Los machos no matan ni golpean

Los machos no matan ni golpean

Por Javier Sinay y Nacho Ramírez
Hasta octubre de 2011 hubo 256 femicidios, el mayor número desde que se registran los crímenes de mujeres a manos de sus parejas. Aumentaron las denuncias. Los medios le dan mayor visibilidad al tema, pero no cede.

Azucena Peralta salió corriendo de su casa, una vivienda humilde de los suburbios de Mendoza, con el rostro desencajado por el horror y la espalda bañada en sangre. “¡Qué no me los mate!”, gritaba por sus hijos. Adentro, Marcelo Garay –un esposo impulsivo, obsesivo y celoso; denunciado dos veces por Azucena– intentaba esconder el cuchillo con el que le había asestado las heridas que la llevarían a la muerte, y ni se fijaba en la mirada estremecida de sus tres hijitos. Al día siguiente, Ricardo Artero tomó de rehén a su nene de ocho años y se atrincheró en el baño de su casa, en Paraná. Acababa de discutir con su ex mujer, María Antonia Melgarejo, y había querido dispararle antes de que huyera. Al niño también lo dejaría marcado para siempre: en lo psicológico, por supuesto, pero también en la piel –los médicos le dieron más de sesenta puntos de sutura cuando lograron rescatarlo de las garras de su padre. En Bahía Blanca había pasado casi un mes de la golpiza cuando un juez interpretó que Mario Reile no tuvo intención de matar a su pareja, Verónica Schneider, a pesar de que la dejó en coma con las patadas y amenazó a sus tres hijos para que no contaran nada. En General Pico, La Pampa, Carla Figueroa sabía que su vida estaba en peligro al lado de su novio, el desequilibrado Marcelo Tomaselli, pero no podía alejarse de él. Y ni se animó a decir que no cuando un abogado le propuso que se casaran para darle la libertad (y es que Tomaselli estaba preso luego de haberla violado). Una vez casados, Tomaselli cumplió con sus viejas amenazas y la apuñaló a los pocos días de haber recuperado su libertad. Flavia Intruvini, de Remedios de Escalada, en el Gran Buenos Aires, discutió con su marido en las últimas horas del año que se iba. Y Flavia se fue con el 2011: el hombre tomó un 38 largo y le disparó en el cuello.
Los de Azucena, María Antonia, Verónica, Carla y Flavia son los casos del último mes de una pesadilla argentina llamada femicidio. La violencia sexista y extrema contra las mujeres, el asesinato cometido por un hombre que considera a su víctima como su propiedad, crece sin parar en nuestro país. Y el horror doméstico es su vehículo. El informe del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” (coordinado por la ONG la Casa del Encuentro y realizado en base a los casos informados por la prensa) indica que en el período que va de enero a octubre de 2011 se cometieron 256 femicidios, contra 212 para el mismo período del año 2010: un crecimiento oscuro del 20,75% (mayor al crecimiento del 12,5% registrado entre 2010 y 2009). La mayoría de los casos (77) se dieron en la provincia de Buenos Aires. Santa Fe y Córdoba le siguen con 23 y 18, respectivamente. Esposos, parejas y novios son los autores principales, con 88 casos; y luego los ex, con 49. El primer lugar del hecho es la vivienda –compartida, de la víctima, del asesino u otra en 164 casos– y 26 crímenes registran denuncias previas que alertaron sobre el riesgo, pero que a fin de cuentas no sirvieron para nada.
El Programa de Atención a Mujeres Víctimas de la Violencia, de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, atendió a más de 50 mil mujeres desde que fue creado en 2008, de las cuales 11.933 llegaron entre mayo y septiembre de 2011 para contar que en el 75% de los casos el agresor es la pareja, actual o antigua, y en 2010 cuatro de cada diez mujeres habían sido amenazadas de muerte.
