La larga sombra de la crisis del ‘30 se posa sobre Europa

La larga sombra de la crisis del ‘30 se posa sobre Europa

Por Gideon Rachman
Es posible que las cosas puedan volver a ponerse tan mal como en la Gran Depresión o la Guerra Mundial? Para la gente de mi generación, ese tipo de cataclismo sólo existe en los libros de historia.
Ciertamente hay una sensación de mal presagio en este momento en Europa. Por ejemplo, a fines de noviembre el ministro de Relaciones Exteriores polaco le advirtió a Berlín que Europa “está al borde de precipicio”. Y Nicolas Sarkozy, el presidente de Francia, alertó hace poco: “Si el euro explota, explotaría Europa. Es la garantía de paz en un continente donde hubo guerras terribles”.
Con frecuencia los políticos europeos han agitado la amenaza de una guerra para conseguir respaldo para el proyecto favorito del continente. En épocas normales, pocos europeos toman en serio esas cosas. Al contrario, hablar de guerra le parece inverosímil a gente criada en la próspera y pacífica Europa occidental. He vivido toda mi vida en un mundo en el que, pese a algunos altibajos, las cosas parecían mejorar de manera constante. El nazismo había sido derrotado, las dictaduras en España, Portugal y Grecia habían caído; el imperio soviético colapsó; la República Sudafricana terminó con el apartheid.
En Occidente, la paz y la prosperidad se convirtieron en norma para mi generación, y era fácil olvidar que eso nos mantenía aparte del resto del mundo. Cuando hace poco leí un libro de Yan Xuetong, un académico chino, me chocó leer la frase: “Durante la revolución cultural, veíamos frecuencia como golpeaban a gente hasta matarla, y uno se vuelve un poco inmune a eso”.
Sin embargo, en los últimos 30 años, la esperanza de paz, prosperidad y un grado razonable de comodidad se extendió más allá de los privilegiados confines de Occidente.
En China, la revolución cultural fue reemplazada por las fábricas y los centros de compras. Y la India de la Madre Teresa está siendo reemplazada, en parte, por la India de la revolución IT.
La globalización hizo que el mundo pareciera un lugar más seguro y homogéneo, a medida que la nueva clase media de Asia y Europa oriental adoptaba las comodidades y los valores del capitalismo. La paz mundial, que durante la Guerra Fría parecía depender del equilibrio entre los armamentos nucleares, ahora parece estar apuntalada por el comercio internacional y un consumismo compartido.
Hasta el inicio de la crisis económica global, las palabras de la canción de campaña de Tony Blair, en 1997, parecían captar el espíritu de la época: “Las cosas sólo pueden mejorar”. Pero desde el colapso de Lehman Brothers, en 2008, descubrimos que las cosas decididamente pueden empeorar. La cuestión es, ¿hasta qué punto? Los riesgos que plantea una crisis económica grave en Europa son serios. Crecen las amenazas de defaults soberanos y de ruptura de la moneda única y, con ellas, los pronósticos sobre bancos quebrados, pánico popular, recesiones profundas y desempleo masivo. Todo eso realmente parece una versión moderna de la Gran Depresión.
Si se la considera en su conjunto, la Unión Europea es la mayor economía del mundo, de modo que es inevitable que un caos económico allí tenga ramificaciones globales: deprimiría el comercio y sería una amenaza para el sistema financiero global.
La lección que deja la década del 30 es que una depresión global debilita las democracias, conduce al auge de nuevas fuerzas políticas radicalizadas y, en el proceso, incrementa el riesgo de que se produzcan conflictos internacionales.
Una versión moderna de la década del 30 en Europa vería el ascenso al poder de una nueva generación de políticos nacionalistas, contra un telón de fondo de caos económico y ruptura de la UE. También crecerán las tensiones fuera de Europa, a medida que empeore la situación económica global. En Asia, el equilibrio de poder cambiaría aún más rápido, con una China en alza enfrentando a un EE.UU. debilitado. Además, por la crisis, tanto en China como en EE.UU. crecerá la influencia de las fuerzas proteccionistas.
Estos escenarios no son impensables. Sin embargo, pese a todos los paralelos, todavía me cuesta creer que estemos volviendo a los 30. Hay tres razones por las que creo que podríamos escapar de ese destino.
Primero, el propio conocimiento de todo lo que salió mal hace 80 años contribuiría a evitar que se cometan los mismos errores. El hecho de que China siga poniendo énfasis en la necesidad de lograr un “auge pacífico” le debe algo a los terribles errores del imperio japonés.
Segundo, puede argumentarse que los 66 años de paz entre las grandes potencias y las naciones desarrolladas desde 1945 refleja, en realidad, el progreso de la civilización, en vez de ser un ciclo afortunado de la historia mundial. En un libro reciente titulado The Better Angels of Our Nature, Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, sostiene que la humanidad se está volviendo cada vez menos inclinada a la guerra y que “hoy podríamos estar viviendo en la era más pacífica de la historia humana”.
Finalmente, el mundo desarrollado tiene ahora un nivel mucho más alto de riqueza que en los años 30. Si se produce un crac económico, hay gente que puede perder sus ahorros, sus empleos o sus casas, pero es menos probable que caigan en la indigencia total. Como resultado, es posible que la tendencia a la radicalización política sea menor. La economía de Letonia se achicó 18% en 2009; sin embargo, en las últimas elecciones realizadas en ese país, quedaron primeros dos partidos de centro. En España, donde el desempleo ya es de más de 22% y supera el 45% entre los jóvenes, en las elecciones del mes pasado ganó un partido moderado de centroderecha.
De modo que, aunque el riesgo de que se produzca una crisis económica grave es muy real, no creo que estemos en riesgo de volver a caer en guerra. Pero esto puede deberse simplemente a una falla en la imaginación de alguien que fue lo suficientemente afortunado como para haber vivido en un período de paz y prosperidad sin paralelo en la historia.
EL CRONISTA