22 Jan El más grande
Por Ezequiel Fernández Moores
Cassius Clay -le grita mirándolo fijo el teniente Steven Dunkley-. ¡Ejército de tierra!” Muhammad Alí no se mueve. El campeón mundial de los pesos pesados sabe que podrá ser despojado de su corona. Y que, como le advierte el teniente, su negativa para alistarse en el ejército de Estados Unidos también puede llevarlo a la cárcel. “No iré a tirar bombas en Vietnam mientras a los «negros» de mi tierra los tratan como a perros. El verdadero enemigo de mi gente -dijo unos días más tarde- está aquí. No traicionaré a mi religión, a mi gente ni a mí mismo convirtiéndome en un juguete para esclavizar a quienes luchan por justicia, libertad e igualdad. ¿Y si voy preso qué? Ya estamos presos desde hace 400 años.” El gesto, que inspiró dignidad a millones, es recordado como el más rebelde en la historia del deporte mundial. Sucedió el 28 de abril de 1967 en Houston. Su autor recibirá a partir del domingo una serie de homenajes en Louisville, su tierra natal, porque el 17 de este mes cumplirá 70 años. Estados Unidos hoy lo bendice. Pero, se lamentan varios, lo hace después de haber reescrito la historia.
En 1964, cuando Alí se paseaba de la mano de Malcolm X y sorprendía al mundo destronando a Sonny Liston en Miami, el gobierno de Estados Unidos arrestó ese verano a mil activistas de derechos civiles. El Ku Klux Klan quemó 36 iglesias. Treinta sedes fueron atacadas. Los negros, segregados en muchos estados, no debían siquiera protestar.
“¡Soy el rey! ¡Soy el más grande! ¡Cómanse sus palabras!” Eufórico en el ring por su triunfo ante Liston, Alí siguió desafiante en la conferencia de prensa. “Le voy a enseñar periodismo. ¿Quién es el más grande?” Nadie le respondió. Periodistas como Jimmy Cannon, acostumbrados a campeones como Joe Louis, que lo trataban de “Míster Cannon”, no toleraban al arrogante nuevo rey de los pesos pesados. “¿Es cierto que pertenece, como miembro con carné, a los Musulmanes negros?”, le preguntaron en la conferencia del día siguiente. “No tengo por qué ser lo que ustedes quieran. Soy libre de ser lo que quiera.” El nuevo campeón, que tenía entonces 22 años, contó que decidió dejar el cristianismo y también “su nombre esclavo” de Cassius Marcellus Clay. Nacía Muhammad Alí.
La prédica radical de Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam, influyó sobre Alí. “Los negros estadounidenses -dijo Alí en 1975 a la revista Playboy – sólo seremos libres cuando tengamos nuestro propio país, nuestras propias leyes, escuelas, moneda, pasaporte? Estados Unidos será destruido. Pagará por todos los linchamientos y asesinatos de esclavos, por lo que hizo hasta hoy con los negros. Alá enviará un castigo divino.” Alí afirmó en esa misma entrevista que si un blanco ponía su mano sobre una mujer musulmana debía morir. Y si era la mujer la que invitaba a esa relación también ella debía morir. Alí venía de protagonizar la mayor de sus hazañas. De vencer en Zaire a George Foreman, siete años más joven, invicto en 40 peleas, 37 ganadas por nocaut, las últimas 8 antes del segundo round. Los zaireños lo amaron. Las imágenes de When we were kings (Cuando éramos reyes), el documental que ganó un Oscar en 1997, no dejan dudas. “Pelearé por los negros de Estados Unidos que duermen en el piso, por los que no comen ni tienen futuro.” Pero Alí volvió con grandes elogios hacia el gran financista de la pelea, el dictador Mobutu Sese Seko, acusado del asesinato, en 1961, de Patrice Lumumba, el ex presidente independentista al que Alí admiraba. El retorno triunfal incluyó su primera visita a la Casa Blanca, invitado por el entonces presidente Gerald Ford, viejo enemigo en los 60.