Las estadísticas de la Oficina de Violencia Doméstica, dependencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, también registran un incremento en denuncias de todo tipo y en consultas informativas: 32% con respecto a 2009. En octubre de 2011 fueron recibidas 719 denuncias y consultas, mientras que en el mismo mes del año 2010 hubo 671 y en octubre de 2009, 542. En el 83% de los casos, víctimas y victimarios son pareja actual o antigua; el 78% de las afectadas son mujeres y el 85% de los denunciados son hombres. La violencia observada es psicológica en el 91% de los casos; física en el 67%; económica en el 31%; y sexual en el 13%. Y en el 48% de los casos hay situaciones de inminente peligro para la integridad psicofísica de la víctima.
“Estos incrementos se deben a muchos factores”, opina Ada Rico, responsable del informe de la Casa del Encuentro. “No hay suficientes políticas públicas integrales para proteger a las víctimas y no existe quién controle la situación en el hogar después de una denuncia. En ese sentido, la Justicia debería ser más ágil. También incide el efecto de impunidad: si los asesinos quedan en libertad o reciben condenas breves, se genera una sensación de que se puede hacer cualquier cosa”. Pero desde la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema, Analía Monferrer señala que el aumento de denuncias podría no corresponderse con un aumento real de hechos: “Sólo estamos seguros de que el incremento se da en las denuncias porque una mayor difusión trae más denuncias. Antes no había forma de contabilizar la violencia, por lo que hoy no es posible saber si la cantidad total de hechos creció o no”.
Los especialistas parecen coincidir en el aumento de la crueldad de los casos vistos. Y no puede decirse que el tema les sea ajeno a las autoridades: en el año que acaba de terminar se presentaron cuatro proyectos de ley para incorporar el femicidio al Código Penal, se consolidó el trabajo de la única fiscalía especializada en violencia de género, correspondiente al Departamento Judicial de San Isidro, y se creó la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género para luchar contra todo tipo de sexismo, cuya titular, Perla Prigoshin, advierte que “aunque haya más visibilidad, es difícil dar vuelta siglos de cultura patriarcal”. Parte de la controversia sobre el aumento real de crímenes se debe a que la figura de femicidio no está tipificada en el Código Penal –de modo que por ahora un femicidio aparece, ante los ojos de la Justicia argentina, como un homicidio agravado por el vínculo, dado en un contexto de violencia doméstica.
Acaso lo que demore el tallado de la figura de femicidio en las tablas de la ley nacional sea su estado de continuo debate. Así, las psicólogas Beatriz Leonardi y Claudia Bani postulan en un documento del Observatorio de Equidad de Género –dependiente del Ministerio de Desarrollo Social del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires– la categoría de “feminicidio” por sobre la de femicidio, mientras que en otros ámbitos se habla también de “generocidio”. Hay quienes piden que el femicidio sea considerado un delito autónomo o un agravante de otros delitos, y su figura aparece separada en femicidio íntimo (producido al interior de la pareja) y vinculado o relacionado (donde la víctima muere en defensa de una mujer u otro es asesinado con la intención de castigar a la mujer, como habría ocurrido en el caso del niño Tomás Santillán, cuyo sospechoso, Adalberto Cuello, le dijo a su ex esposa: “Te voy a pegar adonde más te duele”). Además, en varios proyectos se impugna la patria potestad de los hijos de los femicidas. Pero, a la vez, hay que destacar el extrañamiento que todavía genera el término en los círculos criminalistas –los que trabajan en el terreno– que defienden, por el amor o el odio que implica más allá del género de los actores, la categoría de crimen pasional por sobre la de crimen de género.
