04 Jan El Cristinismo 2.0 y la ruptura con Moyano
Por Luis Tonelli
Hay un relato de la próxima crisis. Y este relato dice más o menos así: el peronismo, al alcanzar su máxima concentración de poder, se disolverá en sus contradicciones. Es un relato sostenido en cierta evidencia histórica. Es un relato que se apoya, también, en una continuidad obstinada. Ésa que señala que el kirchnerismo se encuentra condenado a un colapso traumático (y para el que falta poco).
Demás está decir que la obstinación de ese relato catastrofista se manifiesta en lo desacertado de sus pronósticos. Pese a la debilidad, improvisación, superficialidad, cortoplacismo, y todos los adjetivos negativos que se le han adosado desde críticas constructivas y destructivas, el kirchnerismo ha encontrado fuerzas y sagacidades para contradecirlas y producir su fama legendaria como “fenómeno de poder”.
Esa gobernabilidad, que al ser prerrequisito pre-ideológico (Elisa Carrió dixit), ya que sin ella nada puede ser alcanzado, y en perspectiva con todas las crisis que hemos sufrido los argentinos, se encarama como el principal activo del Gobierno.
El relato catastrofista evidencia una nueva mutación, una nueva reformulación. Y se nutre para ella de un conflicto importante en ciernes: el del Gobierno con el sindicalismo, o algo todavía más decisivo: la ruptura del kirchnerismo (en su versión cristinista 2.0) con Hugo Moyano, líder del gremio de camioneros, secretario general de la CGT.
Sí, ruptura porque, señoras y señores, la CGT deberá dejar de ser considerada socia-integrante-parte de la misma coalición implícita/explícita de gobierno. O sea, lo que ha sucedido no es moco ‘e pavo.
Si se desatara el infierno de un conflicto escalando en gravedad es de esperar algo tan atractivo, desde el punto de vista del análisis político, como un festival chino de fuegos artificiales, para el asombro de chicos y grandes. Frente a estas vicisitudes, el relato catastrofista sostiene, entonces, que se está cerca de que “todo se vaya al mismísimo diablo” aunque, por supuesto, no faltan quienes dicen que “la sangre no va a llegar al río”, con el mismo voluntarismo deseoso de los catastrofistas, pero en positivo (para el Gobierno).
La ruptura del cristinismo 2.0 con Moyano, y viceversa, es explicado desde diferentes racionales. Desde hipótesis que hablan de personalidades incompatibles (lo cual lleva a preguntarse qué las había hecho compatibles hasta el momento); hipótesis ideológicas (que implicarían un celo en el detalle de las palabras sólo comparable con el que se manifiesta en los conflictos entre los intelectuales provenientes de las mil y una cepas marxistas, neo-marxistas y pos-marxistas); hipótesis de reformulación partidaria (del tipo “Moyano siempre quiso hacer del peronismo un laborismo neo-ciprianista”, o del de “CFK quiere que el peronismo evolucione hacia un frepasismo rabioso”). Y así sucesivamente.
De entre ellas, el mismo Gobierno ha adelantado su hipótesis para explicar este enfrentamiento y muchas cosas más bajo el signo de una nueva etapa: la de la “sintonía fina”, que más o menos podría ser enunciada así: estuvimos creciendo a lo bestia, manejando la ambulancia a todo lo que da para sacar al paciente de la tremenda emergencia en la que estaba, pero ahora que él se encuentra estabilizado es hora de tratamientos más específicos y focalizados.
Ciertamente, estos “tratamientos específicos” entusiasmaron a los “ortodoxos de siempre” (no todos enrolados en el relato catastrofista) que quedaron nuevamente decepcionados al saber que el médico cirujano que se iba a ocupar de la delicada operación de córnea era Guillermo Moreno, ese cirujano denunciado por mala praxis, armado ahora con una motosierra termonuclear.
