03 Jan Cómo afecta Internet a la mente
Por Carlos Morea
n agosto pasado, LA NACION publicó un artículo titulado “Más información, menos conocimiento”, en el que Mario Vargas Llosa hacía referencia a las preocupantes advertencias señaladas por Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué esta haciendo Internet con nuestras mentes? Allí se manifestaba alarmado y triste por los estragos que Internet estaría provocando en las mentes humanas. Para el premio Nobel, las siniestras predicciones de Carr a su vez reivindican las más antiguas teorías de Marshall MacLuhan sobre los peligros de los medios de comunicación en general y cómo éstos modifican y controlan nuestra manera de pensar y de actuar. En septiembre, LA NACION publicó la nota de opinión “Internet no debilita la memoria”, escrita por Facundo Manes, renombrado neurobiólogo de la Universidad Favaloro, en la que el autor se refería a estos temas y en particular al artículo de Vargas Llosa.
El escritor peruano explícitamente reconoce no ser un neurocientífico capaz de juzgar sesudamente los experimentos citados por Nicholas Carr en su libro, y también admite que es posible que este último pueda exagerar un poco en sus catastróficos pronósticos. Pero coincide con Carr en que Internet esta dañando las mentes de los que la usan en forma indiscriminada. Utilizando el análisis de Carr, y también su propia experiencia, defiende con ahínco los fantásticos impulsos de Internet a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones, pero también se espanta por su deformada y excesiva utilización. Vargas Llosa advierte sobre el deterioro de la memoria. A mi modo de ver, entremezcla esto con otras dimensiones de la mente humana, pero sin duda su congoja no se ciñe a la memoria, sino que apunta, como lo expresa, a “la pérdida del hábito y hasta de la facultad de leer grandes libros” y a “la moderna creencia de que sólo se lee para informarse”. Y agrega: “Los textos que no están subordinados a la utilización pragmática suelen ser considerados superfluos”.
Si se tratara sólo de informarse veloz y utilitariamente, nadie puede dudar de que, como él describe, “un diestro cazador internauta alcanza su objetivo muy eficazmente picoteando información con el frenesí y el mariposeo cognitivo de la pantallita sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee”. Vargas Llosa también advierte que Internet no resulta ser sólo una herramienta apta, sino que más bien pasa a ser una prolongación o una suerte de prótesis de nuestro propio cuerpo y de nuestro propio cerebro.
El reconocido neurocientífico Facundo Manes aclara de antemano que su objetivo es aportar algo adicional y así complementar lo dicho por Vargas Llosa desde la neurobiología; pero, en mi entender, su artículo más bien procura refutar a Vargas Llosa y a Carr. Manes utiliza frases citadas por el premio Nobel, como por ejemplo, “cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos” o “la inteligencia artificial soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas y, por fin, sus esclavos”, y les asigna un peso relativo mayor y un significado parcialmente sesgado respecto del que surge de la letra y del espíritu del texto de Vargas Llosa.
En parte justificado por la amalgama que Vargas Llosa realiza de la memoria y otras dimensiones de la mente humana, de manera un tanto elíptica Manes insinúa que el corazón del argumento del novelista es la degradación que Internet provoca en la memoria humana y se enfoca primordialmente en ello para refutarlo.
Sus apreciaciones sobre la memoria son por cierto muy interesantes, aparentan ser rigurosas y resultan además estar situadas en las antípodas del parecer de Vargas Llosa. Para completar su intento de refutar al escritor peruano, hacia el final de su texto Manes pretende extender su defensa del ordenador respecto de la memoria en particular hacia toda la mente humana en general, y reivindicar así las bondades de Google sobre las mentes.
Celebra así algunas indiscutidas virtudes de las nuevas tecnologías y niega la actual preponderancia del colorido y animado monitor por sobre la lectura de las grandes obras. Arguye que a través de la incesante interacción con sus semejantes, el hombre y su cerebro siguen progresando y no son entonces disminuidos por las máquinas.
Vargas Llosa lamenta el efecto de Internet sobre la memoria humana, pero a mi humilde modo de ver ése no es el núcleo de su mensaje. El célebre escritor se manifiesta asustado y entristecido porque comparte con Carr el diagnóstico de que Internet está reduciendo la capacidad humana de introspección que antes avivaba la literatura.
Para calar hondo en semejante temática habría que extenderse mucho en cuestiones sobre el cerebro y sobre la mente, y hacerlo no sólo desde lo científico experimental sino también desde la metafísica, que incluye las dimensiones inmateriales de la mente humana. Todo eso excedería las pretensiones de este taquigráfico apunte. Nadie en su sano juicio osaría poner en duda la piramidal importancia de la memoria humana y que sin ella bien poco o casi nada podríamos llevar a cabo. Pero las neurociencias creen que la mente humana abarca otras dimensiones cardinales, también inmateriales, como la autoconciencia, la inteligencia abstracta, la libertad, la capacidad estética, la capacidad ética, el amor al prójimo, la sed y búsqueda de trascendencia y de felicidad perenne, y, entre los creyentes, la creencia y el amor a Dios. Yo tiendo a coincidir con Facundo Manes y no con Vargas Llosa, en cuanto a que Internet no está anestesiando la memoria del hombre para llevarla a una amnesia universal. Pero no resulta para mí viable encoger la mente humana a la memoria y a la búsqueda utilitaria de información. El hombre es la única bestia conocida en el cosmos que piensa y hace cosas que no son siempre exclusivamente utilitarias para la supervivencia y la conservación de su especie. Hasta neurocientíficos agnósticos y ateos manifiestan la relevancia de evocar “experiencias espirituales” (ampliamente definidas) para la consecución de la realización y felicidad humanas.
Incluso si la memoria humana no padeciera rasguño alguno, como tan ilustradamente expone Facundo Manes, a mi modo de ver resulta hoy muy arduo argumentar y constatar que a través de los muy acotados márgenes de introspección y reflexión que Internet promueve (hecho que tanto asusta y entristece a Vargas Llosa) no se estén efectivamente degradando otras dimensiones de la mente humana como la autoconciencia, la inteligencia abstracta, la libertad, la capacidad estética, el amor al prójimo y la sed y el anhelo de trascendencia y de felicidad imperecedera que todos los seres humanos traen consigo.
LA NACION