Como sea, las bases conceptuales del término están claras: violencia, jerarquía patriarcal, cosificación, apropiación, complicidad, silencio y relaciones de poder. Históricamente, estos crímenes han sobresalido como casos resonantes y todavía generan revuelo las noticias referentes a Ricardo Barreda, el odontólogo y cuádruple homicida que acabó con toda su familia en La Plata; y a Fabián Tablado, aquel joven escéptico que liquidó con 113 puñaladas a su novia, Carolina Aló. Más cerca en el tiempo, el asesinato de las turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier, muertas en la quebrada salteña de San Lorenzo, espantó por la crueldad de la violación y la ejecución a sangre fría. Para los más pesimistas, María Cash –protagonista de otra historia trágica de alta rotación en los medios– podría haber sido víctima, ella también, de un femicidio. Pero el misterio es mayor porque su cuerpo nunca apareció. Y el cuádruple crimen de La Plata también se vio atravesado por interpretaciones de este tipo, aunque Osvaldo Martínez, el único detenido e imputado por el fiscal Álvaro Garganta, fue liberado por falta de pruebas por la Cámara de Garantías, tras haber sido procesado por el juez de primera instancia.
“Aquí hay un problema cultural, que no es un tema individual”, sostiene Garganta. “Esto no quiere decir que Martínez sea culpable, aunque para nosotros está claro que es coautor, pero sí que la violencia de género estaba en su relación, con amenazas y actitudes duras”. Para el fiscal Garganta, el asunto no es nuevo. En 2010, un hombre amenazó a su mujer con una botella rota. Luego ella lo perdonó y pidió que la denuncia se encausara en una mediación legal, pero Garganta se la negó y prefirió seguir con la causa: “No lo hice por una opinión mía”, dice ahora, “sino para cumplir con el mandato constitucional de respetar los pactos internacionales que obligan a investigar, prevenir y castigar la violencia de género en todas sus formas. La violencia es cada vez mayor y la mediaciones no resultan”.
Más allá del destino del Código Penal, los especialistas confían en que el aumento de la visibilidad generará un cambio de mentalidad en los potenciales agresores. En ese sentido, vale la pregunta: ¿qué hay en la mente de un femicida? Para la criminóloga María Laura Quiñones Urquiza, “hay conductas de contagio criminal, con frustración hacia una víctima que no cumple con las expectativas de la idealización, y desatan la violencia. Este es un fenómeno prexistente que ahora se desata con mayor violencia y del que se informa más”. Según Quiñones Urquiza, en el vínculo se da una suerte de Síndrome de Estocolmo que incluye seducción, coerción y manipulación; y hay factores de riesgo que pueden ser tenidos en cuenta como advertencia: la amenaza, el acecho, la desobediencia para con las órdenes de restricción y la violencia física previa, entre otros. “Por lo general, este tipo de asesinatos se da bajo un estado de emoción violenta”, considera el médico psiquiatra Hugo Marietán. “Esto quiere decir que no son actos planificados, sino que resultan de una discusión. Pero hay otro tipo de asesinatos, que son producto de una mente con una fuerte tendencia hacia el homicidio: la del psicópata, que lo planifica o anuncia”.
Frente a ese cóctel, la Oficina de Violencia Doméstica atiende con equipos interdisciplinarios –compuestos por una psicóloga, una trabajadora social y una abogada– a quienes llegan en situación de riesgo. El equipo escucha el relato, labra un acta y evalúa el riesgo. “Se brinda información y la persona elige qué quiere hacer”, dice Analía Monferrer, “y en el 95% de los casos pide intervención judicial. A veces, ingresa a nuestro refugio, donde se queda hasta que las medidas legales están dictadas”. Pero Ada Rico, de la Casa del Encuentro, señala lo que aún falta: “Tendría que haber más refugios y el policía que toma la denuncia debería tener capacitación respecto a la violencia de género. También pedimos, entre otras cosas, que exista un teléfono gratuito de asesoramiento a nivel nacional”. “Las mujeres merecemos ser nombradas aun cuando nos matan”, opina Perla Prigoshin, de la Comisión de Sanciones de la Violencia de Género. “Pero, mientras tanto, la visibilización social de este conflicto es valiosa, porque la violencia simbólica genera la estructura sobre la cual se apoyan los femicidios. Y hay que luchar contra ella para empezar a cambiar las cosas”.