De todos modos, la “radicalización del populismo” que insinuaría la entronización “moreniana” no es compatible “uno a uno” con la conjugación que está teniendo la “sintonía fina”. Por ejemplo, en la elipsis de un reformateo de la estructura de subsidios y de las “sugerencias” que el Gobierno hace oír estridentemente de limitar las expectativas sindicales de aumento salarial, y que ni sueñen con una ley que obligue al “capital” a repartir ganancias con el “trabajo asalariado”.
Un “populismo nac & pop” que se radicaliza expulsando a la otrora columna vertebral es una criatura bastante extraña. Se supone que el movimiento obrero organizado debería estar interpelado por ese significante vacío que es “el pueblo”. Se supone que una hegemonía progresista debería incluir a la CGT.
El kirchnerismo siempre ha abominado las mediaciones. Entre la Presidencia y “la gente”. Con los partidos fue fácil: ellos ya habían sido denostados por “la gente”, como la partidocracia. Con los medios fue más difícil; y si el Gobierno no ganó la batalla, por lo menos pudo generalizar la sensación de incredulidad de la gente ante “todos” los medios. Con el sindicalismo se verá, porque se supone que sus integrantes eran “la gente”, y sus capitostes los diri-gentes de esa gente. Ciertamente, con la peor imagen en la opinión pública, lo cual ponía en duda ese carácter.
La ruptura con Moyano, de este modo, ha sido catapultada por el 54 por ciento de los votos que obtuvo CFK el 23 de octubre. O, por lo menos, es producto de la interpretación que ha hecho CFK de su triunfo. Ratificada la consustanciación de CFK y la gente, vayamos por la Interpretación que se mueve en la racional kirchnerista de cuando ganamos nos cargamos a los superfluos y cuando perdemos a los traidores, pero acelerada ciclotrónicamente.
Si Moyano quiso ofender a la Presidenta llamando al PJ una cáscara vacía, se equivocó de frase. CFK podría hacer suya esa oración punzante y hasta festejarla. Tampoco su renuncia a eso que la misma Presidenta denominó brutalmente “pejotismo”. La capacidad de Moyano para refundar esa cosa llamada peronismo es cercana a cero. Diferente es la capacidad de daño que pueda tener Moyano, un factor de poder que dirá el tiempo si era superfluo o no. Saúl Ubaldini tampoco tenía popularidad y, sin embargo, generó un clima de ingobernabilidad muy difícil para el, en ese momento, muy popular Raúl Alfonsín.
De todos modos, la Presidenta ha
decidido gobernar sola. Un expediente que el relato catastrofista puede señalar como “muy peligroso”, pero que en realidad se asienta sobre las posibilidades que hoy se le presentan para ensayar caminos de gobernabilidad desembarazándose de todo lo “viejo”. El kirchnerismo ha demostrado que puede gobernar sin partidos políticos, sin los medios dominantes a su favor y, ahora, bajo su clon, el cristinismo 2.0 quiere demostrar que puede gobernar sin la CGT (o, por lo menos, sin la CGT bajo la dirección de Moyano).
De todas maneras, la “radicalización del personalismo” no parecería haber sido demasiado eficiente, en términos históricos, para luchar contra las “corpos”. Y, más aún, la herencia institucional de semejante régimen va más en sintonía con un populismo de derecha, como el de Silvio Berlusconi, que con la institucionalización de un “consenso progresista”. Un gobierno centrado en un único astro iridiscente permite a las “corpos” entrar por la puerta trasera del Gobierno y seguir influenciando, sólo que ahora impunemente, como lo argumenta Colin Crouch, en su libro Post democracia.
Claro que al cristinismo 2.0 se le presenta una oportunidad única: la de moldear el sistema político argentino a su aire, dada la debilidad, plasticidad y ausencia de lo que se presenta casi como una tabula rasa. Para esto debería salir de esa virtuosidad coyunturista y acometer tareas de construcción estratégica, organizativa e institucional, que hasta ahora han brillado por su ausencia.
O sea, no sólo la sintonía fina del caso por caso sino una visión que deje atrás la Argentina del pasado, porque prefigura la Argentina del futuro, al ir más allá de un presente con abundancias relativas y efímeras.
EL DEBATE