“De alguna manera -escribió Dave Zirin en el libro What’s my name fool?- esta pelea histórica en Zaire marcó la declinación de la militancia de Alí.” El título del libro alude a la pregunta que Alí lanzaba en 1967 a Ernie Terrell, quien había insistido en llamarlo Cassius Clay, en una de las peleas más crueles que se recuerden. “¿Cuál es mi nombre tonto?”, decía Alí. Y lo golpeaba en el rostro, así hasta completar los 15 rounds, sin noquearlo, para que la tortura durara hasta el final. Cuatro meses después, Alí fue condenado por un jurado blanco a cinco años de prisión por negarse a combatir en Vietnam. La postura, inicialmente religiosa, pasó a ser un símbolo político. Despojado de su título y de su pasaporte, y prohibido de boxear durante tres años y medio, en su mejor momento, Alí se había convertido en el enemigo número uno de Estados Unidos. Negro, musulmán y antipatriota. El Congreso aprobó por 385 contra 19 votos que deshonrar la bandera sería crimen federal. Mil ciudadanos vietnamitas morían cada semana de guerra. Cien soldados estadounidenses morían por día. “Casi todos eran jóvenes hermanos negros y que un hombre mágico por fin se plantara y dijera no era un mensaje nuevo”, dijo la poeta Sonia Sánchez. “Ver que Alí simplemente rechazaba el miedo dio coraje a mucha otra gente”, agregó Bryant Gumbel, comentarista de TV. Hubo protestas en Guyana, Karachi, Londres y varias capitales africanas. Le escribieron Bertrand Russell y Jean Paul Sartre. Alí, elegante y carismático, era un símbolo, pero accesible y humano. En el momento más dramático, envuelto en pujas internas de los musulmanes negros y vigilado por el FBI, Alí mantuvo su humor inalterable. Y también sus trucos de magia y sus célebres poemas: “Seguiré cantando esta canción/No mataré a ningún Vietcong”.
Tras la rehabilitación judicial, Alí, que volvió a pelear en medio de amenazas de bomba y del odio del establishment de Estados Unidos, no reclamó la devolución de la corona. La recuperó sobre el ring. Ese nuevo gesto lo convirtió en “The Greatest” (El más grande). Pero ya no era “más rápido que la luz”. Y tampoco flotaba “como una mariposa” ni picaba “como una abeja”. El parate de la suspensión, los combates violentos contra Foreman, Joe Frazier y Ken Norton, y también el prolongado final incluyeron demasiado castigo para el hombre que se jactaba de su belleza y se reía diciendo que él era “Dark Gable”. Su imagen temblorosa por el Parkinson, encendiendo el pebetero en la fiesta de apertura de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, ovacionado de pie por todo el estadio, inició el camino de la santificación. En 1999 apareció en la Bolsa de Nueva York. En 2001, Hollywood estrenó la insulsa Alí , protagonizada por Will Smith. En 2002, Alí evitó responder en la HBO sobre Al-Qaeda. “No quiero decir nada que pueda herir mis negocios y las cosas que estoy haciendo”, se excusó. Viajaba para causas benéficas y para explicarle al mundo musulmán la guerra en Afganistán. En 2004 apareció en el Superbowl y en el Juego de las Estrellas del béisbol, santuarios conservadores. IBM, Gillette y Adidas hicieron campañas con Alí y Taschen publicó en 2004 el libro GOAT , sobre su vida, con tapa de cuero de Louis Vutton y a un costo de 3000 dólares. Le pidieron un texto a Thomas Hauser, una de las personas que más cerca estuvieron del campeón. Hauser escribió que no tenía sentido “santificar” a Alí. Dijo que la rebelión de Alí cobraba aún más fuerza si se contaba el recorrido completo y se contextualizaba la época de su lucha, contradicciones incluidas. Su artículo fue excluido del libro.
Tiempos distintos, Estados Unidos tiene hoy su primer presidente negro. Barack Obama recordó la resistencia de Alí de negarse a combatir en Vietnam en un artículo que firmó para USA Today el 19 de noviembre de 2009, días antes de enviar más soldados a Afganistán. En 2010, en la ESPN, hoy propiedad de Disney, el periodista Bill Simmons dijo que la vuelta al golf de Tiger Woods, tras su tratamiento por “adicción al sexo”, sería “más dura” que el retorno de Alí tras su sanción por negarse a ir a la guerra. “Alguna gente -dijo una vez el propio Alí- pensó que fui un héroe y otros que me equivoqué por negarme a ir a Vietnam, pero sólo actué según mi conciencia. No fue un problema de raza, porque el gobierno tiene un sistema en el que los hijos de los ricos van a la universidad y los de los pobres van a la guerra.” Pero el gran orador ya no tiene voz. Y el bailarín eximio, para muchos el mejor boxeador de todos los tiempos, sufre Parkinson. El cronograma de la semana de festejos de los próximos días por su cumpleaños número 70 está dentro del proceso de seguir reescribiendo su histórica rebelión. “Es que ocultar todo lo que fue Alí -dijo el profesor Jeffrey Sammons en el libro Muhammad Alí. El legado perdido – sirve para ocultar todo lo que fue Estados Unidos.”
LA NACION