Dónde recurrir
-Oficina de Violencia Doméstica de la CSJN: (no se atienden consultas telefónicas): Lavalle 1250.
-Dirección General de la Mujer: 0800-666- 8537
-Casa del Encuentro: Rivadavia 3917, 4982-2550.
-Emergencias: 15-5938-4357.
-Brigada Móvil de Atención a Víctimas de Violencia Familiar: 137. (Actúa sólo en C.A.B.A.)

OPINIONES:

Seguimos desprotegidas
Escribe Sonia Santoro, presidenta de Artemisa Comunicación

Hay una pregunta que se repitió en las últimas semanas entre quienes vienen trabajando en defensa de los derechos de las mujeres y en contra de la violencia de género. ¿Qué está pasando que la violencia en vez de ceder pareciera recrudecer? De lo que sí podemos estar seguros es que los casos de violencia contra las mujeres tienen más visibilidad en los medios. Y al mismo tiempo, de que a pesar de tener una Ley de Violencia modelo, las mujeres seguimos desprotegidas.
Paradójicamente, lo interesante de los últimos casos es que el nivel de crueldad que mostraron, sumado al accionar del movimiento de mujeres, lograron instalar en la agenda legislativa la necesidad de tipificar en el Código Penal el femicidio. Es un debate que hay que dar.
Estos casos de violencia extrema, lograron que los medios hablaran de ellos sin justificar el accionar del violento, algo que ha llevado muchos años construir y de lo no podemos asegurar aún que estemos curados ni como medios, ni como sociedad. Cuando el odontólogo Barreda salió libre recordamos que tiene una canción en su honor. “La cumbia del odontólogo”, de Sometidos por Morgan, dice entre sus párrafos “Te decían ‘mariquita’, te decían/ te decían que no eras hombre/ Te decían ‘basura’ te decían/ no te llamaban por tu nombre/. Pero pusiste tu sello y las pasaste a degüello/ Agarraste la escopeta/ y las hiciste boleta/ Experto en dentaduras/ y en minas que se ponen duras/ no te arrepentís de nada/ sos el héroe de la jornada”. La letra tiene unos cuantos años y creo que en estos últimos meses no podría ser coreada por nadie en público sin provocar reacciones adversas. Algo está cambiando.

Volver morir cada mañana
Escribe Fernanda Sández

Es una mujer blanca, blanquísima, coronada por un tocado extraño. Los ojos entornados, la boca abierta, el pecho al aire, un cinturón de caracoles gordos. Es la Cihuateteo. La amasaron en arcilla hace mil años, y desde entonces fue esto que ahora refulge en una sala de la Fundación Proa: una presencia. No una estatua, no, sino la deidad misma cruzada de piernas. Allá por los totonacas, cada mujer que moría de parto se convertía en cihuateteo (“mujer divina”). En diosa coronada, custodia de la luz. Acompañaba al sol en su trayecto por el lado de la sombra, lo ayudaba a cruzar la noche y lo empujaba a amanecer al día siguiente. Literalmente, las cihuateteos volvían a parir cada mañana. A vencer a la muerte, alumbrando en plena agonía.
Es una mujer oscura, marrón, coronada de nada. Ni nombre tiene, aunque sí un número: 17. En 2011, en la Argentina hubo diecisiete niños asesinados. Bebés, deambuladores, nenas, chicos. Todos muertos del mismo mal –el odio hacia sus madres– y a manos de los novios, maridos y parejas de esas mujeres a quienes ninguno de ellos logró nunca controlar del todo. Las castigaron así. Suprimiendo a la cría.
Esa cosa asépticamente llamada violencia de género, en su forma más eficaz, mata a distancia y a repetición. A cada una de estas mujeres oscuras, a las diecisiete, sus asesinos decidieron hacerlas morir mil veces en una sola vida. Para eso, las condenaron a despertar siempre al mismo espanto: la cama lisa, los juguetes quietos. A modo de monstruosas cihuateteos, ellas también vuelven a parir cada mañana algo que nunca es un sol, sino una muerte que también a nosotros nos extermina a distancia.
EL GUARDIAN