03 Dec Otras dos versiones sobre Santos Vega enriquecen la historia
Por Fernando Sánchez Zinny
Santos Vega es el único personaje realmente simbólico nacido en este retazo del mundo. Su significado es claro y no requiere demasiados comentarios: hubo una edad de oro y una plenitud sin límites, pero para lograr “poner en acto” nuestro destino era necesario renunciar a ellas y encarar el trabajo que simultáneamente es esclavizante y liberador. Consciente o inconscientemente, Rafael Obligado vino a recrear con palabras y códigos criollos la parábola de Adán, quien sólo se convirtió en hombre cabal al ser expulsado del Paraíso y adentrarse en las penurias que definen al hombre. Por eso en el poema lo malo (la desdicha de Santos) es a la vez lo bueno y se llama “Progreso”, con mayúscula y todo.
Que es, asimismo, el demonio y en las perplejidades que esa duplicidad en el sentido de lo que nos ha venido sucediendo es posible que vayamos a seguir embrollados -nosotros, los argentinos- todavía por un buen rato. Aunque hay otras versiones sobre lo que pasó con Santos Vega, consignadas en testimonios de compilación folkórica, cuando era posible obtenerlos, por continuar aún vivo en las consejas populares el recuerdo legendario del gran payador. Hay uno de Ventura Lynch, padre de ese tipo de investigación entre nosotros, quien a comienzos de los 80 del siglo XIX se explayó sobre el hábito campero de payar. Al respecto le contaron que Santos Vega, yendo “de triunfo en triunfo”, un día pasó al sur de la provincia Buenos Aires, única región donde no era conocido.
Llegó a una pulpería y se retiró a un rincón con ánimo de descansar. “Un grupo de gauchos que ahí copaba de lo lindo, miró con desprecio la humildad del forastero. Entre ellos un negro altanero, mentao de malo y reconocido el primer payador de la comarca”, se propuso molestarlo. “Tomó la guitarra, preludió un cantar por cifra y le preguntó “quién era, de a’ónde venía y pa dónde iba”. Vega pulsó su guitarra y respondió: Yo soy Santos Vega,/ aquel de la larga fama. Payaron tres días y tres noches, hasta que al fin, habiéndose entrado en temas religiosos, el negro, cercado, estalló o reventó, porque en realidad era “el mesmo diablo en persona”, final muy semejante a cierta versión correntina en que Santos Vega se impone a Mandinga y hace explotar “La Salamanca”, que era su escondrijo.
Veinte años más tarde, Roberto Lehmann Nitsche halló que en los pueblos bonaerenses del Norte la fama del payador se eclipsaba ante la de un tal Trillería, quien sí habría sido su vencedor. Relata que Vega, después de vencer al diablo pasó a esa zona buscando con quien medirse.
“Llegó una noche a un baile donde estaba Trillería, paisanito sencillo del que nadie se ocupaba.” Santos Vega hizo el reto de práctica y Trillería “sintió arder la sangre.” Arrancó la guitarra a uno de los cantores y contestó arrogante: Venga esa maula/ que yo me le he’afirmar. Dos días con sus noches se habría payado en esa ocasión, hasta que Santos Vega rompió su guitarra declarándose vencido. Y comenta el sabio alemán: “Esta contratradición, que ha invadido los pueblos del Norte, fue inventada por los cordobeses, con ánimo de desvirtuar la tradición del gaucho porteño”.
Prestigio resguardado
Sea o no verdad eso de que cordobeses “ladinos” urdieron una patraña con la intención de desmerecer a nuestro sumo payador, lo cierto es que por alguna razón oscura corría, muy desde el comienzo, la especie de que Santos había sido vencido, sin que, curiosamente, ello comprometiese su indiscutible y arquetípica preeminencia en el canto y en el contrapunto. Pues cabría creer que si un gran payador es superado por otro, éste pasa a ser el primero, pero no ha sido así en el caso que tratamos, con independencia de que el vencedor fuese el diablo o el “paisanito” Trillería.
Ahora bien, esa historia de la derrota de Santos Vega no la traen los entusiastas iniciales -Bartolomé Mitre e Hilario Ascasubi- y tampoco está en lo de Ventura Lynch, y, sin embargo, es algo que ha prendido y que según el testimonio hallado “en el norte de la provincia” circulaba quizá desde antes de que Rafael Obligado hubiese tramado sus décimas.
Pero al narrarse el triunfo de Trillería no pareciera que hubiera estado en juego sino una primacía en inspiraciones y destrezas. Lo sustancial del aporte de Obligado fue el de relacionar el resultado de esa payada con las transformaciones portentosas que en su tiempo -no en el del hipotético Santos Vega- se registraban en nuestro ámbito clásico de payadas y payadores, y en el de ubicar esa idea en la cercanía de un símbolo supremo de la cultura que compartimos. Por ahí y casi sorpresivamente, lo que parecía ser mero cotejo de verseadores se sublima mediante la contraposición de dos actitudes ante la vida.
LA NACION