerio del Interior. Me parece increíble que semejante cosa todavía exista: Felix Dzerzhinsky fue el carnicero de Lenin durante la guerra civil rusa, el primer director de la temida policía secreta bolchevique, la Cheka.
Sin embargo, las esperanzas extranjeras de un símil ruso de la Primavera Árabe son exageradamente optimistas.
The New York Times quizá le preste atención al ex líder soviético Mikhail Gorbachev cuando dice que los resultados de las elecciones no son válidos. En Rusia, no es nadie. Internet y Twitter no van a impedir que Putin reasuma la presidencia el año que viene, tal como pronosticaron los observadores serios de Rusia en 2008, cuando le prestó el Kremlin a Dmitry Medvedev. En realidad, el pobre resultado electoral de Rusia Unida podría ser beneficioso para Putin al mostrar a su marioneta como un perdedor. (Fue Medvedev, no Putin, el que encabezó la lista del partido en las elecciones.) El 1º de diciembre, Putin declaró que la secretaria de Estado Hillary Clinton “dio una señal” a los elementos subversivos de Rusia. “Ellos oyeron esa señal y, con el apoyo del Departamento de Estado de los Estados Unidos, comenzaron su labor.” ¿A quién le importa? Rusia no es exactamente “Alto Volta con misiles”, la inmortal frase de Helmut Schmidt, canciller de Alemania Occidental. Pero, sin duda, es una sombra de lo que fue en la Guerra Fría.
La economía estadounidense es diez veces más grande que la de Rusia. El producto bruto interno per cápita no es mucho más alto que en Turquía. La esperanza de vida de los varones es significativamente más baja: 63 años, frente a 71 años al otro lado del Mar Negro. Y la población se reduce cada vez más. Actualmente, hay casi 7 millones menos de rusos que en 1992. Naciones Unidas calcula que en 2055 la población de Egipto será mayor.
Recuérdenme: ¿por qué Goldman Sachs agrupó a Rusia con Brasil, India y China en los “BRIC”, supuestamente las cuatro economías clave del siglo XXI? Me quedo con Turquía o Indonesia sin dudar.
Putin pensaba que las enormes reservas de gas natural y petróleo de Rusia -24 y 6 por ciento del total mundial, respectivamente- le daban derecho a actuar como un Don Corleone mundial, haciendo ofrecimientos que los temblorosos importadores de energía no podían rechazar. Noticias de último momento: hay tanta capacidad petrolera y de refinación sin explotar en América del Norte que Estados Unidos está a punto de convertirse en un exportador neto de productos derivados del petróleo por primera vez en 62 años. Y en 2017, el gas natural kurdo y caucásico estará llegando a Europa a través del oleoducto turco Nabucco, terminando con el dominio absoluto de la rusa Gazprom en el mercado de la Unión Europea.
Rusia, que alguna vez fue uno de los grandes centros de la literatura y la música occidentales -la patria de Turgenev y Tchaikovsky-, se parece cada vez más a Nigeria con nieve.
De adolescente, me fascinaba la cultura rusa. Todavía recuerdo la emoción de descubrir a Mussorgsky y Chejov. Ansiaba ver San Petersburgo, la magnífica capital de Pedro el Grande, la Venecia del Báltico.
En la vida privada, los rusos siguen siendo encantadores, pero no olvide ponerse a tono cuando corren el vodka y la poesía en una dacha pasada la medianoche . Sin embargo, la vida pública rusa sigue horrible , y quizás incurablemente, deformada por setenta años de gobierno comunista.
El historiador británico Orlando Figes tituló su soberbia historia de la Revolución Rusa La tragedia de un pueblo . Bajo el régimen de Putin, esa tragedia se ha convertido en farsa.
CLARIN