Murió y ganó el Nobel

Murió y ganó el Nobel

Por Nora Bär
La semana de anuncios de los premios Nobel que otorga la Academia Sueca de Ciencias se inició, como todos los años, con el de Medicina o Fisiología, que esta vez fue para el canadiense Ralph Steinman, el norteamericano Bruce Beutler y el francés Jules Hoffmann, tres científicos que lograron revelar cómo se articulan la primera y la segunda líneas de defensa del sistema inmune que nos protege contra virus, bacterias, parásitos, hongos y hasta mutaciones celulares.
Por primera vez, sin embargo, horas después de que su nombre se diera a conocer, se supo que Steinman había fallecido el viernes anterior, a los 68 años, luego de una ardua batalla contra un cáncer de páncreas. La noticia introdujo una cuota de confusión (porque el reglamento de la distinción establece que sólo puede adjudicarse a investigadores vivos) hasta que un comunicado de la Academia confirmó que el premio seguía en pie.
La familia de Steinman, entonces, recibirá la mitad del premio, dotado en esta edición de 1.500.000 dólares; el resto se dividirá en partes iguales para Beutler y Hoffmann.
Steinman, que mantuvo intensos lazos de colaboración con científicos argentinos, descubrió en 1973 una de las piezas clave del sistema inmune, las células dendríticas, encargadas de ponerlo “en pie de guerra” cuando detectan invasores externos o errores genéticos como los que dan lugar a las células tumorales.
“La distinción a Ralph inspira un cariño especial -dice Gabriel Rabinovich, jefe del Laboratorio de Inmunopatología del Instituto de Biología y Medicina Experimental, y uno de los que lo conocieron muy bien y recibió el apoyo del científico canadiense-. Al estudiar y caracterizar las células dendríticas, que captan agentes patógenos y los muestran en su superficie para activar a los linfocitos T, él abrió el camino en un tema que hoy estudia el 90% de los inmunólogos y que puede llevarnos de la ciencia básica a la aplicada, porque permitió idear estrategias que ya se están probando para enfrentar el cáncer y las enfermedades autoinmunes.”
“Los trabajos distinguidos fueron importantísimos no sólo para el conocimiento de los componentes de la respuesta inmune innata, que es la primera línea de defensa para montar una respuesta efectiva contra patógenos y alergenos. Y además, abren posibilidades terapéuticas”, subraya la doctora Liliana Bezrodnik, coordinadora del Grupo de Trabajo de Inmunología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.

UNA ORQUESTA EXQUISITA
El sistema inmune es una orquesta cuyos integrantes ejecutan una partitura complejísima, con una perfección que asombra… y sin que nos demos cuenta.
Al principio, los hallazgos de Steinman, que probó que las células dendríticas multiplicaban decenas de veces la activación de los linfocitos T, fueron tomados con escepticismo.
Todo comienza con los monocitos, que constituyen entre el 5 y el 10% de los glóbulos blancos liberados por la médula ósea, recorren el torrente sanguíneo y tienen una “atracción” especial por los sitios en los que hay inflamación. “Van allí, se transforman en células dendríticas inmaduras -explica el doctor José Mordoh, jefe del Laboratorio de Cancerología, del Instituto Leloir, que también colaboró con Steinman- y adquieren su gran capacidad para fagocitar antígenos [sustancias que desencadenan la formación de anticuerpos] bacterianos, virales o tumorales. Los procesan y en cierto momento maduran, dejan de fagocitar y empiezan a mostrarlos en su superficie. Durante todo ese proceso viajan por los vasos linfáticos hacia los ganglios, donde entran en contacto con linfocitos T naïfs [inocentes].”
Según explica Mordoh, una célula dendrítica inmadura es como Harrods con las vidrieras apagadas y vacías. “Cuando procesan antígenos, esas vidrieras son ocupadas por moléculas especiales (péptidos unidos a las moléculas HLA) -dice Mordoh-. En los ganglios, los linfocitos T chocan contra esa vidriera, reconocen el antígeno específico y son inducidos a proliferar. Empiezan a circular por los tejidos y destruyen las células infectadas. En todo ese proceso la célula dendrítica hace de intermediaria entre el sitio de inflamación y el linfocito inocente.”
“Son las «presentadoras» oficiales de antígenos”, agrega Bezrodnik.
En los años noventa, los trabajos de Beutler y Hoffman contribuyeron a iluminar los engranajes de la inmunidad innata, la que todos poseemos desde que nacemos.
Ellos descubrieron un receptor encargado de detectar microorganismos patógenos, reconocer patrones específicos y activar la primera línea de defensa. Y, también, que esta molécula, llamada Toll, está presente en todas las formas de vida.
“Fueron descubrimientos fundamentales, gracias a los cuales es posible plantear nuevas estrategias para atacar tumores o corregir deficiencias en la regulación de la respuesta inmune”, concluye Rabinovich..
LA NACION