28 Jan Ejemplo de superación
Por Carlos Delfino
ltair Domingos cerró una temporada brillante, que incluyó cuatro triunfos de Grupo 1, entre ellos la Copa de Oro por segundo año seguido. Además, le sirvió para afirmarse como el tercer jockey que más ha ganado en la Argentina e integrar la terna de los premios Olimpia, que el martes pasado quedó en manos de Pablo Falero.
“Mejor que este año es casi imposible que me vaya. Estoy cómodo, contento. Tengo contrato de prioridad con dos haras importantes, como La Providencia y La Biznaga, en ese orden, y todo es resultado del esfuerzo y de los triunfos”, dice el jinete, radicado aquí desde 2009, cuando llegó tentado por la caballeriza Springfield, después de permanecer y competir la mayor parte de su vida en Brasil, hacia donde viajó para pasar las Fiestas y unos días de descanso.
Ya conocía Buenos Aires y sus hipódromos. Los había visitado en ocasión de participar en los torneos Fustas de América. Por entonces también se le ofreció quedarse, pero sentía que no era el momento. “No me animaba”, recuerda Altair, que con el tiempo cambió de decisión.
Se lo reconoce como brasileño, pero lleva sangre misionera en las venas. “Nací en Bernardo de Irigoyen, una ciudad ubicada a 150 kilómetros de Puerto Iguazú, y nos mudamos a Cascabel, en Brasil, cuando yo tenía 7 meses, porque murió mi padre”, sorprende al cronista.
A los 9 años, lejos de disfrutar de la niñez, las cuadreras se convirtieron en su medio de vida. “Éramos muy pobres, vivíamos en el campo, estábamos en contacto con los caballos… Pesaba sólo 22 kilos y ya corría pura sangres. Es normal que suceda en esas zonas”, describe hoy, a los 30, ofreciendo a cada paso la sonrisa y el optimismo con los que encaró su futuro y se convirtió en un ejemplo de superación.
Antes de ser mayor de edad, corrió en Curitiba, un hipódromo similar al de La Plata, donde obtuvo 72 victorias en seis meses, corriendo sólo los miércoles. Fue casi su pasaporte al turf grande de Brasil. “En San Pablo debuté ganando un Grupo 2 y gané la estadística cuatro años. A Río de Janeiro sólo iba a montar en los Grupo 1”, dice.
Lo que siguió es más conocido en la hípica. Su paso por Dubai (“Fue una experiencia única, en un lugar inexplicable. No es normal correr caballos que valen dos millones de dólares por premios de cinco millones”, recuerda), el regreso a tierra paulista y su decisión de seguir los pasos de Jorge Ricardo. No obstante, fue Leopoldo González, manager en La Providencia, quien lo ayudó a no sentirse un extraño mientras aguardaba que transcurran los seis meses que le darían libertad de acción.
“Me encontré con un turf muy diferente. No sólo por la cantidad de carreras y de caballos, sino por la pasión con la que se vive. Acá un propietario tiene un 6 años perdedor y sigue ilusionado. Allá no resisten mucho tiempo; son algo así como descartables”, compara, siempre esforzándose por no mezclar los idiomas. Nicole y Mateus, sus pequeños hijos, se adaptaron enseguida a la nueva vida y sus maestros a veces dudan de que sean brasileños. “Me enseñan español a mí”, confiesa, orgulloso y sorprendido.
Para ellos desea otra vida. “No quisiera que sean jockeys”, sostiene quien considera a la yegua Ollagua el mejor caballo que montó y continúa viendo carreras de todo el mundo por televisión y por Internet. “Es para seguir aprendiendo de los mejores”, fundamenta. La humildad, está claro, lo hace más grande.
LA NACION